"En diciembre se hielan las cañas y se asan las castañas", dice el refrán. Sí: la castaña es uno de los frutos secos más apreciados a partir de octubre o noviembre, y las encontramos a lo largo de todo el invierno. En lugares como Cataluña, Aragón, Baleares y Valencia se celebra la legendaria castanyada en la vigilia de Todos los Santos, y en navidades es habitual encontrarlas en uno de los dulces más lujosos y exquisitos, el marron glacé.
Más allá de su predicamento, lo cierto es que la castaña es un producto quizá menos apreciado de lo que merece: su sabor delicado es perfecto para un sinfín de recetas, y como fruto seco merece un lugar privilegiado. Estos son algunos de los muchos beneficios que ofrece para nuestra salud.
Uno de los grandes beneficios de comer castañas es que, a diferencia de muchos otros frutos secos, es un alimento poco calórico. 100 gramos de castañas (que serían alrededor de 10 unidades) aportan unas 209 kcal (menos de la tercera parte que la misma cantidad de nueces). Esto las convierte en un snack perfecto para consumir a cualquier hora, así que, si te ha dado antojo por comerte un cucurucho de castañas asadas por la calle, ya lo imaginas: es muchísimo más sano que esa palmera de chocolate que luce en el escaparate de enfrente.
A veces nos podemos preocupar por la cantidad de grasa que contienen los frutos secos, pero debemos fijarnos sobre todo en el tipo de ácidos grasos que le estamos entregando a nuestro organismo. Las castañas son un excelente ejemplo de un alimento con un perfil de grasas muy bueno para la salud.
Sin tener demasiada de por sí, la mayor parte de los lípidos que contiene son insaturados (tanto monoinsaturados como poliinsaturados), también conocidos como “grasas buenas”. Estas ayudan a regular los niveles de colesterol; es decir, mantienen el bueno en niveles altos y hacen descender el malo. Además, al ser un alimento de origen vegetal, no contienen colesterol, lo que mejora aún más su calidad nutricional.
Las llamadas grasas buenas son en esencia los ácidos grasos omega-3 y omega-6. En las castañas podemos encontrar principalmente los de tipo omega-6, un nutriente esencial para mantener el correcto funcionamiento de todas las células.
Otro beneficio que podemos obtener de consumir este fruto seco tan típico de las épocas de otoño invierno es la fibra dietética. Esta nos ayuda mucho a prevenir enfermedades como la obesidad o algunos tipos de cáncer. También favorece el crecimiento de nuestra microbiota intestinal, además de tener muchos otros beneficios para el aparato digestivo.
La fibra también es esencial para el metabolismo lipídico, ya que tiene un efecto hipocolesterolémico, lo que quiere decir que ayuda a reducir nuestros niveles de colesterol. No solo eso, sino que su ingesta también regula los picos de insulina (que provocan ataques de hambre) y controla el azúcar en sangre.
Sabemos que evitar el consumo excesivo de sodio es muy importante para disminuir el riesgo de enfermedades. Las castañas son un producto ejemplar por su bajo contenido en sodio, ya que 100 gramos de estas no nos llegaría a aportar ni el 0,6% del límite diario recomendado de este mineral.
Además de consumirlas crudas o asadas, aportan un toque muy particular a numerosas recetas, ya que al cocinarlas desprenden un sutil aroma dulce que le va incluso a la repostería. Prueba a añadirlas, cocidas o asadas, a una crema de calabaza con hierbas aromáticas para obtener un primer plato saludable y exquisito, a un guiso de setas o en un risotto. También son un clásico para rellenar carnes como pavo o cordero, ahora que llegan las navidades y nos gusta lucirnos entre fogones.
Las castañas son un alimento maravilloso por lo saludable. Pero, además, son un fruto seco con un sabor delicioso, sobre todo cuando las asamos, y eso tampoco hay que olvidarlo. Las castañas tienen un toque levemente dulce y muy suave. ¡Están buenísimas!
Es muy importante también consumir los productos que estén de temporada (y la castaña lo es en otoño e invierno), ya que es un granito de arena que podemos aportar al cuidado global de nuestro medio ambiente. Si consumimos los productos que más crecen en la estación en la que nos encontramos, disminuimos la demanda de alimentos que vienen de sitios más lejanos y cuyo transporte supone una gran emisión de gases perjudiciales a nuestro planeta. Así que ¿a qué esperas?
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