Los padres estamos absolutamente enganchados a las pantallas y nuestros hijos desde edades demasiado tempranas nos están imitando. Cuando se les pide que dejen el móvil o la tableta para jugar, pintar o ir a pasear aflora la peor de sus rabietas. Los profesionales pediátricos llevan tiempo avisando de las graves consecuencias que puede provocar el uso excesivo de pantallas en niños. Necesitan experimentar y vivir la realidad tal como es para enfrentarse al futuro y ya está demostrado que en nada les ayuda esa sobreexposición al mundo virtual.
Existe suficiente literatura científica sobre los efectos adversos de un uso excesivo, diario y continuado de las pantallas para el desarrollo en niños principalmente menores de 6 años. Además, en demasiadas ocasiones los adultos a su cargo permiten que las utilicen como recurso fácil para tenerles entretenidos, por escasez de tiempo para atenderles, comodidad o falta de recursos.
Creen que están aprendiendo cosas nuevas o desarrollando su imaginación pero son tan pequeños que nada más lejos de la realidad. De forma errónea se les llama “nativos digitales” porque han estado en contacto con las tecnologías desde su infancia y se defienden perfectamente a la hora de usarlas. Sin embargo, el uso de pantallas en niños tan pequeños es un consumo pasivo, por tanto ni es formativo ni asegura su capacidad y formación tecnológica de cara el futuro.
En primer lugar, tal como demuestran muchos estudios científicos y a su vez están avisando los profesionales que trabajan con la infancia y la adolescencia, el uso indiscriminado de móviles y otros dispositivos digitales por parte de niños tan pequeños les crea una seria adicción en sus etapas posteriores. Esa adicción habrá que tratarla porque supondrá una barrera para adquirir habilidades sociales, entre muchos otros problemas añadidos.
A esta grave adicción, se añaden otros efectos que repercuten en el desarrollo cerebral, de su salud, de su físico y de sus emociones. Todo a causa de permitir que niños tan pequeños se entretengan con el móvil.
Durante los primeros seis años de vida, el cerebro, que nace inmaduro, experimenta cambios relevantes e indispensables. Las primeras experiencias de los niños, sobre todo aquellas que vive cuando se relaciona con sus padres, sus cuidadores, sus abuelos, otros niños… son vitales para su desarrollo cerebral y suponen un enriquecimiento continuo para él.
Si está usando un móvil o una tablet se está perdiendo todo ese aprendizaje y además se reduce el tiempo que necesita pasar con aquellos adultos que son un referente en su vida. Incluso, algunos trabajos ya han concluido que aquellos niños que han hecho un uso abusivo de estos dispositivos de hasta 7 horas diarias presentan un menor grado de aprendizaje. Este se refleja de forma negativa en la adquisición del lenguaje, en el habla, en la expresión y en la comprensión lectora.
Cuando un niño pequeño está viendo dibujos en una pantalla digital está acostumbrándose a un estilo de vida sedentario a lo que se añade que come sin ser consciente de lo que está haciendo y por tanto se acomoda a una alimentación menos saludable. El sedentarismo conduce al sobrepeso y a la obesidad al igual que le expone a un mayor riesgo cardiovascular y problemas musculo esqueléticos.
De la misma manera, ese abuso de pantallas está asociado con cefaleas y trastornos del sueño por la resistencia a la hora de irse a la cama, la dificultad para conciliar el sueño que provoca la luz azul, la ansiedad por no dormirse y el cansancio al día siguiente por esa falta de sueño.
Otra consecuencia es el incremento de los trastornos visuales. Muchos pequeños en edades muy tempranas tienen dificultades de visión debido al abuso de pantallas y presentan la necesidad de llevar gafas.
Los niños establecen relaciones positivas con sus adultos de referencia y cuidadores. Ello les sirve para proporcionarles un entorno seguro a partir del cual fomentar su curiosidad, la exploración y la experimentación, todos ellos aspectos imprescindibles para un desarrollo emocional sano. Cuando hay pantallas de por medio no se establecen esos vínculos entre el niño y sus adultos de referencia con lo cual se crean barreras que dificultan su proceso de maduración.
Ciertos estudios, además, han demostrado que las pantallas no ofrecen determinadas cosas imprescindibles como los “olores, las experiencias para el tacto, escuchar la voz de sus padres, estímulos frente a un gesto o una sonrisa, escenarios en tres dimensiones con profundidad de campo, ni respuestas a largo plazo que signifiquen procesamiento cerebral”.
Una interacción a través de pantallas es una acción impersonal que en ningún caso favorece el intercambio comunicativo en niños pequeños. Tampoco percibe las palabras adecuadas, las miradas, las voces, el tono ni los gestos que acompañan a una comunicación.
En consecuencia, tal como avanzan los expertos en psicología infantil, se presentan “dificultades en la regulación emocional y en la respuesta ante el estrés, problemas de conducta o aumento del riesgo de TDAH y del aislamiento social, así como comportamientos antisociales y sintomatología depresiva en edades más avanzadas”.
Con todo ello, los profesionales aconsejan que los niños que no han cumplido los dos años no se expongan a las pantallas. A partir de esa edad y hasta los 5 años deben utilizar las pantallas una hora diaria cómo máximo. Por último, mientras no hayan cumplido los 12 años el uso debe limitarse a la hora y media cada día. En todo caso, siempre que se permita su uso debe asegurarse un contenido de calidad y educativo y llevar a cabo una supervisión continua por parte del adulto ya que es posible acceder a una ingente cantidad de información. Además, las pantallas no pueden ser un sustituto de realizar ejercicio físico diario, comer en familia, dormir lo suficiente o compartir juegos con los amigos.
El problema es que las pantallas ofrecen a los niños “respuestas inmediatas en forma de colores, formas y sonidos que activan en su cerebro la producción de dopamina”, con lo cual obtienen un placer inmediato porque se estimulan las sensaciones de bienestar y recompensa. Por eso se enganchan a ellas y es tan difícil convencerles de que las dejen a un lado y salgan a jugar, lean o hagan un dibujo. En realidad, es tan sencillo como guardarlas bajo llave o hacerlas desaparecer de su vista, lo que está directamente relacionado con el uso que hacen de las tecnologías los adultos que están al cargo de los niños desde que son pequeños.