Una noche que mis hijos todavía bien pequeños no se dormían y no paraban de dar la tabarra decidí probar a convertirme en “instructora de yoga”. Como si de un juego se tratase les fui guiando en los pasos que seguíamos para relajarnos los alumnos al final de cada sesión de mis clases semanales. Al cabo de unos minutos estaban dormidos y la experiencia les pareció tan divertida e increíble que muchas noches me pedían repetir.
La práctica de yoga es altamente favorable para los adultos tanto a nivel físico como psicológico de modo que adaptándola también puede ser beneficiosa para los niños. Una psicóloga infantil y un instructor de yoga nos han explicado qué es el yoga para niños, para qué sirve y cuánto dura una sesión.
De primeras, se tiene la impresión de que el yoga es una actividad aburrida para edades tempranas y que va a ser imposible engancharles. Sin embargo, todo lo contrario. Los expertos apuntan que los niños pueden practicarla desde los cuatro años aproximadamente, que las sesiones se adaptan para que les resulten atractivas y que suelen durar unos 45 minutos. Y lo más importante: los beneficios que les reportan y las habilidades que aprenden ya permanecen para toda la vida.
En primer lugar, “alimenta su fuerza interior porque aprenden a desarrollar importantes habilidades en un entorno positivo y no competitivo”, subraya el instructor de yoga. Por su parte, la psicóloga añade que “desde muy pequeños los niños se enfrentan a mucha presión social y académica”. No todo es de color de rosa para ellos.
En el colegio, en las extraescolares, en los partidos de fútbol si no se mete un gol, en el parque cuando tienen pocos amigos, en casa si conviven con algún familiar enfermo o sus padres están mucho tiempo fuera del domicilio por trabajo o si se están separando… “El entorno y el día a día a veces les genera presión, estrés y ansiedad a lo que se añade la poca facilidad para manejar la frustración”, asegura esta profesional sanitaria. En los niños, la práctica de yoga les dota de una base que les fortalece de cara a la vida adulta. Aprenden a relacionarse con sus compañeros, sin tener que competir entre ellos, trabajando en equipo, ayudándose y respetándose.
La sesión se suele presentar como un juego donde se mezclan historias, canciones, actividades y posturas porque hay que imitar figuras de animales, insectos, pájaros y cosas que ellos conocen. Son las posturas del yoga o asanas y a ellos tratar de parecer un árbol, un gato o un puente les divierte enormemente. “Les facilita la tarea su habitual flexibilidad, su buen sentido del equilibrio y su enorme capacidad para abstraerse y concentrarse en sus juegos”, dice la psicóloga.
Aunque esté la tele puesta y los mayores hablando, cocinando o pasando el aspirador ellos están a lo suyo con sus cosas. Es cierto que esa concentración les dura poco, por ello las sesiones de yoga infantil se recortan con respecto a las de los mayores. Sobre todo, son mucho más entretenidas porque se trata de que no se distraigan ni se aburran. Otra ventaja es que la finalidad de las sesiones no es clavar cada postura ni comparar quién logra hacerla mejor, “sino alimentar la fuerza interior y autoaceptación del niño”, destaca el instructor.
En yoga los niños se divierten “mientras desarrollan fuerza, coordinación, flexibilidad, equilibrio, conciencia corporal, capacidad sensorial y mejoran su postura”. Con todo ello se fortalece su capacidad de concentración y de atención, se incrementa la confianza en sí mismos, crece su autoestima y pueden autocontrolarse. Igualmente, aprenden a relajarse y a reducir el estrés.
En definitiva, en el yoga se practica ejercicio en el que se combinan las posturas con la respiración y la relajación. “A los niños más inquietos todo esto les ayuda porque se les abre un abanico de posibilidades para canalizar su energía, para expresarse y para tomar conciencia y dominar tanto su cuerpo como sus emociones”, destaca la psicóloga infantil.
Las asanas que suelen practicar los más pequeños en una sesión de yoga son la postura del indio, la del guerrero, la del gato o la del perro. En la del indio, por ejemplo, se sientan con las piernas cruzadas y encogidas, con la espalda recta y echando los hombros hacia atrás, juntan las palmas a la altura del pecho o se dejan boca arriba sobre las rodillas y, por último, cierran los ojos. Así pueden aprender a hacer respiraciones, centrándose en cómo entra el aire por la nariz y cómo se expulsa suavemente, empiezan a relajarse y a liberarse del estrés y la ansiedad con la que han llegado a la sesión.