Uno de los objetivos educativos de los padres es fomentar la autonomía de sus hijos, algo que en un principio parece muy evidente y que la mayoría de los progenitores dan por sentado. El problema es que resulta complicado adaptarse al cambio que suponer tener un bebé que nos necesita al 100% a un niño que va adquiriendo (y necesitando) destrezas a medida que crece. La clave está en saber combinar los cuidados y atenciones que nuestro hijo necesita con fomentar que cada vez sea más independiente y autónomo.
Que un niño desarrolle su propia autonomía es algo que le permite adquirir una seguridad que va a necesitar durante su infancia, pero también durante su futuro como adulto. Y, en el camino, hay una etapa intermedia, pero de gran importancia, que es la adolescencia, en la que los hijos realizan una ruptura necesaria con sus padres para buscar su propia identidad e independencia. Para afrontar este momento vital con éxito, es fundamental haber adquirido autonomía durante la infancia, ya que no se consigue de un día para otro. Acompañarles en ese camino es algo que se hace poco a poco, a veces de manera inconsciente, desde que son muy pequeños.
La autonomía no implica, ni mucho menos, que un niño no tenga nuestra protección, atención y cuidados. Pero sí requiere que, en la medida que su desarrollo personal y edad lo permita, adquiera hábitos que pueda realizar solo y sin tu ayuda, aunque tenga tu supervisión:
Como te decíamos al principio, el desarrollo de la autonomía es lento y se consigue con los gestos y decisiones del día a día. Aquí tienes los consejos que necesitas para conseguirlo: