La gestación de los humanos suele durar unas 38 semanas desde la concepción hasta su nacimiento. Antes de esto, es muy probable que el bebé no logre vivir por sí mismo, ya que todavía es demasiado frágil y necesita que se le proporcione algunos cuidados básicos como alimento, protección y contacto físico permanente. Por tanto, el nacimiento no será una separación entre la madre y el bebé, sino una continuación de esa dependencia que se estaba produciendo en el útero. Esto se conoce como exterogestación del bebé o los segundos nueve meses de embarazo.
Durante los meses posteriores al parto, el pequeño necesitará sentir el calor de su madre y de su padre, además de protección y confort. Así, podrá adaptarse más fácilmente a la vida extrauterina. Por eso, es muy recomendable que, según nacen, los pequeños se sometan a la práctica del ‘piel con piel’ para que se sientan protegidos y acompañados. Además, notarás que cuando más se calman será cuando están más cerca de sus progenitores. Por eso, será esencial en contacto físico y la crianza en brazos, llevando al pequeño contigo y porteándole el mayor tiempo posible.
Como ya hemos comentado, una vez que los pequeños nacen se ven en la necesidad de tener calor, alimento y más protección para saber que están fuera de peligro. Por eso, en el momento de su alumbramiento, el bebé atraviesa una pequeña transformación y pasará de la vida dentro del útero a un mundo que es completamente diferente. Esto supondrá un cambio muy grande y, por tanto, la adaptación tendrá que ser de una manera más paulatina, necesitando seguir sintiéndose como si se encontraran todavía en el útero materno. Además, la cercanía de la madre durante los primeros meses de vida favorecerá la regulación del desarrollo de sus sistemas que están más inmaduros.
Sí que es cierto que, unas 38 o 40 semanas de gestación, suelen ser pocas para los pequeños. Además, a lo largo de la historia de la evolución, el tiempo de embarazo se ha ido reduciendo y, por tanto, los seres humanos han tenido que reducir la madurez de sus sistemas para poder atravesar el canal de parto y poder nacer. Así, la gestación humana se ha tenido que acortar haciendo que naciéramos más indefensos e inmaduros. Por tanto, el recién nacido tendrá grandes necesidades y, la mayoría de ellas, solo podrá llenarlas su madre. Esto se trata de algo que la mayoría de madres asumen de forma instintiva y a lo que llamamos exterogestación.
Se trata de un término relativamente moderno, aunque, en realidad, es una práctica que tiene siglos de historia. Antiguamente, muchas madres portaban a sus hijos durante largas horas mientras hacían trabajos en el campo, labores domésticas e, incluso, acudían a eventos sociales. De hecho, en otras culturas, portear al pequeño se considera totalmente normal y algo que debe hacerse de forma casi obligatoria. Por tanto, la exterogestación se convertirá en una práctica que simulará un segundo embarazo, pero fuera del vientre materno. Así, se aboga por la cercanía de madre e hijo durante, al menos, los primeros meses tras el embarazo y que sienta las bases en el desarrollo biológico.
Se ha comprobado que la exterogestación proporciona una infinidad de beneficios al pequeño: potencia su desarrollo cerebral, teniendo en cuenta que el bebé nace solamente con el 25 por ciento del cerebro desarrollado. También, durante los primeros años de vida se empiezan a establecer las conexiones neuronales que serán la base de su aprendizaje. Por eso, será fundamental ofrecer una estimulación temprana que facilite el desarrollo de esas conexiones. De la misma forma, la exterogestación estimula el control emocional, ya que esa sensación de amor incondicional y seguridad serán esenciales.
Un estudio de la Universidad de Montreal comprobó que aquellos bebés que practican la exterogestación lloran un 43 por ciento menos que el resto, ya que suelen sentirse más seguros y aprenden a regular mejor sus emociones. También, se ha demostrado que esa cercanía física, entre madre e hijo, estimula la segregación de oxitocina y prolactina en la mujer, dos hormonas que están relacionadas con la producción de leche materna. De esta manera, la madre podrá producir la leche con mayor frecuencia y tendrá más oportunidades para alimentar al pequeño.