Una de las decisiones más importantes que toman los padres y las madres, es acerca de cómo quieren criar a sus hijos. La forma en la que nos han educado, los adultos en los que nos hemos convertido y toda la información que tenemos al alcance sobre educación y crianza terminan son claves a la hora de decidir qué queremos para nuestros hijos.
El modelo educativo que aplicamos tiene consecuencias en el desarrollo de un niño, por eso es importante reflexionar sobre ello. Podríamos decir que la crianza positiva se encuentra en un punto intermedio entre una crianza que se caracteriza por la rigidez y una crianza permisiva. En la primera, el adulto marca todas las reglas y toma todas las decisiones que competen al niño, del que se espera obediencia. Para conseguirlo, cuando no cumple con lo que se le exige se suele recurrir al castigo.
En la crianza permisiva, en cambio, es el niño el que va marcando cuáles son sus deseos y necesidades y el adulto se adapta a él, dando por hecho que el niño sabe tomar decisiones buenas para él por sí mismo.
Para la mayoría de expertos, ninguno de estos dos tipos de crianza ofrecen buenos resultados, ni reportan al niño ningún tipo de beneficio. La crianza positiva, en cambio, se considera la mejor opción a la hora de educar.
Se basa en el rechazo tanto del castigo como de la permisividad. Favorece que el niño tenga su propia autonomía y pueda participar en la toma de determinadas decisiones, sin dejar de tener en cuenta el contexto ni su edad. El responsable sigue siendo el adulto, pero tratando en todo momento al niño con cariño y y afecto, escuchando y respetando sus sentimientos.
Es un tipo de crianza que ve al niño como un individuo, algo que, según los expertos, es muy necesario para su desarrollo y para el buen funcionamiento de la sociedad. Te contamos cómo puedes llevarla a cabo con tu hijo.
No todos los niños son iguales, ni mucho menos, ni hacen las mismas cosas a la misma edad. No fuerces a tu hijo a que haga cosas para las que no está preparado, aunque sea lo esperable para algunos, atendiendo tanto a sus limitaciones como a sus habilidades. Evita las comparaciones con otros niños de su edad, no será bueno ni para ti, ni para él.
Los niños se expresan con todo su cuerpo. Tanto lo que dicen, como lo que expresan a través de sus gestos o su lenguaje corporal es importante a la hora de conocerles y entender cómo se sienten cuando necesitan algo. Si se comportan de una manera diferente a la habitual, tu reacción no debe ser negativa, ya que lo que él necesita es que le ayudes a entender y a comprender qué le ocurre, para que puedas ayudarle.
El contacto visual es uno de los pilares de una buena comunicación. Así que si tienes algo que decirle a tu hijo, o él a ti, no dudes en agacharte y ponerte de rodillas a su altura, para que os podáis mirar a los ojos para hablar.
Para que puedan entender aquello que les quieres transmitir, es importante que prestes atención a tu lenguaje y a tu forma de expresarte para que sea comprensible. Esto no quiere decir que infantilices todo lo que digas, pero sí que evites dar rodeos o utilizar expresiones que no van a poder entender. Y, por supuesto, evita los gritos y las palabras desagradables, porque solo le harán daño al niño y le pondrán nervioso, sea la situación que sea.
No son necesarios para educar ni son la solución a todos los malos comportamientos del niño. Deja claro cuáles son los límites, para que sepan cuándo se los están saltando. Y cuando esto ocurra, intenta entender qué ha motivado el mal comportamiento, explícales por qué deben hacer algo o no hacerlo, y revisa las pautas marcadas siempre que lo consideres necesario, porque es posible que encuentres opciones que sean más favorables para todos.
Sin duda los padres y madres son el ejemplo a seguir para los niños, y van a tender a imitar todo aquello que hagamos. Por eso debemos ser cuidadosos con nuestra forma de comportarnos, de manera que sean un modelo a seguir cuando ellos tengan que decidir cómo enfrentarse a todo lo que puede pasarles en el día a día.