¿Es posible educar a los niños de una forma firme, pero afectiva y cariñosa? La respuesta es un sí rotundo. O, al menos, eso asegurarían Jane Nelsen y Lynn Nott, las creadoras del método conocido como disciplina positiva. Esta teoría rechaza los métodos punitivos y el miedo y los aleja del proceso de aprendizaje, para sustituirlos por el amor, la paciencia y los refuerzos positivos. El resultado es la construcción de una nueva forma de organizar la vida, más alejada de los enfados, la rabia y el castigo y, por tanto, de mayor calidad humana.
La empatía, la cooperación y las emociones son la base de la teoría de Nelsen y Nott, que a su vez partieron de la teoría de la psicología individual de Alfred Adler y Rudolf Dreikurs para construir esta metodología. Un enfoque que no tiene en cuenta ni el control excesivo ni la permisividad, tal y como explican desde la Asociación de profesionales de disciplina positiva España, sino que se basa en “el respeto mutuo y la colaboración, con la intención de enseñar al niño competencias básicas para la vida”.
Esta teoría se basa en la obra de Adler y Dreikus, maestro y discípulo; el primero ya organizaba talleres para padres y profesores en la década de los 20, con la intención de mejorar la sociedad futura. En esas charlas, Adler presenta la educación como una acción colaborativa entre padres, profesores, psicopedagogos y todos los profesionales del mundo de la educación, y defienden un trato respetuoso hacia los alumnos. Sin embargo, ya entonces advierte de lo sencillo que puede resultar caer en la permisividad si no se ponen límites a los jóvenes.
Estas técnicas se implantaron primero en Viena y después en Estados Unidos, donde se difundieron rápidamente. A la muerte de Adler, Dreikurs diseminó y retomó la obra de su maestro, acuñando el término ‘educación democrática’ y marcando con él las bases para un aprendizaje entre iguales. De esta forma, Dreikurs alejaba de las aulas la violencia y el autoritarismo, y destaca el papel del respeto en los centros educativos.
Décadas después, en los 80, estas teorías encontraron nuevas dueñas en Nelsen y Lott, que escribieron el manual sobre educación para padres ‘Disciplina positiva’, un manual que aún hoy se toma como referencia de este enfoque. A grandes rasgos, se marcan cinco criterios a tener en cuenta entre las personas encargadas de la educación de los niños, de las que se hace eco la Asociación Disciplina Positiva España, fundada en 2015. Son los siguientes:
Sobre el papel, la disciplina positiva suena como un bolero, pero no siempre es sencillo ponerla en práctica. A fin de cuentas, todos hemos sido niños en algún momento, y en España este método no es el más habitual para educar a los más pequeños. De una forma u otra, a todos nos quedan restos de una educación más violenta y jerarquizada, de los que debemos desprendernos antes de enseñar a otros seres humanos.
Lo explica la maestra, psicóloga y directora de escuela infantil Marisa Moya, una de las referentes de la disciplina positiva en España, en una columna para el diario El País. En ella, destaca que “se trata de un paradigma que descarta el miedo a la hora de manejar el poder en las relaciones, que descarta los métodos punitivos y que pone el acento en dos grandes fuerzas generativas, inmensas e inagotables en beneficios: la confianza y el afecto”. La educadora asume que tendemos a asumir la inseguridad y desobediencia de los niños con herramientas eficaces a corto plazo, como los castigos, las humillaciones o los chantajes, que resultan contraproducentes y poco capacitadoras en el medio y largo plazo.
Para Moya, la clave para educar en esta disciplina correctamente está en cuatro puntos. Primero, entender que los adultos tenemos mucho que ver en los problemas de conducta de los niños. Segundo, poner en la convivencia la amabilidad y la firmeza simultáneamente. En tercer lugar, establecer unas normas claras y salvaguardar la dignidad infantil. Y, por último, crear entornos de respeto mutuo.
De esa forma, se crean espacios en los que hay espacio para el diálogo, las inseguridades y el entendimiento de los límites, y es menos probable que el niño desarrolle comportamientos disruptivos, asegura Moya. Poco a poco, estas habilidades pueden aprenderse y mantenerse en el tiempo.