La adolescencia es la época de la vida en la que somos más propensos a padecer trastornos de la alimentación. De hecho, la OMS los ha señalado como una de las enfermedades mentales de prioridad no solo en adolescentes, sino también en niños, por los riesgos que implica para la salud.
Hablamos de trastorno de la alimentación para referirnos a un comportamiento patológico ante la ingesta alimentaria y una obsesión desmedida por el control del peso, que tiene unas consecuencias muy negativas para la salud física, mental y social. Estas consecuencias son graves para un adulto, pero más para un adolescente que aún está en proceso de desarrollo a todos los niveles, y necesita una alimentación correcta y completa que le permita crecer sano. Por eso es importante que conozcamos cuáles son los trastornos alimentarios más frecuentes y cuáles son las señales que nos ayudan a detectarlos, ya que es la manera más eficaz de hacerle frente al problema y de poder ofrecerle a nuestros hijos toda la ayuda que sea necesaria para que lo superen.
Sabemos que la adolescencia es una etapa complicada para cualquier persona. Dejar atrás la infancia y sentir cómo el mundo adulto nos acecha aunque no estemos preparados para ello puede transformarse en un momento vital realmente complicado. Además, el cuerpo se encuentra en constante cambio, y en ocasiones resulta difícil identificarse con él y con la imagen que ofrece de nosotros mismos.
Los adolescentes son, sin lugar a dudas, muy sensibles a la presión social predominante, que pone su énfasis en tener un cuerpo delgado. Los referentes que invaden su retina tienen esos cuerpos 10 que quieren imitar, y la forma más inmediata es perdiendo peso. Modelos y deportistas están en su punto de mira, y su delgadez se traduce desde su visión en un reflejo de éxito personal y social que desean imitar. Es muy habitual que, incluso estando delgados, muchos adolescentes tengan una percepción irreal de su propio cuerpo y quieran adelgazar para sentirse bien.
También existen factores de tipo biológico o genético que hace que algunos adolescentes sean más propensos a padecer trastornos de la alimentación. Y la propia personalidad también ha de tenerse en cuenta, ya que hay perfiles, como los que tienden a la ansiedad o a ser muy exigentes consigo mismos, que ven afectada su relación con la comida.
La anorexia nerviosa es seguramente el trastorno más conocido,y consiste en reducir todo lo posible que comemos con la intención de perder peso. Quienes la padecen se sientes gordos, aunque estén delgados, y les produce auténtico pavor la idea de ganar peso. La imagen de uno mismo se distorsiona, y por muy delgados que estén nunca es suficiente. Pueden obsesionarse con la báscula y con contar calorías, y presentan una voluntad férrea a la hora de restringir lo que comen. Además, para acelerar la pérdida de peso, pueden hacer ejercicio físico, o tomar todo tipo de laxantes y diuréticos.
Las consecuencias que tiene la anorexia para la salud son muchas, desde la bajada de tensión y los mareos, hasta la pérdida de la menstruación y retraso en el crecimiento. También se traduce en ansiedad, depresión, y puede aparecer la idea de hacerse daño a sí mismo.
La bulimia nerviosa, al contrario que la anorexia, provoca a quien la padece que coma sin control y sin que sepa cómo parar, algo que se conoce como “comer por atracón”. Después llega el sentimiento de culpa y la persona tiene que hacer algo para compensar ese atracón, como provocarse el vómito, ayunar, tomar laxantes diuréticos o pastillas adelgazantes, hacer mucho ejercicio físico… El desajuste que se produce entre comer en exceso y la compensación hace que físicamente no se refleje en una evidente pérdida de peso, como ocurre con la anorexia, y que pueda incluso haber sobrepeso.
Entre las consecuencias físicas de la bulimia se encuentran la presión arterial baja, disminución del ritmo cardíaco, debilidd, erosión dental y caries, o sangrado en las heces y vómitos. En el plano emocional, se encuentran la ansiedad, la depresión, el posible consumo de drogas y la idea de hacerse daño a sí mismo.
El trastorno por atracón consiste en comer en exceso y de manera descontrolada, incluso sin hambre. A menudo se sienten mal tras haber comido tanto y son personas que llegan a alcanzar un gran sobrepeso. Pueden padecer diabetes, hipertensión, colesterol alto, hígado graso y apnea del sueño. Además de la ansiedad o depresión, pueden sentirse a menudo enfadadas o impotentes ante los acontecimientos de la vida.
El trastorno por restricción de la ingesta se manifiesta en un desinterés por la comida. Ocurre porque a quien lo padece le desagrada el olor, sabor o aspecto de la comida, o porque tiene miedo de atragantarse con ella, vomitar… Este trastorno no guarda relación con los anteriores, y no hay un interés por perder peso o una imagen distorsionada del aspecto físico.
Los trastornos alimentarios se caracterizan porque la persona que lo padece no es capaz de detectarlo, por lo que es necesaria la colaboración de entorno para advertir que algo esta ocurriendo y poder intervenir cuanto antes. Presta atención a estas señales en tu hijo y no dudes en consultar a un especialista ante la más mínima duda:
No olvides que la prevención es el mejor remedio, así que procura tener siempre una comunicación abierta con tu hijo, fomenta hábitos alimentarios saludables, así como de estilo de vida en general, presta atención a los mensajes de los medios de comunicación que le llegan y fomenta su autoestima, tanto a nivel físico como emocional.