Cuando Verónica y Brendan se casaron, ella era propietaria de una gran casa a las afueras de la ciudad. Verónica siempre ha sentido predilección por su vieja casa familiar. En cambio, Brendan nunca se ha sentido cómodo en ella. Lo ha intentado todo, incluso ha reformado personalmente la planta de arriba para su nueva familia, pero eso no le ha hecho cambiar de opinión. Ahora que sus hijos han crecido, Brendan no se imagina seguir viviendo en una casa incomoda. Verónica piensa que le queda muy poco para estar lista y que si consiguen terminar las reformas todos podrán ser felices en ella.