La piel es una de las zonas de nuestro cuerpo que más sufre con los cambios de temperatura. Así, con la llegada del verano, y del calor, y, sobre todo, con la incidencia del sol en nuestra piel, esta puede llegar a verse dañada. Y no solamente eso, también se puede producir la aparición de manchas o de las famosas pecas, que vuelven a nuestras vidas con la llegada de la temporada estival.
En los meses de verano, la exposición al aire libre y a los rayos del sol es mucho mayor. Por eso, la piel pone en marcha todos sus mecanismos de defensa y, uno de los más comunes, es la aparición de pecas. Estas son unos puntos de color oscuro y de tamaño variable que aparecen en la piel y que son más frecuentes en las zonas donde recibimos una mayor radiación del sol, como puede ser el rostro, las manos y los hombros.
Casi un diez por ciento de las células cutáneas son melanocitos y en su interior producen un pigmento llamado melanina, que absorbe la radiación ultravioleta de la luz solar, protegiendo los tejidos cutáneos. Estas células adyacentes a los melanocitos asimilan la melanina oscureciendo la piel y dotándola de ese característico color bronceado. Así, algunas pieles no producen la suficiente melanina para oscurecer todo el cuerpo de forma uniforme y, por eso, se produce la acumulación de pigmento en pequeñas áreas que reciben el nombre de pecas o melasmas.
Sí que es cierto que las pieles muy blancas son más propensas a tener pecas, de la misma forma que se queman con facilidad con la exposición al sol. También, son más habituales en los niños y en los adolescentes que en aquellas personas adultas, más en mujeres que en hombres y en verano que en invierno. Las pecas no son peligrosas ni causan problemas, pero sí que es cierto que debemos controlar su aparición. Son un indicador de que nuestra piel es más sensible a la radiación solar y, por tanto, debemos tener un cuidado más que especial.
Como ya hemos comentado, las pecas aparecen con la exposición al sol. Y, por eso, será muy importante protegerse bien, utilizando un protector solar muy alto y no exponiéndose demasiado al sol. Y no solamente eso. Además de utilizar el protector solar, también se podrá hacer uso de otros métodos, como puede ser un sombrero, unas gafas de sol o una sombrilla. Otra opción será evitar las horas centrales del día, en las que el sol está más alto y, por tanto, emite radiación con más fuerza. Por eso, será muy importante no tomar el sol durante esas horas.
Así, proteger la piel con una crema solar será importantísimo. Eso sí, el primer paso será saber qué tipo de protección solar debemos utilizar dependiendo de la tipología de la piel. Si se tiene la piel clara, lo mínimo será utilizar siempre un FPS mayor a 50. En cambio, si es más oscuro, como mínimo tendrá que ser de 30. Además, habrá que tener en cuenta que los menores de un año no tendrán que estar expuestos al sol, aunque a partir de los seis meses sí que es cierto que se les podrá aplicar protector solar.
Será muy importante tener en cuenta la fecha de caducidad para asegurarnos que continua en perfectas condiciones. Por otra parte, debe aplicarse media hora antes de la exposición directa al sol y repitiendo su aplicación cada dos horas. Como hemos comentado, habrá que evitar las horas centrales del día, que incluyen desde las doce del mediodía hasta las cuatro de la tarde. Fuera de ese rango, también habrá que utilizar crema solar, incluso en los días que veamos que está más nublado.
A la hora de ponerte el protector no te debes olvidar de algunas zonas como el empeine, la zona de atrás de las rodillas, la nuca, las orejas, las axilas, las ingles y los párpados. También, será muy importante no aplicarse solamente el protector solar en la piscina o en la playa, sino que también habrá que hacerlo cuando estemos paseando por la calle o realizando actividades al aire libre. Otra recomendación será hidratar bien el cuerpo por dentro, bebiendo agua, comiendo fruta y verduras.