Conocer cuál es nuestro tipo de piel es el primer paso para poder cuidarla correctamente, pero lo cierto es que no todo el mundo sabe identificar correctamente a cual pertenece la suya. La calidad de la piel depende de la predisposición genética, pero también de factores ambientales y, cómo no, de la edad, así que el tipo puede ir cambiando en diferentes momentos de nuestra vida. Si observamos con detenimiento nuestra piel podemos descubrir los signos y señales que nos ayudarán a identificarla de manera correcta.
Los tipos de piel se clasifican en cuatro: piel normal, piel seca, piel grasa o seborreica y piel mixta. A esta clasificación debemos añadir, además, el tipo de piel sensible y atópica. Vamos a contarte cómo puedes identificar cuál es la tuya y cómo debes tratarla según sus necesidades.
De poros fino, suave y sedosa, se considera el tipo de piel ideal, la que nos permite disfrutar de unos cuidados mínimos sin apenas esfuerzo. No se irrita con facilidad y no se muestra ni seca ni grasa. Además, resiste muy bien los pequeños errores cosméticos que en ocasiones podemos cometer contra ella. Pero esto no significa que no se deba prestar atención a su cuidado, porque si no acabará perdiendo todo lo bueno que la caracteriza. Por suerte es muy receptiva a los principios activos de los cosméticos, y con una buena rutina de limpieza e hidratación notarás cómo se mantiene perfecta. No olvides utilizar un contorno de ojos y realizar una exfoliación suave una vez por semana. Incorpora la protección solar a los cuidados y además evitarás que tu piel tenga un envejecimiento prematuro. Por supuesto, mantener a raya los niveles de estrés y seguir una buena alimentación te ayudarán a mejorar aún más su estupenda condición natural.
La piel grasa se caracteriza por producir más sebo del que es necesario. Esto se traduce en una piel excesivamente brillante, con los poros abiertos y tendencia a las impurezas, como granos y espinillas. Las causas suelen ser de tipo genético, aunque también influyen las fluctuaciones hormonales, el estrés y una mala alimentación.
Para cuidarla correctamente es fundamental realizar una limpieza por la mañana y por la noche para evitar que la suciedad se incruste en los poros. Los productos anti-bacterianos te ayudarán a conseguirlo. Realiza una exfoliación una vez por semana y ponte una mascarilla que te ayude a regular el exceso de sebo. Utiliza una crema matificante para evitar los brillos y resiste la tentación de tocar las impurezas con las manos. A la hora de comer evita los alimentos y condimentos picantes, porque no le sientan nada bien a este tipo de piel.
Al contrario que lo que le ocurre a la piel grasa, la piel seca carece de la hidratación y la grasa necesaria. Como consecuencia, su aspecto es áspero y con descamaciones, y es normal la sensación de tirantez, además de que es habitual sentir picores. En ocasiones se irrita con facilidad ante la exposición a los agentes externos medioambientales y a los cambios de temperatura.
Utiliza una buena hidratante a diario, enriquecida con aceites naturales, con factor de protección solar para mantenerla bien protegida. Si antes de la crema utilizas un sérum ya verás cómo mejora su aspecto visiblemente. Puesto que lo que le falta a tu piel es hidratación es fundamental que también la cuides desde dentro, por lo que además de seguir una alimentación saludable es recomendable que bebas 2 litros de agua al día.
Este tipo de piel es una mezcla de las dos anteriores, la grasa y la seca. Se caracteriza por su aspecto brillante y la aparición de pequeñas impurezas en la llamada zona T (frente, nariz y barbilla), mientras que la zona de las mejillas puede mostrarse normal, pero generalmente está seca.
Si tienes la piel mixta debes limpiarla con cuidado por la mañana y por la noche, utilizando agua tibia en lugar de fría o caliente. A la hora de hidratarla elige siempre tratamientos específicos para este tipo de piel y no te excedas en la cantidad de producto.
La piel sensible se caracteriza por enrojecer con facilidad, picar y estar tirante. Es muy sensible a los factores externos como los rayos UV, la sequedad de la calefacción o el estrés, que hacen que se desequilibre. Es frecuente en mujeres jóvenes y suele mejorar con la edad.
A la hora de buscar un tratamiento que la cuide, debes asegurarte de que se trata de uno que la ayude a reforzar la barrera de protección natural para ser más resistente, además de proporcionarle alivio. Elige productos sin perfume para evitar irritaciones. A la hora de limpiarla, sécala con la toalla mediante suaves golpecitos.
Las pieles atópicas son aquellas propensas a padecer dermatitis, y es una condición que se hereda en los genes y se aprecia en una piel que se descama, pica y escuece. Que pueda desarrollarse o no la dermatitis va a depender de factores externos, como la contaminación, y también de la alimentación y los productos que usemos para su cuidado. El estrés, además, es uno de los peores enemigos de este tipo de pieles.
Necesitan pocos productos para mantenerse sanas, pero es necesario que sean de la mejor calidad y específicos. Han de contener emolientes y es fundamental utilizarlos a diario. Si guardas las cremas en la nevera notarás cómo se alivia el picor, ya que el frío hace que disminuya. No te laves la cara con agua demasiado caliente y sécala con suaves golpecitos de toalla.