El 18 de marzo de 1995, Sevilla vivió uno de los días que forman parte de su historia más relevante: la Infanta Elena y Jaime de Marichalar celebraban su boda. La primogénita de los reyes de España era la primera en contraer matrimonio y la capital andaluza fue testigo de excepción del esperado enlace. Doce años después, la casa real anunció “el cese temporal de la convivencia” y se puso fin a este matrimonio, pero sin duda nos dejaron una boda que es digna de recordar.
Los andaluces se echaron a la calle ese día para ver de cerca la boda de la Infanta Elena con Jaime de Marichalar y todo lo que tuviera que ver con el histórico evento. La elección de la ciudad fue un homenaje de la Infanta a su abuela paterna, la condesa de Barcelona María de las Mercedes. Había vivido allí hasta 1931 cuando, al proclamarse la República, partió con sus padres al exilio.
La ceremonia tuvo lugar en la Catedral de Sevilla, donde se congregaron más de 1.500 invitados, y toda la ciudad se volcó para festejar la boda, engalanándose con banderolas y mantones de Manila, y acogiendo a los novios y a sus invitados con verdadera pasión.
Haciendo gala de su inconfundible estilo clásico y de su apoyo a la moda española, la Infanta llevó en su gran día un vestido diseñado por el sevillano Petro Valverde. Con un acertado corte princesa, tenía una manga que llegaba al codo, un discreto y favorecedor escote cuadrado, y tenía decoraciones en hilo de seda. Pero lo más espectacular era, sin duda, el velo de tul de más de cuatro metros con el que la novia remató su look.
El detalle definitivo fue la tiara de los Marichalar con la que la Infanta Elena adornó su cabeza. Fue un regalo de la madre del novio a la Infanta, y se trata de una joya realizada en oro blanco y diamantes. Además, llevó una pulsera que perteneció a la infanta Isabel de Borbón y unos pendientes de perlas y diamantes de su madre.
Fue una boda multitudinaria a la que no faltaron los principales representantes de la vida política del país, así como la alta sociedad y miembros de otras casas reales. Allí estuvieron el entonces presidente del Gobierno, Felipe González, el sultán de Brunei, Beatriz, de Holanda, Noor de Jordania y Rainiero de Mónaco con el príncipe Alberto, entre otros.
El banquete se celebró en el palacio mudéjar de los Reales Alcázares, al que los novios llegaron en una calesa del siglo XVIII tras hacer un recorrido por la ciudad. El artífice del menú fue el sevillano Rafael Juliá, que ofreció a los asistentes lubina del Cantábrico con trufas y almendra, perdiz roja y tarta de chocolate decorada con flores de lis.
En realidad fueron más de una, pero la más comentada fue el despiste que tuvo la novia, seguramente por los nervios del momento, y no pidió la venia a su padre antes de dar el “sí”. La segunda fueron las lágrimas de don Juan Carlos, que no pudo contener la emoción al ver a su hija mayor contraer matrimonio. Como detalle especial, no podemos olvidar que la fallecida cineasta Pilar Miró fue la encargada de retransmitir en directo para la televisión el real enlace.