“¡Sofi, cógelo!”, anunciaba Juan Carlos mientras lanzaba un paquetito por el aire. Dentro había un anillo, como relataba Sofía años después, pero no era cualquier joya, era el anillo de compromiso que marcaría el punto de inflexión en la relación de los futuros Reyes de España. Era septiembre de 1961 y la boda se celebraría el 12 de mayo del 62.
Se conocieron en 1954, a bordo del crucero Agamenón, una escapada para la realeza que había organizado la madre de Sofía, pensada para que se conocieran los jóvenes en edades casaderas, pero entre ellos no surgió la chispa.
Tal vez porque eran unos niños, ella tenía 15 años y él uno más, o puede que porque por aquella época ella fuera una de las candidatas a comprometerse con Harald de Noruega y Juan Carlos bebiera los vientos por María Gabriela de Saboya. Ninguna de estas relaciones pudo ser, Harald estaba completamente enamorado de Sonia, hoy su mujer, y Franco no aprobaba la elección de Juan Carlos.
En la boda de los duques de Kent, celebrada en junio del 61, esto cambió y el resto, es historia.
La pareja se casaba en Atenas y los nervios de todo el mundo estaban a flor de piel, de los contrayentes, pero también de los habitantes de la zona, que vivieron esta unión con gran emoción y, sobre todo, mucha curiosidad. Se casaba el príncipe de España con la hija mayor de los Reyes de Grecia.
La ceremonia tuvo lugar en la catedral de San Dionisio, donde acababa el cortejo que salía desde el Palacio Real de Atenas. A las 10 de la mañana se iniciaba la ceremonia católica, la primera de todas las que tuvieron lugar, celebrada en español y en griego. La pareja contó con tres ceremonias, la ortodoxa, la católica y la civil, acuerdo al que llegaron todas las partes para permitir que la boda tuviera lugar. Tenían que estar conforme don Juan, Franco y el Vaticano.
El novio llegó en coche descubierto, y la novia en un coche de caballos del siglo XIX tirada por cinco caballos blanco. Ella llegó junto a su padre y escoltada por su hermano Constantino, por aquel entonces heredero al trono, que iba al lado a caballo. Entre los invitados, unos 150, estaba lo más granado de las monarquías europeas, incluso contaron con la presencia de Rainiero de Mónaco y Grace Kelly.
Después de la primera ceremonia, celebrada entre claveles rojos y amarillos llegados desde España, se desplazaron hasta la Basílica de Santa María, para la ceremonia ortodoxa. Desde allí regresaron al Palacio Real entre aplausos y vítores de todos los congregados.
Doña Sofía lució un vestido de lamé plateado de Jean Desses, recubierto de tul y encaje, con una cola de casi siete metros y el velo de su madre, que sujetó con la tiara prusiana, regalo de bodas de su madre, la misma que escogió doña Letizia para su propia boda. Juan Carlos utilizó el traje de teniente de Infantería del Ejército de Tierra.