Es normal que, en ciertas ocasiones, la comida que tenemos en el frigorífico se ponga mala. También sucede en el caso de un alimento tan completo y versátil como es el huevo. Es rico en nutrientes, una fuente de proteínas, vitaminas y minerales, aunque también puede provocar toxiinfecciones. Así, puede ser que te preguntes si sigue en buen estado o si se ha pasado de fecha. Comprobarlo se podrá realizar de una forma sencilla, fácil y desde casa.
Pero, ¿cómo se hace? Muy fácil: sumergiéndolo en agua. Aunque eso sí, para comprender por qué el huevo puede llegar a ponerse malo habrá que saber cuál es su composición. Un huevo estará formado por diferentes partes y, en el caso de que realices un corte transversal, podremos distinguir entre la cáscara, la membrana interna y externa, la cámara de aire, la clara y la yema.
A medida que van pasando los días, los huevos podrán perder calidad. De esta manera, el agua que contiene se va evaporando a través de los poros de la cáscara, provocando un aumento de la cámara de aire interna y una pérdida paulatina de peso. Por tanto, un huevo viejo sería más fluido, con la yema irregular y más inflada, desviada hacia un lateral y con una clara con un menor volumen y más líquida.
Como ya hemos comentado, para saber si el huevo está malo o no sin abrirlo, lo podremos introducir en un vaso de agua fría. Como hemos podido deducir, con todo lo anteriormente mencionado, a medida que el alimento envejezca irá subiendo hasta flotar de forma completa. Esto ocurre porque la cámara de aire irá aumentando y el huevo perderá peso. Así, un huevo más fresco deberá hundirse por completo, depositándose en el fondo del recipiente de forma horizontal.
Con el paso del tiempo, el huevo empezará a alzarse, quedando en el fondo, pero de manera vertical y poco a poco irá subiendo hasta flotar en la superficie. En estos casos, habrá que desecharlo. Eso sí, este método solamente se aplicará con aquellos huevos que vamos a utilizar o a consumir de forma inmediata. Y nunca habrá que mojar o lavar los huevos antes de almacenarlos.
También, para comprobarlo se podrá abrir un huevo y verterlo en un plato o un recipiente y comprobar el estado de la yema y de la clara. La calidad del huevo disminuye mientras envejece, por lo que, si se observa que la yema es plana, se mueve con facilidad y está totalmente difuminada y delgada, puede ser que la frescura ya haya pasado.
Para ello, habrá que sostener el huevo cerca de la oreja y agilarlo para detectar un sonido de salpicadura o chapoteo. Si el huevo ya está viejo, la yema y la clara comenzará a secarse y a encogerse, mientras que la bolsa de aire dentro del cascarón se hace más grande. Si eso ha pasado con el huevo podrás escuchar mayor ruido dentro de él al agitarlo. Por eso, un huevo fresco no deberá hacer mucho ruido al ser sacudido.
Para que los huevos no se pongan malos podremos seguir, en casa, una serie de consejos. Será muy importante refrigerarlos una vez lleguemos a casa, ya que el frío de la nevera alargará su vida útil. Además, habrá que recordar que hay echar un vistazo a la fecha que aparece marcada junto a los códigos de identificación. Esta no será de caducidad, pero sí que nos indicará el consumo preferente. Esta se fijará contando 28 días desde el día de la puesta, siendo adecuado su consumo posterior si se mantiene la calidad.
Para conservarlos correctamente y evitar las intoxicaciones habrá que guardar los huevos en la nevera, conservarlos en su propio envase, no lavarlos antes de almacenarlos y evitar la contaminación cruzada.