37 años dan para mucho. Y si te llamas Ruth Lorenzo, para qué contarte. Todo comenzó en Las Torres de Cotillas (de ahí ese 'Viva Murcia' que repite hasta la saciedad). Allí nació como la quinta de seis hermanos, con una madre que acababa de separarse y estaba intentando empezar de cero. De su padre biológico nunca supo nada. Y una vez fallecido, a la artista siempre se le quedó grabado a fuego aquello de 'y si le hubiese llegado a conocer'.
Fue a raíz de esa ausencia cuando comenzaron los problemas. Traumas, trastornos de la alimentación, inseguridades... Todo de la mano de una educación marcada por la religión mormona. Con el tiempo llegó la música, 'Factor X', la fama apabullante, el "que no te conozca nadie", su paso por Eurovisión. Por eso esa intensidad, porque para vivir la suya a muchos les hacen falta unas cuantas vidas. Y se quedarían cortos.
Para entender un poco mejor ese rompecabezas que deja entrever el cerebro de Ruth debemos remontarnos a unos cuantos meses antes de su nacimiento. Su madre estaba dispuesta a abortar en Francia después de una ruptura complicada y cuatro hijos a su cargo. Hasta que en el tren se topó con dos misioneros que le explicaron que 'Dios estaba con ella'. Y se bajó del vagón. Ahí entró en juego el mormonismo. Antes de dar a luz, su madre ya estaba bautizada y su entorno se había convertido a esta religión, un movimiento poco usual para una familia murciana de clase media.
La congregación a la que pasaron a formar parte apenas contaba con poco más de cien miembros. Y más allá de los prejuicios que ha aguantado por su creencia mormona (se despega del cristianismo en ciertas doctrinas concretas como la poligamia o el no consumo de alcohol), a ella le descubrió el valor de la familia. "También me sirvió para mantenerme alejada de las drogas", contó en una entrevista para 'Viajando con Chester'. El no apoyo al colectivo LGTBIQ+ es la única pega que le pone a esta religión a la que, sin pretenderlo, ha ido dando visibilidad. Esa que le hizo ser emigrante en plena preadolescencia.
Ruth pasó de crecer en Murcia a iniciar una nueva vida en Utah con su familia. Allí casi un 60% de la población pertenecen a esta religión. Los Lorenzo dejaron de ser unos incomprendidos. Y cuando Ruth vivió este cambio de aires, venía de experimentar otro importante revulsivo. Se acababa de enterar que el hombre con el que se había criado, el último marido de su madre, no era su padre biológico. Y aunque en un primer momento no acabó de asimilarlo, este "trauma" fue calando hasta derivar en problemas alimenticios.
Una anorexia que pasó a convertirse en bulimia la marcó para siempre. "Empecé a dejar de comer. Cuando se empezó a notar en casa, aprendí a vomitar", relató en esa entrevista para el espacio de Cuatro. Tantas emociones le pasaron tal factura que, con el tiempo y a base de terapia, ha descubierto que fue una forma de "torturarse para no mostrar ese dolor a los demás". Todo esto lo vivió sola. Nadie se dio cuenta de qué estaba sucediendo en esa cabecita.
"Me hizo sentirme muy sola. No podía contar nada, me daba vergüenza". Era una forma de proteger a su madre, que "ya bastante había tenido en su vida". Un intercambio de roles en el que la hija protege a la madre, una mochila de traumas de la que sigue intentando desprenderse y que también le pasó factura cuando todo iba bien. Porque después de tantos palos conoció el éxito, el de verdad, el que llega sin avisar. Y de aquella experiencia también sacó un aprendizaje.
Con dos añitos ya había comenzado a cantar. Sabía que era una crack en eso, pero no se lo terminaba de creer. "Es miedo al fracaso", lo define. Y aunque ya había tenido el visto bueno de un cazatalentos, no fue hasta los 25 años, según puso un pie en Londres y se presentó a 'The X Factor', cuando conoció lo que es triunfar de verdad. Quedó finalista y el trabajo vino ligado a la fama. No había inglés que no hubiese visto su icónica versión de 'Purple Rain'. Pero eso no duró mucho. Un 'no' a una discográfica que quería crear de ella un producto le hizo ganar en libertad. Y también desaparecer del mapa. "Que le den por culo al dinero", pensó. Tocaba volver a empezar.
Lo demás es historia. Volvió a España, comenzó a trabajar en la carrera que ella quería desarrollar, más allá de las cifras y las listas de éxito, y Eurovisión le dio una oportunidad. Aquel 'Dancing in the rain' desde Copenhage nos dio una de las mejores posiciones de la década. Y desde entonces se ganó a pulso el ser una fija en la industria musical española. Decenas de temas propios, infinidad de programas de televisión, varias giras... Quien no la haya escuchado cantar por Whitney Houston en 'La Llamada', que corra a verla.
Esta sobreexposición podría hacer pensar que lo sabemos (casi) todo de ella, pero hay una parcela de su intimidad que sigue siendo un misterio. La identidad de la pareja de Ruth Lorenzo es un secreto para el gran público. En redes sociales, ni rastro de él. Ni siquiera durante el confinamiento, donde la cantante lo ha dado todo por aportar luz a un túnel que parecía no tener salida. Un decisión consciente que parece que mantendrá para largo: "Mi vida sentimental me la guardo para mí solita. Soy una curranta, de eso es lo que me gusta hablar siempre". Como si narrarnos esa vida a base de golpes no fuese un gesto de generosidad y de abrirse en canal. Pero así es nuestra Rulo, un ídolo que defiende que ha de ser ella y no otros la que tome el control.