Entró en el gobierno, y hablamos por ella, “para cambiar las cosas y mejorar la vida de las personas”. Pablo Iglesias, con el que llegó de la mano al consejo de ministros como una de las caras de Unidas Podemos, así se “lo demostró”. Y él, que acaba de retirarse de la política nacional para competir contra Ayuso en las autonómicas por Madrid, le ha cedido el testigo.
Yolanda Díaz ya es la nueva vicepresidenta segunda de Pedro Sánchez. Compaginará este rol de responsabilidad con su cartera de Trabajo y Economía Social, esa que cogió en enero de 2020 para, y seguimos parafraseándola, velar por “la protección del empleo y de las personas trabajadoras”. Y ahora que previsiblemente se presentará a las elecciones generales para convertirse, según Iglesias, “en la próxima presidenta de España”, toca ahondar en lo personal.
Cada vez que ha tocado hablar de su intimidad, esta “galega” que cumplirá los 50 el próximo 6 de mayo siempre ha dicho de sí misma que su vida es “más bien aburrida”. Aunque la política le forzó a acostumbrarse a Madrid, Yolanda Diaz siempre ha tirado de la “terriña” para no olvidarse de quién es. Porque fue allí donde vivió todas sus primeras veces.
Creció en una casa “llena de gente. Era la pequeña de tres en Fene, concretamente en el barrio obrero de San Valentín, en A Coruña, donde siempre ha declarado con orgullo que fue “la primera niña” en nacer. De ahí marchó a Santiago, donde experimentó toda su etapa universitaria.
La Filología siempre fue algo que le llamó, pero cuando llegó el momento de decidir se decantó por el Derecho, una licenciatura que amplió con (no uno, sino tres) másteres en Urbanismo, Relaciones Laborales y Recursos Humanos. Tras varios años ejerciendo, decidió estar aún más cerca de los suyos y abrir su propio despacho en Ferrol, donde hasta que entró en el gobierno mantuvo su residencia. Fue aquí, en este punto vital, cuando entró en juego la política.
No era de extrañar que Yolanda Díaz terminase donde está hoy. Al menos para su entorno. Su padre, Suso Díaz, militó en el PSG y fue Secretario General de Comisiones Obreras en Galicia y su tío Xosé representó al BNG en el Parlamento gallego. Hasta Santiago Carrillo ya vio maneras en ella cuando con apenas era una cría le “besó la mano” cuando se pasó por el barrio a conocer a “los niños del partido”.
Esta herencia sindicalista que traía de casa (“sentía que mi familia era distinta”) fructificó en 2005 cuando, después de lidiar con problemáticas laborales y de asesorar a la cofradía de pescadores y mujeres, accedió a ser concejala de Esquerda Unida para acabar convirtiéndose en teniente de alcalde del consistorio ferrolano y ocupar la coordinación nacional del partido.
Su creciente presencia en la izquierda gallega tuvo un punto de inflexión al concurrir bajo la coalición AGE de la mano de Xosé Manuel Beiras en las elecciones al Parlamento de Galicia en 2012. Tres años más tarde llegaría el salto a la política nacional como diputada. En octubre de 2019 cortó lazos con su partido, aunque sigue siendo militante del PCE. Y lo demás es presente.
En este camino, desde antes de iniciar esta escalada política, siempre ha estado acompañada por otro ferrolano. Hablamos de Juan Andrés Meizoso, un delineante al que conoció durante sus primeros años como abogada y con el que contrajo matrimonio el 15 de noviembre de 2004.
A la boda, que se celebró en el centro cultural Torrente Ballester de Ferrol, se presentaron con un vestido rojo y un traje chaqueta color crema, respectivamente. Un enlace civil fruto del cual, años más tarde, llegó Carmeliña.
Tanto su marido como su hija están muy presentes en el feed de Instagram de Yolanda Díaz. Al contrario que otros compañeros de congreso, la nueva vicepresidenta del gobierno nunca ha intentado esconder a su familia de los curiosos.
Post a post nos ha ido haciendo partícipes de las ocurrencias de esa hija única con la que, especialmente durante el confinamiento, dio visibilidad a los problemas de conciliación de los que se ha tenido que ocupar desde su ministerio.
Este tema, el de la maternidad, ya fue algo a lo que dio voz al poco de dar a luz, cuando emuló a otras compañeras como Carolina Bescansa o su intimísima amiga Irene Montero al llevarse a la pequeña a las reuniones de trabajo. Tampoco le ha importado confesar que duerme poco, como todos, o que echa de menos el mar. Pero si algo recuerda con nostalgia es la presencia de su madre, una mujer "alegre y generosa" a la que perdió hace más de siete años y a la que quiso homenajear poniéndole su nombre a su hija.