El discurso de Pedro Almodóvar en la décima edición de los Premios Feroz ha sido épico. Diez minutos de agradecimiento por ese Feroz de Honor que reconocía su posición en el audiovisual español que ha empezado entre lágrimas y ha cerrado con una reivindicación. Lo primero, por su madre, fallecida en 1999, a la que volvió a ver en un vídeo que se emitió justo antes de subir al escenario y que le provocó tal conmoción que no pudo evitar llorar ante sus compañeros de gremio. Lo segundo, por la crítica situación que atraviesa la sanidad pública en Madrid, ciudad que le acogió cuando era un bicho raro hace ya cuatro décadas. Pero entre medias, el director ha dado mucho más contenido para desentrañar.
Haciendo un repaso a qué le ha marcado en esta trayectoria vital que anoche se homenajeaba estaba "ser un forastero en una ciudad como Madrid". Esa ciudad a la que llegó en 1969 después de una infancia rural en la que fue educado en "una cultura muy universal basada en la supervivencia ante cualquier circunstancia". Unas herramientas que, al cambiar de vida y dejar de ser "el niño raro del pueblo" a descubrir que existía gente tan "rara como él" en la que terminó convirtiéndose en su "casa".
Durante esos comienzos, tal y como ha compartido con los asistentes a esta entrega de premios en la que se reconocían las mejores películas y series del año, se enamoró. Una complicada 'primera vez' que "fue motivo, primero de dolor, pero después de gran inspiración", por el hecho de "haber tenido un primer novio adicto". Según ha expresado un Almodóvar aún emocionado, "yonki" es un término que no le gusta verbalizar, "sobre todo de alguien que ya no lo es". "Sufrí mucho, pero años después me inspiró mucho más de lo que había sufrido, y aprendí mucho también", ha asumido.
Antes de hacer referencia a su loca juventud en Madrid, Pedro también ha querido recalcar lo que le marcó (en este caso para mal) su adolescencia estudiando dos bachilleratos, primero interno con los salesianos y después con los franciscanos. "Fue la peor época de mi vida. Especialmente con los salesianos. La pésima educación que recibí en todos los sentidos, tanto académica como humana, me convirtieron en un analfabeto y en un ateo". De esto habla en 'Dolor y gloria' y 'La mala educación', dos de los filmes de los que se siente más orgulloso. Sin embargo, como ha contado ahora, "ninguna de las dos compensa el terror que viví los tres años que pasé".
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