Todos los fines de semana, Iria pone el móvil en modo avión. “El modo avión es felicidad”, confiesa. Sus personas más cercanas saben que, si pasa algo importante o grave, pueden contactar con ella a través de su pareja. Pero, más allá de eso, los fines de semana Iria no recibe ni mensajes ni llamadas. “Es un descubrimiento reciente. Antes simplemente no contestaba, con lo que quedaba un poco borde. Llevo muy a rajatabla lo de la desconexión digital, creo que es importante para la salud mental”, asegura.
La entrevistada admite que tiene una relación algo compleja con WhatsApp, una herramienta que le parece “muy invasiva” y que ella usa solo para cosas concretas. “Para quedar, para comunicar algo, pero nunca para socializar”, señala. Pone como ejemplo extremo de horror un grupo de más de 70 personas en el que estaba (era el grupo de una ONG). Aunque el objeto del grupo era compartir cosas relacionadas con la organización y nada más, la gente daba los buenos días y compartía memes a veces políticos sin tener en cuenta que allí había personas con distintas sensibilidades.
Las razones que han llevado a Iria a establecer unos límites tan estrictos —se ha negado también a estar en grupos de WhatsApp laborales— no son raras: un 66% de las personas encuestadas por la empresa 'Secure Data Recovery en 2023' aseguraban haberse sentido en algún momento abrumadas por los chats en grupo (especialmente las mujeres) y un 75% tenía alguno de estos grupos silenciado, otra forma común de poner freno a tanta notificación. La encuesta se hizo en Estados Unidos, aunque los resultados son fácilmente extrapolables. Pero ¿por qué nos estresan tanto los grupos de WhatsApp?
“La pregunta adecuada en este caso quizás sería: en general, ¿cómo nos encontraríamos si cada día estuviéramos horas en grupo, sin descanso, de lunes a domingo? Seguramente acabaríamos saturados de tanta relación social y lo que conlleva: energía, exceso de estímulos, carencia de tiempo personal en privado… pues esto es lo que nos ocurre con WhatsApp, acabamos empachados cuando hay un abuso en su consumo”, explica la psicóloga Mayte Moreno, directora de Mentalis, centro de atención psicológica en Barcelona.
Tanto ella como la también psicóloga Gabriela Paoli, experta en tecnoadicciones y autora del libro 'Salud digital', coinciden en que el grado de estrés al que nos puede llevar un grupo de WhatsApp depende también de la personalidad de cada una. Las personas más extrovertidas lo llevarán mejor, señala Moreno; mientras que Paoli apunta a las personas “tipo B”, menos propensas al estrés y a sentir que tienen que contestar a cada mensaje. Hay, además, factores externos que también suman: el entorno de cada persona, su situación laboral, sus relaciones…
Aunque tanto las aplicaciones de mensajería instantánea como las redes sociales contribuyen a una hiperestimulación e hiperconectividad cuyas consecuencias negativas para la salud ya se están viendo en muchos estudios (las expertas enumeran, entre otros, ansiedad, problemas de sueño, desmotivación, apatía, aislamiento, frustración, pérdida de habilidades socioemocionales o dolores de cabeza), el chat puede generar un descontento más directo. “Las redes sociales saben más de nosotros que nosotros mismos. Nos tienen bien estudiados y calados”, dice Gabriela Paoli. Por esta razón, nos enseñan cosas que nos gustan y generan esa dopamina. “En cambio en los grupos de WhatsApp nos podemos encontrar enfrascados en discusiones, malentendidos, en desencuentros…aquí no solo estás tú, sino que también se suma la variable del otro o los otros. Es decir, de cómo están, de qué hablan, si lo pillas en buen momento, etc.”, indica. Es otra de las cosas que dice Iria: “en WhatsApp no hay tono, faltan muchas cosas”.
Aunque haya ocasiones en las que nos gustaría tirar el teléfono por la ventana y volver a vivir como hace veinte años, lo cierto es que, en pleno siglo XXI, la desconexión permanente por elección es un privilegio que muy pocas personas se pueden permitir. Sí se puede, eso sí, reevaluar nuestra relación con la tecnología y empezar a cambiar cosas. “El primer paso es que debemos ser conscientes y aceptar que es una realidad, que no son cuentos chinos. Estamos viendo en consulta muchísima gente afectada por el abuso del consumo de internet en cualquiera de sus formas”, alerta Gabriela Paoli.
A partir de ahí, hacer evaluación, medir el consumo a través del propio smartphone y activar un plan de acción. “Establecer tiempos a cada aplicación, tiempos de conexión y desconexión y poner límites y entrenarnos en el autocontrol, evitar ser cortoplacistas”, recomienda. Además, es conveniente también hablar con nuestro entorno para evitar problemas. “Lo mejor es comentar y compartir lo que te está pasando. Y, sobre todo, informar de cómo sueles comunicarte o deseas comunicarte a partir de que tomes cierta decisión de gestionar diferentes a los grupos de WhatsApp”, explica.
En su libro, Paoli habla de la importancia de crear un “yo digital” de forma consciente y racional, nuestro propio modo de interactuar con y a través del mundo online, algo que nuestros contactos conozcan. Además, este yo “debe estar en permanente evaluación, porque no hay que olvidar que las apps y las redes sociales están diseñadas para volver nuestras mentes adictas y quedarnos enganchados”.
En cuanto a los 'detox digitales' que están tan de moda, Paoli indica que los recomienda solo en casos específicos porque prefiere promover un consumo consciente y responsable. “Si bien no suelo ofrecer recetas mágicas, sí suelo recomendar hacer ‘limpieza digital’: quitar perfiles, cerrar grupos que sientas que no te interesan, borrar aplicaciones o redes sociales que no te aportan nada”, sostiene.
Elegir de forma racional cuándo, dónde y cómo usaremos cada tecnología. De este modo, el uso del teléfono “tendrá su momento, igual que lo tienen las horas de comer, lavarse los dientes, el horario laboral o ver la televisión”, ejemplifica.
Establecer límites temporales. Por ejemplo, se puede fijar "una hora para ‘aparcar’ el teléfono por la noche y ‘recuperarlo’ por las mañanas”, defiende. “El límite nocturno es fundamental para ayudar al cerebro a desactivarse, y prepararlo para poder dormir bien y que el sueño sea de calidad y reparador”, explica. Muchas personas han pasado ya a expulsar el teléfono del dormitorio y volver a usar un despertador tradicional.
No usar la tecnología como sustitutivo de nada. No hay que olvidarse de relacionarse con “personas reales de carne y hueso” o de hacer cosas en el mundo real. “Usa la tecnología para que sume en tu vida, no para que reste. Lee libros físicos, ve a conciertos, queda con amigos, visita tiendas físicas, viaja y conoce el mundo, sal y haz ejercicio físico, pasa momentos en soledad y conócete… tu propia naturaleza te lo agradecerá con salud”, concluye la psicóloga.
En definitiva, no se trata de abandonar la tecnología por completo, sino más bien de usarla para mejorar nuestra vida. En el caso de WhatsApp, por ejemplo, si vemos que esa conversación sin fin nos genera ansiedad, usarlo para quedar. ¿Que nuestras amigas viven lejos o la vida moderna nos impide encontrar un hueco en la agenda? Las largas conversaciones por teléfono, eso tan anticuado y en peligro de extinción, pueden ser una buena idea.
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