Las redes sociales llegaron y vencieron. Han cambiado nuestra forma de vida, las hemos integrado en ella ya de forma inconsciente y, lo más delicado de todo, han modificado cómo nos miramos a nosotros mismos. Está claro que son una herramienta comunicativa como nos habíamos visto antes, pero a las que nos lanzamos sin un manual de uso a nivel emocional. Y ahí fue donde las fronteras entre lo real y lo irreal se entremezclaron como nunca antes en nuestra vida cotidiana. Instagram es el mejor ejemplo de cómo desvirtuar la realidad, sobre todo por los filtros para fotos y su línea de peligro, más fácil de cruzar de lo que pensamos.
En estos momentos, gran parte de la población que usa esta red de manera habitual se divide en dos grupos (principalmente mujeres): las que ya no quieren usar filtros para fotos porque han visto mermada su autoestima, y las que son incapaces de compartir una imagen suya sin haberla filtrado para mejorarla, en mayor o menor medida.
En ambos casos, queda claro que la utilización de filtros no es gratuita para nuestra autoestima: o bien la eleva con una falsa perspectiva, o bien la hunde al mostrarnos lo que nunca llegaremos a ser. Y habría que añadir un tercer grupo, que es el que utiliza los filtros para fotos de manera desmedida, llegando a mostrar un aspecto que difiere tanto de la realidad que evidencia una alteración de la propia percepción muy perjudicial.
Pero el caso es que los filtros están ahí, y sabemos que es posible usarlos de una manera equilibrada, artística e incluso divertida, sin cruzar líneas de fuego que alteren nuestra visión de la realidad y de nosotros mismos. Toma nota de estos consejos que te permitirán seguir disfrutando de los selfies sin que tu propia imagen se vea dañada, ni para ti misma, ni para los demás.
Son incontables los filtros que funcionan sobre tu rostro como un verdadero disfraz, y lo cierto es que los resultados son de lo más divertido: orejas de animales, ojos enormes, brillos por todas partes... Cuando hicieron su aparición hace años era difícil no caer en probarlos todos y, admitámoslo, morirnos de la risa. Todavía los hay que resultan de lo más sorprendente, y no producen ningún daño para quien los usa, y mucho menos para quien los ve. Son un juego como cualquier otro, y no tienes por qué perderte esta diversión.
Este es el punto verdaderamente delicado de los filtros para fotos. Utilizarnos para vernos mejor es, para un alto porcentaje de mujeres, tan adictivo como dañino. En cuestión de segundos vemos nuestra imagen mejorada sin dejar de ser reconocibles, y el impulso nos lleva a compartir esa foto que muestra nuestra “mejor cara”. Pero es hora de afrontar la realidad y reconocer que esos filtros no se van a corresponder nunca con los que de verdad somos, y que la frustración al vernos tan mejoradas y luego mirarnos al espejo hace que no merezca la pena utilizarlos. Si vas a filtrar una foto, valora que el resultado no difiera mucho de lo que serías tú un día en el que estuvieras bien descansada y te hubieras maquillado para sacarte el máximo partido. Es decir: que esa de la foto puedas en realidad ser tú.
Tan importante es lo que muestras como la forma de interpretar lo que ves. Mientras tú te esfuerzas por utilizar los filtros de una manera equilibrada, las redes se llenan de fotos que no se corresponden con una imagen real. Es cierto que el bombardeo de fotos de todo tipo es tal que cuesta discernir lo que está alterado por un filtro de lo que no, por eso es mejor fiarse de lo que vemos sin una pantalla de por medio, que idealizar cualquier imagen que nos pongan por delante.