El hambre emocional es un fenómeno común en el que las emociones, en lugar del hambre física, desencadenan la necesidad de comer. ¿Te ha pasado que a menudo te encuentras buscando consuelo en la comida tras un día estresante o como respuesta a emociones negativas como la ansiedad, tristeza o frustración? Este tipo de comportamiento alimentario puede llevar a un ciclo perjudicial que afecta nuestra salud física y mental, y distorsiona nuestra relación con la comida.
El hambre emocional se refiere a comer en respuesta a emociones en lugar de la verdadera necesidad fisiológica de alimentos. A diferencia del hambre física, que surge gradualmente y se satisface comiendo cualquier tipo de alimento, el hambre emocional aparece de forma repentina y suele centrarse en alimentos específicos, generalmente altos en azúcar o grasas. Es una forma de auto-calmarnos momentáneamente, pero a largo plazo puede llevar a sentimientos de culpa, atracones y una relación insalubre con la comida.
El hambre emocional está profundamente conectado con la forma en que manejamos nuestras emociones. Las situaciones estresantes, la soledad, el aburrimiento o incluso la alegría excesiva pueden ser disparadores. La 'American Psychological Association' indica que durante situaciones de estrés, el cuerpo libera cortisol, una hormona que aumenta el apetito por alimentos ricos en calorías. Esto es parte de una respuesta biológica al estrés que antiguamente ayudaba a los humanos a prepararse para la supervivencia. Sin embargo, en el contexto moderno, esto conduce a una alimentación descontrolada como respuesta a desafíos emocionales. En relación con el estrés, un estudio de la Harvard Medical School, el cortisol no solo aumenta el apetito, sino que también puede reconfigurar a la larga el cerebro para desear alimentos más calóricos, como una estrategia de "supervivencia emocional".
En términos psicológicos, el hambre emocional puede estar vinculada a patrones de comportamiento aprendidos en la infancia. Por ejemplo, si en tu infancia fuiste premiado o consolado con comida, es posible que ahora busques el mismo alivio emocional a través de alimentos. También está relacionado con el condicionamiento social; muchas veces, celebramos logros o compensamos fracasos con comida, reforzando la idea de que los alimentos son una vía para gestionar nuestras emociones.
El hambre emocional puede manifestarse de diversas formas. Un ejemplo común es llegar a casa después de un día estresante y sentir la necesidad urgente de comer galletas o helado, incluso si cenaste hace poco. Otro ejemplo es sentir ansiedad antes de una reunión importante y, para calmar los nervios, devorar una bolsa entera de patatas fritas sin apenas darte cuenta.
Es importante destacar que el hambre emocional no siempre está asociado con emociones negativas. A veces, celebramos eventos felices comiendo en exceso, lo que también puede ser una forma de desconectar de las señales de hambre y saciedad reales.
El hambre emocional es una respuesta habitual al estrés y a diversas emociones, pero para mantener una relación saludable con la comida es fundamental aprender a reconocer cuándo aparece y, sobre todo, cómo gestionarla. Poner en práctica estrategias como hacer una pausa antes de comer, identificar qué emoción está detrás de ese impulso de comer, y encontrar alternativas que proporcionen consuelo sin recurrir a la comida, puede transformar la manera en la que nos alimentamos. La clave está en sintonizar con nuestro cuerpo, prestando atención tanto a las señales de hambre física como a las emocionales, y aprendiendo a cuidarnos de manera consciente.
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