Por norma general, el peso de los niños al nacer ronda de media los 3,3 kilogramos y el de las niñas los 3,2 kilogramos, unos 100 gramos menos. Si estas medias se exceden un tanto y superan los 4 kilogramos, independientemente de la edad gestacional, es cuando suelen saltar las alarmas sobre todo por prevención. Los especialistas subrayan que son varios los riesgos debido al peso excesivo para el recién nacido y para la madre.
A esta condición de ser un bebé excesivamente grande tanto en talla como en peso se le denomina macrosomía. En las revisiones que se realizan de la evolución del embarazo esta patología es precisamente una de las que se controla, aunque es bastante difícil de diagnosticar. La detección temprana durante la gestación reduce las complicaciones para la madre y para el feto y evita resultados perinatales adversos.
Según diversas fuentes, un 12% de los bebés nacen con macrosomía. Sin embargo, el porcentaje aumenta cuando la madre desarrolla diabetes gestacional, que supone un alto nivel de azúcar en sangre durante el embarazo. Con ello, en estos casos la macrosomía aumenta entre un 15% y un 45%.
No obstante, los profesionales sanitarios prestan atención a distintos factores que aumentan el riesgo de que el feto tenga macrosomía, teniendo en cuenta que algunos de ellos se pueden controlar y otros no.
Uno de los factores de riesgo que son controlables es que la madre sea diabética o que se le desencadene esa diabetes gestacional ya mencionada con lo que mantener a raya esta enfermedad reduce los riesgos. Un segundo factor que puede aumentar las posibilidades de que el feto sea mayor y que es controlable es un aumento excesivo de peso durante el embarazo.
Por otra parte, otros aspectos que no son controlables son los siguientes: los antecedentes de macrosomía fetal cuando la madre ya tuvo otro bebé de gran tamaño; el hecho de que la propia madre naciera con más de 4 kilogramos de peso; si la madre tiene obesidad; si se trata del segundo embarazo o siguientes porque hasta el quinto cada bebé nace con un peso superior; cuando es un varón; cuando el embarazo se alarga en más de dos semanas de la fecha prevista de parto; y si la madre o el padre tienen más de 35 años.
En las diversas revisiones que se llevan a cabo durante la gestación, los profesionales sanitarios tienen en cuenta diversos signos o síntomas que podrían indicar que el feto tiene macrosomía. Algunos de ellos son: una altura significativa del fondo uterino, que es la distancia desde la parte superior del útero hasta el hueso púbico; el exceso de líquido amniótico; y una elevada cantidad de orina fetal que a su vez incrementa el líquido amniótico porque un bebé más grande produce más orina.
En ocasiones no existen estos factores de riesgo mencionados pero el feto muestra signos de macrosomía fetal. En esos casos, los profesionales sanitarios pueden solicitar pruebas diagnósticas prenatales o genéticas para encontrar la causa de ese crecimiento mayor de lo normal.
En el momento del nacimiento, el hecho de que el bebé pese más de 4,5 kilogramos puede complicar el parto vaginal con un incremento de las posibilidades de desgarro en la madre, infección, retención urinaria o hemorragia interna o presentarse la necesidad de practicar una cesárea. En cuanto al bebé, cabe la posibilidad de sufrir lesiones durante el proceso, miocardiopatía o hipoxia fetal. En ocasiones, además, la macrosomía viene acompañada de malformaciones congénitas.
Por otra parte, los bebés que nacen con esta patología tienen los hombros más grandes y mayor cantidad de grasa corporal. De cara a un futuro, tienen más probabilidades de tener sobrepeso u obesidad en edades tempranas de la infancia y que a lo largo de su vida desarrollen diabetes tipo 2.
Es evidente que el riesgo de macrosomía fetal existe, pero según las investigaciones científicas cabe la posibilidad de prevenirla con un embarazo saludable. Esto implica realizar los controles médicos rutinarios, practicar ejercicio acorde a la situación y controlar el peso con una dieta saludable y si fuera necesario de bajo índice glucémico. Todo ello siempre bajo la supervisión de los profesionales sanitarios.