Que ser madre por segunda vez no tiene nada que ver con lo que María Pombo tenía en mente es un hecho. Así nos lo ha hecho saber a lo largo de los nueve días que han pasado desde que dio a luz a Vega. Aunque "físicamente" está "cada día mejor", la post cesárea está siendo tan dura a todos los niveles que "hasta hablar alto le duele". Pero lo que más le está costando gestionar, sin duda, es la parte emocional.
Así lo ha expresado en un 'preguntas y respuestas' con sus fans. En él, Pombo ha confesado estar "triste" porque, sin quererlo, se creó unas expectativas erróneas al dar por hecho que su parto sería "igual de maravilloso que el de Martín". "Con mi actitud de 'chica con suerte' no me llegué a plantear otro escenario en mi cabeza, y eso creo que lo ha hecho más difícil", ha asegurado.
Por otro lado, la "frustración" es otro de los sentimientos que no logra quitarse de la cabeza en estos momentos. El postparto está siendo "muy diferente", en mayúsculas, al primero. "Necesito ayuda para todo, me siento inútil y odio el no poder estar al cien por cien ni con Vega ni con Martín", ha explicado. Una sensación nueva para ella que se suma al hecho de que en estos momentos es "una fiesta de hormonas" y sobre la que por fin ha hablado largo y tendido con sus tres millones de seguidores en Instagram.
La noche del sábado al domingo, María Pombo se levantó a hacer pis, como cada noche. Pensó que era cosa del suelo pélvico, pero al sentarse en el váter, "chorrazo" otra vez, como ha explicado de forma literal a través de sus stories. En la cama, después, se volvió a repetir la misma situación. Y fue entonces cuando empezó a pensar que había roto aguas, algo que no le llegó a pasar con Martín porque, en aquella ocasión, el peso del bebé era tan bajo que tuvieron que provocarle el parto antes de llegar a verse en este dilema.
Tras unas horas de tensión en la que ni Pablo Castellano ni ella sabían cómo obrar, fueron al hospital "llorando", nerviosos, en estado de shock, pensando que Vega no estaba bien colocada. Allí les confirmaron que efectivamente la bolsa se había roto y que tenían que someterla a una versión cefálica para intentar que el bebé estuviese en la posición correcta para poder nacer de forma segura a través de un parto vaginal.
Fue entonces cuando la metieron en quirófano, le pusieron la raquídea, la epidural y a los dos minutos la niña estaba perfectamente colocada para parir. Por primera vez en horas parecían poder respirar tranquilos. Su siguiente objetivo, tanto el suyo como el del equipo de 16 personas que la trataron en la madrileña clínica Quirón Salud, fue que dilatase. Primero optaron por esperar. Cada poco tiempo la exploraban el cuello del útero, pero nada, no había cambios, su cuerpo no se ponía de parto. Era necesario darle oxitocina y provocar las contracciones.
"Una vez empezaron las contracciones empezaron a ver que las pulsaciones del bebé bajaban, cosa que no les gustó nada de nada", ha narrado la propia Pombo. "El bebé estaba sufriendo y hay que hacer cesárea", le comunicaron. Una escena que, de recordarla, María no puede impedir romper a llorar. "Venía con una vuelta de cordón en el hombro y en el pie, lo que le hacía efecto arnés y no le permitía bajar, lo que hacía que sus pulsaciones bajasen", ha explicado entre lágrimas.
A esto se sumó que la medicación que le proporcionaron antes de la intervención le "sentó fatal", "temblaba muchísimo", con unos "mareos terrible". También que cuando sacaron a Vega tardó en llorar más segundos de lo normal, un tiempo que se le hizo eterno y que también hizo que esos primeros instantes con la niña no fuesen como imaginaba: "Vi una lagartija salir sin llorar. Llorando, les pedí que me dijesen que estaba bien. De repente empezó a llorar. Me la pusieron piel con piel, pero del mareo les tuve que pedir que me la quitasen".