Imagina la escena: los niños se sientan a jugar a las cartas con sus amigos. Al terminar la baza el que gana se levanta, grita eso de “toma, toma…”, señala a los demás y se ríe de ellos. Acto seguido, el que ha quedado en último lugar, explota, tira las cartas al suelo y se encierra con un portazo en el baño a llorar desconsolado y rabioso.
Es evidente que todo ha salido mal. La tarde, que pintaba divertida, se tuerce y cada uno se marcha a su casa con una sensación agridulce. Antes de la próxima quedada haría falta un poco de psicología en el grupo para que se cumplan las expectativas de pasarlo bien. Hemos preguntado a una psicóloga infantil las estrategias sobre cómo enseñar a los niños a saber perder y saber ganar en un juego y en otras muchas circunstancias.
Lo habitual es enseñar a los niños a saber perder porque se van a enfrentar a esa situación a lo largo de su vida. Forma parte de su desarrollo emocional, de su aprendizaje a la hora de relacionarse de un modo saludable con sus iguales y con otras personas más mayores o pequeñas. Principalmente, deben aprender a gestionar la absoluta frustración que genera perder si solo se entiende como algo negativo o perjudicial.
Del mismo modo, el hecho de salir vencedor tiene una connotación marcadamente positiva, porque por supuesto que ganar es bueno. Sin embargo, también es necesario aprender a gestionar la victoria pues cuando en otro momento se produzca una derrota el chasco puede ser demasiado frustrante.
Con todo ello, los niños necesitan ser acompañados en su camino, plagado de logros y de pérdidas. Desde el juego y con naturalidad, celebrando quedar los primeros y sintiendo ser los últimos, serán capaces de extrapolar sus sentimientos, sensaciones y respuestas a otras situaciones que irán afrontando a lo largo de su vida.
En primer lugar, es necesario relativizar y ahondar con ellos en el significado de la palabra "perder". La idea es que descarten esa connotación negativa y la transformen en una oportunidad para aprender, para volverlo a intentar y repetir la experiencia, porque con ella se disfruta. Solo la actividad en sí misma de jugar es gratificante y divertida, aunque no se consiga superar al mejor.
En segundo lugar, cada niño tiene que aprender a gestionar la frustración que le genera no ganar. Poco a poco y mostrándole que es normal que se sienta mal tras perder, logrará enfrentarse a todas las emociones negativas. Del mismo modo, también conseguirá darles la vuelta y pensar que si lo intenta de nuevo puede que sí llegue a ganar.
Un ejercicio de aprendizaje es que los adultos que juegan con los niños les dejen ganar de vez en cuando. Así experimentan ambas sensaciones, la de perder y la de ganar. Después, en función de sus respuestas, si no son beneficiosas para ellos y para su aprendizaje, se puede trabajar en ellas. Lo siguiente es alabar su comportamiento y su esfuerzo, además de felicitarles si pierden sin enfadarse.
En tercer lugar, hay que predicar con el ejemplo. Es decir, el mismo adulto, en el momento del juego, no se debe dejar llevar por emociones extremas tanto si gana como si pierde. Ni alabar al ganador ni ridiculizar al perdedor. Todo lo contrario, en cualquier competición se debe mostrar una actitud deportiva sea cual sea el resultado. Igualmente, en el juego es imprescindible el sentido del humor, reírse por ganar al igual que por perder. El objetivo, aunque sea una frase muy manida, es participar y disfrutar.
En cuarto lugar, es recomendable poner límites al enfado de los niños ante el hecho de perder y explicarles que su respuesta no debe ser exagerada. Está bien enfadarse consigo mismo por perder, sin embargo, no hay sobrepasar ciertas barreras. Es el modo de enseñarles a gestionar su frustración y el autocontrol, lo que les permitirá seguir pasándolo bien con la actividad o con otras.
Por último, la derrota no tiene que conducir al abandono. Al contrario, la perseverancia y el esfuerzo conseguirán que sean ganadores en la próxima ocasión. A lo largo de su vida se impondrán cientos de metas, unas las van a cruzar y otras les será imposible, lo que no quiere decir por ello que uno se de por vencido. Además, surgirán cientos de nuevas barreras que el hecho de superarlas será más satisfactorio aún.
En realidad, consiste en encontrar ese término medio donde se celebra la victoria sin herir a los demás. Se habrán esforzado y han demostrado sus habilidades de modo que se merecen su recompensa. También hay un término medio cuando se pierde, entristece, pero se olvida enseguida porque se quiere volver a jugar. A fin de cuentas, se trata de relativizar, de reírse y de disfrutar con el juego cualquiera que sea el resultado. Cuando a uno solo le importa ganar o le agobia el hecho de quedar en último lugar, deja de jugar por placer y se le olvida lo divertido que es compartirlo con los demás.