Muchas personas juran que, cuando tengan hijos, jamás recurrirán a las pantallas para calmarlos o simplemente tener un momento de tranquilidad. Sin embargo, en el momento de la verdad, no siempre es posible mantener esa crianza idealizada, lo que puede generar sentimientos de culpa.
“Cuando te quedas embarazada, te empieza a llegar toda esa información de que tus hijos van a tener grandes problemas si ven la tele antes de los dos años”, cuenta Cristina a Divinity, que asegura que nunca había pensado demasiado en el tema antes de ser madre. Esos mensajes calan: su hija mayor, efectivamente, no vio la televisión en esos primeros meses (el pequeño sí, pero nunca le hizo caso). Y, sí, también admite haber recurrido muchas veces a las pantallas para estar tranquila y haberse sentido culpable, pese a saber que el uso que sus hijos hacen de ellas es inocuo. “Se demoniza tanto que tu subconsciente te dice cosas”, señala.
¿Cómo de "malo" es poner a un niño o niña una pantalla delante para que se tranquilice un rato? ¿Es de verdad tan terrible o no pasa nada por hacerlo de vez en cuando? “No necesariamente resultará perjudicial para los niños si se consideran algunos factores, como la edad y el tiempo dedicado; el contenido debe ser educativo y apropiado para su edad; y siempre debe estar supervisado por un adulto. Es fundamental equilibrar el tiempo de exposición a las pantallas con actividades al aire libre, la lectura de cuentos, el dibujo, entre otras”, indica Rosa Peris, profesora de los grados de Maestro de Educación Infantil y Primaria de la UNIR.
El peligro, en general, es convertirlo en un hábito y que los niños y niñas no aprendan otras estrategias para regular sus emociones: es decir, que solo sean capaces de distraerse de su rabieta o de entretenerse si tienen un dispositivo delante. “Pueden desarrollar una dependencia a esos estímulos externos cada vez que están frustrados o aburridos, impidiendo que aprendan a regularse de manera autónoma y evitando que aprendan otras estrategias de afrontamiento en estas situaciones”, explica la psicóloga sanitaria Alejandra Rus Cuadrado, de ÍTACO Psicología. Además, podrían “tener problemas en el desarrollo de habilidades sociales como la comunicación, la empatía y la resolución de conflictos” y, al reducir el tiempo dedicado al juego espontáneo, podría también “afectar a su capacidad para desarrollar habilidades como la creatividad, la resolución de problemas y la toma de decisiones”.
Hay ya estudios que están investigando esto y que coinciden en que lo necesario es un equilibrio. Si se trata de una estrategia habitual, podría conseguirse únicamente que las rabietas sean más intensas y frecuentes. Según un artículo publicado en la revista JAMA Pediatrics, titulado 'Asociaciones longitudinales entre el uso de dispositivos móviles para calmarse y la reactividad emocional y el funcionamiento ejecutivo en niños de 3 a 5 años de edad' (Longitudinal Associations Between Use of Mobile Devices for Calming and Emotional Reactivity and Executive Functioning in Children Aged 3 to 5 Years en inglés), son los niños (y no niñas) o los pequeños y pequeñas que ya tienen hiperactividad los que corren más riesgo al acostumbrarse a usar estos "chupetes digitales".
Aunque, en general, todo el mundo sabe que recurrir a las pantallas para tener un momento de tranquilidad o calmar una rabieta no es lo más indicado, se hace porque es algo que se tiene a mano y que funciona muy bien. “Proporciona una estimulación inmediata que puede calmar a los niños con rapidez, especialmente si están inquietos o aburridos”, apunta Rosa Peris, de la UNIR. “Los contenidos suelen ser gratificantes, divertidos y entretenidos. Si los niños están acostumbrados a usar pantallas en ciertos momentos, puede convertirse en una rutina que esperan y que les proporciona una sensación de seguridad y previsibilidad”, añade.
En algunos momentos, los padres “necesitan tiempo para realizar tareas, trabajar desde casa o simplemente tomar un respiro, y las pantallas pueden proporcionar ese tiempo adicional”, continúa la experta. La culpabilidad, sin embargo, es frecuente. “Existe una corriente educativa que sugiere que los ‘buenos’ padres deben evitar el uso de pantallas y siempre estar disponibles para sus hijos; esto puede aumentar la presión y la sensación de no estar haciendo lo suficiente. Los padres reciben una gran cantidad de información y consejos, a veces contradictorios, sobre el uso de pantallas, lo que puede generar confusión y culpa”, reflexiona Peris. Tanto ella como Alejandra Rus Cuadrado, de ÍTACO Psicología, insisten en que las pantallas no definen la calidad de la crianza. “Lo importante es cómo se gestiona ese uso y el equilibrio con otras actividades o alternativas que los padres o madres ofrecen”, sostiene Rus Cuadrado.
Esto es, de hecho, lo que se desprende de otro estudio llamado 'Rabietas, niños pequeños y tecnología: Temperamento, regulación de las emociones mediáticas y uso problemático de los medios en la primera infancia' (Tantrums, toddlers and technology: Temperament, media emotion regulation, and problematic media use in early childhood en inglés) que investigó el uso de dispositivos electrónicos como medio para aplacar rabietas. En este caso, querían averiguar si el uso frecuente de pantallas para calmar o distraer a niños o niñas hacía que luego tuviesen una relación más problemática con los dispositivos digitales (es decir, que se enfaden mucho cuando se les apaga el vídeo o retira la pantalla). La conclusión fue que sí: los más acostumbrados a calmarse digitalmente llevaron peor —con una rabieta muy extrema— la frustración de que se les apagara un vídeo que estaban viendo. Cuando los progenitores usaban estos "chupetes digitales" pero de forma más puntual, la frustración se llevaba mejor.
Pese a que un uso puntual de los dispositivos electrónicos con este objetivo no es dañino, también es cierto que saber dónde está el equilibrio no es fácil. Alejandra Rus Cuadrado recuerda las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS): “evitar el uso de pantallas a los menores de 2 años, no más de 1 hora para los niños y las niñas de 2 a 4 años, y menos de dos horas entre 5 y 17 años, con especial cuidado con las redes sociales”, explica. Además, se recomienda el uso de aplicaciones de control parental.
Para intentar que las ocasiones en las que se recurre a una pantalla para calmar o distraer al niño o niña sean menos, lo ideal es “poner en práctica otras formas de entretenimiento”, propone. Varios ejemplos: juegos de creatividad como dibujar, pintar, jugar con plastilina, manualidades, puzles, etc., juegos de mesa, lectura o cuentos, actividades físicas, cantar, bailar, tocar un instrumento, escribir, participar en tareas del hogar… Algo fundamental, señala la psicóloga, es motivarlos a “descubrir actividades o hobbies que disfruten". Además, es conveniente proporcionarles herramientas que les permitan desarrollar correctamente habilidades de autorregulación, como ejercicios de respiración, aprender que el aburrimiento en sí no es negativo o aprender a gestionar la frustración hablando de cómo se sienten en un espacio seguro, manteniendo la calma y aprendiendo que es algo pasajero, añade.
Por su parte, Rosa Peris, de la UNIR, propone una serie de estrategias para controlar esos momentos críticos, muchas veces en lugares públicos que a veces conducen a darle una tableta al niño o niña:
Por último, recuerda que “la calidad del tiempo que los padres pasan con sus hijos, la atención y el cariño que les brindan, son factores mucho más determinantes en su desarrollo y bienestar”. Por esto, a veces, recurrir a las pantallas puede ser una herramienta útil y necesaria. “Ser flexible y adaptarse a las circunstancias es una parte esencial de la crianza”, concluye.