Desde hace unos años, la arena mágica es uno de los juguetes más populares del verano. Una masa de colores, que cambia de consistencia y permite realizar construcciones imposibles sin moverse de casa. Sin embargo, su uso recreativo es relativamente reciente; se trata de un material tan resistente que, mucho antes de eso, ya se utilizaba para facilitar los cultivos o para sellar juntos y cimientos.
Este peculiar material no es otra cosa que arena tratada para que repela el agua, que puede ser más suave o resistente según la fuerza que se aplique sobre ella. Como juguete, permite a los niños utilizar su imaginación y desarrollar su creatividad: al no estar el juego predefinido o no existir una normativa que regule los usos de la arena, la experiencia es diferente cada vez.
Como la arcilla, la plastilina o los más recientes slimes, el atractivo de la arena mágica recae en su capacidad para dar forma a todo aquello que el niño imagine. La arena cinética, además, es particularmente manipulable y fácil de moldear, por lo que las posibilidades se multiplican: cuanta más arena, mejor. Los paquetes más grandes alcanzan los cinco kilos de arena.
Este juguete es un estímulo sensorial distinto para los niños, que podrán además mejorar su psicomotricidad y su coordinación mano-ojo. Lo más característico del juguete es su textura, mucho más compacta que la arena e infinitamente más suave que la plastilina. Aunque pueda parecer húmeda, no deja rastros ni en la piel ni en la ropa, y cuando se presiona se convierte en un material compacto y duro, capaz de cimentar cualquier cosa que el niño o niña quiera construir.
Para los padres, quizás la mayor duda con la arena cinética es si es tan engorrosa de recoger como parece. Aunque no resulta complicado devolverla a su sitio, es un juguete que se presta a ser separado, diluido, cortado y desperdigado por el suelo. Antes de jugar, conviene colocarlo todo sobre una manta o toalla, para tener más controlado el espacio de juego y que después sea más sencillo recogerlo todo.
Una vez acabe, basta con hacer una pequeña bola con la propia arena y pasarla por la superficie en la que haya jugado, para que se peguen los restos de arena que se hayan soltado. En un minuto estará todo como nuevo.
La arena mágica conserva muy bien sus propiedades con el tiempo, aunque para que se mantenga todavía más, lo mejor es guardarla en una bolsa estanca o envolver la caja contenedora con papel film. Puedes hacerte con un cajón o barreño de plástico, para que el niño pueda jugar más cómodamente y mezclar todo el contenido de su juguete sin problemas. Otra opción de juego es hacerte con un rodillo, para extenderla y que practica sobre ella la lecto-escritura o el dibujo. Las posibilidades son infinitas, e irán apareciendo conforme vayáis jugando.
Por su versatilidad, fácil manejo y porque no mancha, es una buena opción de juego para los niños. Además, no contiene alérgenos ni componentes tóxicos, y su precio en tiendas de juguetes no es muy alto. Conviene, eso sí, alejarlo de los bebés y los niños menores de cuatro años, que pueden llevarse un puñado a la boca. Por lo demás, tenéis horas y horas de juego asegurado.