La meningitis, a pesar de ser cada vez menos frecuente entre los más pequeños, siempre ha sido una enfermedad que se ha asociado a ellos, pues según la Asociación Española de Pediatría (AEP), un 80% de los casos de meningitis ocurren en la infancia, en concreto la mayoría de ellos en los niños menores de 10 años. Esta enfermedad se produce por la inflamación de la meninges, una membrana protectora del cerebro que se suele producir por una infección, siendo las de origen bacteriano las más graves y las que están causadas por un virus las que menores síntomas presentan.
Los síntomas de una meningitis suelen ser fiebre alta y un gran dolor de cabeza, pero según establece la AEP, las manifestaciones de la enfermedad pueden ser distintas según la edad del niño. En los recién nacidos lo más frecuente más allá de la fiebre y una gran irritabilidad es el rechazo de las tomas de leche o vómitos, además de posibles convulsiones o pausas de apnea. Cuando el bebé aún es lactante pero ya tiene unos meses de vida suele sumar a los síntomas rigidez en la zona de la nuca. Mientras, en los mayores de un año se suman todos estos síntomas.
Hay que tener en cuenta que una meningitis bacteriana puede, en su fase inicial no presentar síntomas o si lo hace parecerse a cualquier patología sin mucha importancia. El problema viene en que su evolución es muy rápida, por eso su diagnóstico precoz es tan complicado en un primer momento.
Para evitar la presencia de la meningitis producida por bacterias existe la vacuna, considerada como el método más eficaz para prevenir la patología, unas financiadas y otras que no lo están, pero que los pediatras recomiendan introducir en el calendario de vacunación de los pequeños, pues cada una protege frente a un tipo de bacteria distinta. Además, el contagio se suele producir en los meses de otoño a primavera a través de la saliva y las pequeñas gotas que se expulsan cuando se habla, se estornuda o se tose, por lo que se puede propagar con rapidez en sitios cerrados como las guarderías o colegios.
Las meningitis producidas por una bacteria deben ser diagnosticadas lo antes posible, en especial en los niños con un sistema inmune débil, pues un retraso en el diagnóstico, y por tanto en el tratamiento, hace mayor las posibilidades de sufrir lesiones o secuelas, que puede ir desde la sordera, a daños cerebrales hasta crisis epilépticas. El diagnóstico se suele realizar tras un estudio del líquido cefalorraquídeo, el cual se extrae por punción lumbar, que permite saber la causa de la meningitis, es decir, si es vírica o bacteriana. Además, este diagnostico puede complementarse con otras pruebas, como una muestra de heces.
Por su parte, sobre todo si se sospecha que puede ser una meningitis bacteriana aguda, el tratamiento con antibióticos puede comenzar antes de realizar las pruebas o de recibir los resultados para evitar las posibles secuelas graves que pueden producirse por la tardanza en la prescripción de un tratamiento. En general, en estos casos se suele comenzar con antibióticos más genéricos y una vez se reciben los resultados y se conoce el agente que ha causado la patología el tratamiento se ajusta y se adapta a ello.
Como ya comentábamos antes, los primeros síntomas pueden ser similares a los de un pequeño resfriado o el inicio de un proceso gripal. Por eso mismo hay que prestar especial atención a ciertos síntomas como la cefalea intensa, ese dolor de cabeza distinto y más fuerte que de costumbre. Así, la presencia de vómitos y la rigidez den la parte posterior del cuello pueden ser un aviso de que el niño no está ante un proceso gripal común, sino ante una posible meningitis que debe ser tratada cuanto antes.
La meningitis es una enfermedad temida entre padres, en especial la que se produce por bacterias, pues es la más complicada de tratar y en la que los niños más sufren, de ahí la importancia de hacer un diagnóstico precoz con el que poder tratar la patología cuanto antes. En cambio, las meningitis víricas son mucho más leves, pudiendo desaparecer sin necesidad de ninguna medicación específica.