Los niños pequeños, en sus primeros días de vida, podrán sufrir una infinidad de complicaciones. Esto se debe a que su sistema inmunitario no está del todo desarrollo y, por tanto, les cuesta más hacer frente a ciertas enfermedades, sobre todo si son víricas. Es el caso de la fiebre Chikungunya, una enfermedad vírica que es trasmitida por la picadura de mosquitos hembra infectados.
Como apunta la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC), estos mosquitos suelen picar durante el día, aunque serán más activos al principio de la mañana o al final de la tarde. Además, pueden actuar tanto en interior como en exterior. El nombre de la enfermedad hace referencia a la acción de doblarse o retorcerse en idioma Kimakonde debido al aspecto encorvado que adquieren algunos pacientes debido a los fuertes dolores articulares característicos de esta enfermedad.
El primer brote de esta enfermedad tuvo lugar al sur de Tanzania en el año 1952. Además, no se trataba de una enfermedad especialmente común hasta que comenzó a alcanzar proporciones epidémicas a partir de 2004. Eso sí, esta enfermedad se distribuye, de forma más común, por África, Asia y, también, por el Subcontinente indio. Aunque recientemente se ha extendido hasta Europa y América, identificándose, así, en cerca de sesenta países en todo el mundo.
Los primeros casos de la enfermedad se produjeron, en un principio, de forma aislada. Luego, en 1999 tuvo lugar un importante brote en la República Democrática del Congo y en febrero de 2005, en las islas de la región del Índico. En Europa son frecuentes los casos de turistas que importan la enfermedad a la vuelta de sus viajes. Según la AMSE, entre el 2012 y el 2015 se produjeron 475 casos importados y la primera vez que se trasmitió de forma local fue en el 2007, en el noroeste de Italia. Más adelante se produjeron casos similares en Francia y en España, en julio de 2015.
Como ya hemos comentado, la enfermedad se trasmite a través de la picadura de los mosquitos hembra infectados. Se trata de mosquitos hematófogos diurnos y que permanecen infectantes hasta su muerte. Además, existe la posibilidad de transmisión vertical de madres a hijos, aunque la mayoría de las infecciones de este tipo de virus, que se producen durante el embarazo, no se producen por la transmisión del virus al feto.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha detallado que todos los contagiados de este virus suelen presentar una aparición súbita de fiebre que se acompaña de dolor de articulaciones. Todos estos síntomas se dan unos cuatro u ocho días después de que se produzca la picadura. Otros síntomas más frecuentes son los dolores musculares, dolores de cabeza, náuseas, cansancio y erupciones cutáneas. La mayoría de los pacientes que lo sufren suelen recuperarse fácilmente, pero, en algunos casos, esos dolores musculares pueden durar meses e, incluso, años.
Uno de los mayores factores de riesgo que podemos encontrar es la proximidad a las viviendas en los lugares de cría de este tipo de mosquitos. Para prevenir este virus y otras enfermedades trasmitidas por la picadura de los mosquitos, se insiste en movilizar a las comunidades afectadas para reducir los depósitos de agua natural y artificial, que pueden servir a los mosquitos como criadero. Además, la OMS recomienda el uso de insecticidas durante los brotes para intentar tratar los depósitos de agua con el objetivo de matar larvas inmaduras, reducir la exposición de la piel a las picaduras y, también, hacer uso de insecticidas y repelentes.
Además, la Asociación de Médicos de Sanidad Exterior (AMSE) distingue distintos estadios en las infecciones por el virus. Así, nos encontramos con la enfermedad aguda, que suele coincidir con el inicio de la enfermedad, entre cuatro y ocho días después de que se produzca la picadura. Se caracteriza por la aparición súbita de fiebre alta. También, podemos observar una enfermedad subaguda y enfermedad crónica, que se caracteriza por la persistencia de síntomas durante más de tres meses.
El diagnóstico consiste en un análisis clínico que se confirma con las técnicas de laboratorio. Además, no existe ningún tratamiento antivírico específico para tratar la fiebre y el tratamiento consiste en aliviar los síntomas y, sobre todo, el dolor articular mediante antipiréticos, analgésicos y líquidos.