La ansiedad es un problema generalizado que también afecta a los más pequeños. Así, la ansiedad infantil es uno de los desórdenes más comunes en los niños y en los adolescentes. De hecho, según varios estudios, entre un 9 y un 21 por ciento de los niños y de los jóvenes padecen este trastorno. Por eso, es muy importante ser consciente del problema, saber que podrá ser parte del día a día y que habrá que buscar cómo solucionarlo.
La ansiedad será una respuesta adaptativa que nos pone alerta sobre distintas amenazadas, una emoción que todas las personas experimentan y que siempre que se mantenga a unos niveles normales, se considerará, simplemente, un mecanismo de protección. Eso sí, será una clara señal de alarma cuando el pequeño presente un cuadro de ansiedad elevada y mantenida en el tiempo, en este caso hablaríamos de ansiedad patológica.
También puede suceder que esta ansiedad se desencadene sin ningún motivo aparente y, en estos casos, las consecuencias, tanto fisiológicos y psicológicas, pueden resultar muy nocivas. Además, los niños serán especialmente vulnerables a este problema, ya que no disponen de los conocimientos y de las herramientas que les permitan controlar y saber qué les está pasando. Además, también le será muy complicado controlar sus impulsos y sus emociones.
Una parte muy importante de ese proceso de aprendizaje y maduración pasa por adquirir esos tipos de habilidades. Así, conforme van creciendo, los niños afrontarán sus distintos miedos e irán aprendiendo a controlarlos. Esto hará que, aunque desarrollen cierto temor a la oscuridad, a ir al colegio, a no estar siempre con sus padres o a distintas actividades, sepan afrontar estas situaciones. El problema será cuando no aprenden a gestionar esta ansiedad adecuadamente, momento en el que será vital ayudarles.
Es cierto que no está del todo claro por qué un niño sufre ansiedad, pero siempre se ha pensado que está producida por una combinación de factores genéticos y ambientales. Respecto a los factores genéticos, sí que se ha comprobado que aquellos niños con familiares con ansiedad tienen una mayor propensión a sufrir este mismo trastorno. También, esta se puede dar por una situación de cambio o de amenaza y cuando se perciba que en el entorno existe algún elemento que puede resultar especialmente perjudicial. Además, puede aparecer cuando los cambios son tanto positivos como negativos.
Respecto a los factores ambientales podemos incluir el cambio de curso o de clase, de ciudad o de domicilio, el incremento de las tareas escolares, la separación o la pérdida de un amigo, enfermedades, vivencias traumáticas, así como el estilo educativo en clase y en el hogar. Por tanto, habrá que ser muy conscientes de los distintos síntomas para poder poner solución a este problema.
Los signos de ansiedad más comunes son las preocupaciones excesivas y continuadas, las dolencias físicas, como la pérdida del apetito o dolor de cabeza y, también, hiperactividad e inquietud en las actividades diarias. Será preocupante si se orina en la cama, una vez que ya lo haya superado, si tiene dificultad para concentrarse o si se producen cambios emocionales o anímicos. También, será importante controlar si el niño tiene miedo a la separación, timidez, infantilización, estrés o ansiedad.
Con todo, nos podemos encontrar con distintos tipos de ansiedad infantil, como el trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de pánico, trastorno de ansiedad social, trastorno obsesivo compulsivo, trastorno de ansiedad por separación, estrés y estrés postraumático y fobias y miedos. Por tanto, será importantísimo comenzar un buen tratamiento para calmar y poner solución a este problema. Pero, ¿cómo se trata la ansiedad infantil?
Lo primero que habrá que hacer, en el caso de detectar que el pequeño tiene ansiedad, será no alarmarse y, ante todo, saber cómo actuar. No se trata de un problema muy grave y al que será fácil ponerle solución. El primer paso será normalizar la situación y ayudar al niño a cambiar sus creencias. También, habrá que hablar con él y comprender qué es lo que preocupa y enseñarle a mostrar sus sentimientos. Habrá que empezar a trabajar sobre la exposición y confrontar al niño con sus miedos. Aún así, lo mejor será acudir a un psicólogo especialista en terapia infantil.