El 9 de marzo de 2020 hubo un antes y un después en mi vida. Por primera vez se cerraban las aulas por la crisis sanitaria provocada por el coronavirus. Al día siguiente reunión con los jefes y notición. "A partir de mañana teletrabajas". El sueño de trabajar a diario sin tener que madrugar tanto, sin coger el transporte público y sin carreras para dejar a los niños en el desayuno del cole se cumplía. ¡Inocente!
Era consciente de que la situación no era del todo normal. Los niños iban a estar compartiendo estas jornadas de trabajo conmigo pero ni por un momento imaginé que mi casa no tardaría ni 24 horas en convertirse en un campo de batalla. No sé si soy yo o son ellos, que son muy moviditos, pero si hay una palabra que puede definir lo que estoy viviendo en estos momentos es CAOS.
Os pongo en situación. Madre divorciada con dos niños de 9 y 3 años y un ex que se ha convertido en mi nuevo compañero de piso debido a esta situación tan extraordinaria (esto del ex merece un capítulo aparte). Pinta fenomenal todo, ¿verdad?
Aun así, cada mañana estoy preparada. Ordenador, espacio de trabajo organizado, luz adecuada... Todo en orden hasta que... Hasta que los niños se levantan. Mi zona de trabajo empieza a ser invadida por soldaditos de 'Toy story' que me vigilan, superhéroes, arena kinética, plastilina, manualidades... Cuando me quiero dar cuenta tengo el espacio justo para mi ordenador, el ratón y una pequeña libreta. La cosa empieza a complicarse.
Pasado un rato (el justo para sacar todos los juguetes, echarse una carreras por el sofá y pelearse un par de veces) llega el primer parón. "Mamá, el desayuno". Y es que aunque el mayor se puede organizar solo el pequeño todavía me reclama para todo (y que a su hermano no se le ocurra decir que lo hace él porque monta una que parece que le están matando).
Y superado el desayuno después de casi 40 minutos en los que la única frase que se oye en casa es "bébete la leche", vuelta al trabajo. Y no vamos a engañarnos. Durante un rato (lo que dura una peli o, desde hace unos días, el 'telecole') se puede decir que reina la paz. Las interrupciones se limitan a "me hago pis", "ponme el disfraz" o "sube a Batman a la moto". La situación es llevadera y hay que aprovechar para adelantar todo lo que se pueda porque pronto empezará la guerra. Por cierto, el papá de las criaturas está trabajando así que hasta por la tarde estoy sola con las fieras.
Pero tener la mesa llena de trastos no es lo peor. Lo peor está por llegar. Tras esa falsa calma, se desata la locura. Desde el primer día este momento es complicado pero ahora, después de tres semanas sin pisar la calle, se ha vuelto crítico e incontrolable.
Lo he probado todo. Les he dado libros, les he puesto películas, música, les he castigado, han sacado todos los juguetes habidos y por haber... No funciona nada. Lo único que hacen es correr por el sofá (que veremos si sobrevive a la cuarentena), tirarse cojines, jugar a peleas (el juego favorito de pollo chico), pasar por debajo de la mesa en la que estoy trabajando y gritar. Gritar mucho... Y mientras yo, me desespero. Cada dos o tres párrafos escritos una bronca. Esas son las estadísticas.
Pero todavía hay más. Por si los padres no tuviéramos suficiente con teletrabajar, preparar comidas, inventar cosas para entretener a los niños y convertirnos en mediadores para evitar conflictos internacionales por decidir a quien le toca elegir película o quién tiene derecho a jugar con Buzz lightyear, también tenemos que convertirnos en profesores. Es lo que toca, pero qué agobio.
Cada día recibo del colegio dos mails con los deberes (sí, al pequeño de tres años también le mandan tarea a diario). Los abres y flipas. Buscas la forma de organizarte y encontrar el tiempo que requiere esta nueva tarea pero no la hay. La única forma es hacerlo mientras trabajas.
Así que en mitad del caos, te armas de valor y te pone con los deberes. Y ahí estoy yo, intentando no perder el hilo en el chat con mis compañeros del trabajo mientras intento explicar qué es una aliteración (que por cierto, ya ni me acuerdo) o mientras ensayo con unas maracas hechas con envases de yogures 'Debajo un botón ton ton'. Pues así me pasa, que no me entero de la mitad de las cosas o voy tarde.
Me rindo y un rato antes de comer les mando al recreo. Mis tareas se han acumulado y necesito terminar algo. Pero mis hijos se encargan de recordarme que el hecho de haberles dejado tiempo para jugar no significa que vaya a estar tranquila. La guerra vuelve a estallar y yo contemplo el desastre en el salón por el que parece que ha pasado un huracán y a los niños correr de un lado para otro. Y pienso. "Todavía me queda medio día por delante."