Si estás embarazada o planeas estarlo, es muy posible que ya hayas oído hablar del “piel con piel”, una práctica que, por suerte, se practica cada vez más en las maternidades. El vínculo que existe entre una madre y su bebé comienza en el mismo momento en que el embrión se implanta en el útero. A partir de ese momento el feto comienza a crecer dentro de un cuerpo que percibe como suyo, y en el que se siente seguro y protegido, y del que obtiene todo lo que necesita. Cuando se produce el parto y el bebé sale al exterior se rompe el contacto con el mundo que ha conocido hasta ese momento, y se encuentra desubicado, rodeado por un cúmulo de estímulos nuevos que le hacen sentirse desprotegido y muy alejado del calor que sentía dentro del vientre materno.
De ahí se deduce que nada puede hacerle sentir mejor que retomar el contacto con su madre lo antes posible, ya que sus latidos, su tacto y su olor son lo único que conoce, y la manera de conseguirlo es dejando que su cuerpo desnudo esté en contacto con el de su madre al menos durante las dos horas posteriores al nacimiento, y no en una cuna junto a ella. Esta práctica se está realizando ya en la mayoría de los hospitales (siempre que no haya ninguna complicación) desde el momento en que el bebé sale al exterior, incluso antes de cortar el cordón umbilical, y lo que se hace es colocarle cerca del pecho de su madre. Esto es lo que se conoce como el “piel con piel”.
Más allá de hacer más llevadera al bebé la transición entre el vientre de su madre y el exterior, el piel con piel ofrece muchos beneficios. Estar sobre su madre en los minutos que siguen al nacimiento le ayudan a buscar de manera efectiva y espontánea el pecho para comenzar a succionarlo y dar comienzo a la lactancia. Los bebés que experimentan el piel con piel se enganchan al pecho con más facilidad que los que no están junto a su madre tras nacer. También se considera que hay una asociación positiva entre el estado de la lactancia en los meses posteriores al parto y una mayor duración de la misma.
La temperatura del bebé, que experimenta un brusco descenso al nacer, se regula antes y mejor cerca de su madre que en una cuna, como consecuencia del contacto piel con piel. De hecho, el piel con piel se considera tan efectivo como la incubadora cuando hay casos de hipotermia.
Es cierto que el primer llanto del bebé ayuda a que comience su respiración autónoma (aunque también hay bebés que no lloran). Este llanto, que también es reflejo del estrés que sufre el recién nacido al salir al exterior, tiene una menor duración cuando se practica el piel con piel, porque ayuda a que el bebé se calme.
También mejora la estabilidad cardiorespiratoria en aquellos bebés que nacen antes de que el embarazo haya llegado a término. De hecho, cuando un bebé nace antes de la semana 37 de gestación es muy posible que pase días, semanas o incluso meses, dentro de una incubadora. Entonces se suele realizar el “método canguro”, que consiste en que el bebé pueda realizar periodos de piel con piel con su madre o su padre, para que se beneficie de todas las ventajas que esta práctica conlleva y que tanto necesitan los bebés prematuros.
A largo plazo, se habla de que el piel con piel mejora de manera significativa el apego y afecto madre-hijo. Pero esto, en el caso de ser cierto, se diluye con el tiempo y no está del todo demostrado.
Los beneficios del piel con piel no se limitan únicamente al bebé (aunque se consideran los más importantes) ni su práctica acaba en las horas siguientes al nacimiento. De hecho, se debe prolongar en los meses posteriores y, además de la madre, puede realizarla el padre o la persona que sea responsable de alguna manera del cuidado del bebé. Es más, cuando se realiza una cesárea y la madre se está recuperando, lo que le impide hacer el piel con piel inmediatamente, muchos hospitales permiten que sea el padre el que lo realice. Y cuando el bebé crece, mantener el cuerpo a cuerpo, aunque sea con ropa, sigue resultando beneficioso. El porteo, por ejemplo, es una excelente manera de mantenerlo.
El piel con piel ayuda a que nuestro cuerpo segregue oxitocina, la llamada hormona del amor no solo en la madre o el padre, sino también en el bebé. De la producción de oxitocina se derivan las muestras de cariño y afecto que hacen que nos veamos envueltos de amor y de bienestar emocional. En el caso de la madre, puede prevenir la depresión post parto que se da en muchas mujeres tras nacer el bebé.