La gran mayoría de mujeres suelen dar a luz entre la semana 37 y la 42 de gestación, aunque, lo más normal será que el parto se produzca a partir de la semana 40 de embarazo. Sí que es cierto que se podrán producir diversas situaciones, en esas últimas semanas o días, que hará que haya que provocar el embarazo. Pero, ¿qué es un parto inducido? Esta acepción hace referencia a programar o provocar un parto. Esto se realizará a través de diversas técnicas, cuando se iniciará el parto de manera artificial para que el bebé nazca en un momento determinado y que es previo al establecido.
En la mayoría de ocasiones será normal que el parto se produzca solo, pero también habrá que valorar que se puede provocar o programar, ya que continuar con el embarazo puede suponer un riesgo materno y/o fetal. Eso sí, los motivos de la inducción al parto vienen dados por la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia, aunque siempre habrá que evaluar, de forma individual, cada situación.
Se podrá inducir el parto en el caso de que se esté produciendo un embarazo postérmino, es decir, evitar el nacimiento más allá de la semana 42. También, en el caso de que se produzca una rotura prematura de las membranas, ya que el riesgo de infección fetal puede ser elevado. De la misma forma habrá que inducir el parto en el caso de que se esté produciendo un crecimiento fetal insuficiente, embarazo gemelar, corioamnionitis, desprendimiento prematuro de la placenta o la muerte fetal intrauterina.
Cuando el parto se produce de forma espontánea, durante distintas horas, días e, incluso, semanas, se producirán distintas contracciones que irán modificando el cuello del útero. Este se irá acortando, ablandando y dilatando. Además, a medida que las contracciones son más intensas, el cuello terminará de modificarse y alcanzará esa dilatación completa, esencial para el parto. Cuando el parto se induce, todo este proceso se deberá provocar de forma artificial mediante distintos métodos mecánicos o farmacológicos que pueden utilizarse de forma independiente o ambas.
Dentro de los métodos mecánicos, nos podemos encontrar con el despegamiento de las membranas, es decir, la maniobra de Hamilton. No se trata de un método propiamente dicho y es un apoyo para que el parto se desencadene por sí mismo. Si esto no es efectivo habrá que utilizar otros métodos de inducción. También, se puede realizar una rotura artificial de la bolsa amniótica, así como la dilatación mecánica del cérvix. Este último método se realiza mediante una sonda flexible, con un pequeño globo en su extremo, que se coloca en el interior del cuello del útero.
Hablando de los métodos farmacológicos, nos encontramos con las prostaglandinas, que son sustancias derivadas de los ácidos grasos que actúan a nivel local y se colocan en el interior de la vagina en gel. Por su parte, la oxitocina es otro de los fármacos que se pueden usar para inducir el parto. De esta forma, se permite mantener una frecuencia o una intensidad adecuada de las contracciones durante todo el proceso de parto.
Sí que es cierto que provocar el parto puede conllevar diversas complicaciones. Por eso, este tipo de intervenciones tendrá que reservarse para aquellas situaciones más particulares en la que los riesgos de continuar con el embarazo sean superiores a los de la inducción. Respecto a los riesgos para la madre, se podrá producir un exceso de contracciones con intensidad y frecuencia. Será muy poco habitual, pero se puede producir una rotura del útero o la placenta podrá desprenderse.
Sin embargo, en otras ocasiones, se puede producir un fracaso de inducción. Esto se producirá cuando el parto no llega a iniciarse o no logra avanzar de forma adecuada. En ese momento habrá que hacer una cesárea y dependerá mucho de cada caso. Respecto a los riesgos para el bebé, si hay un exceso de contracciones y estas son demasiado intensas, el aporte de oxígeno para el pequeño puede ser limitado y comprometer su bienestar. En el caso de que la inducción fracase, el bebé podrá nacer por cesárea.
Esta práctica de embarazo se desaconseja si la mujer está de menos de 39 semanas, debido a los riesgos fetales que puede conllevar. Aunque el bebé se considera que está a término cuando ya está en la semana 37, sí que es cierto que se pueden producir distintos riesgos asociados a la prematuridad, como los problemas respiratorios.