Los años 70 y 80 fueron años de cambio para España. Comenzaba la movida madrileña, se transitaba hacia la democracia y se iniciaba una etapa de libertad. Fue, también, una época en la que las celebridades comenzaron a pasearse por el papel couché con un aire mucho más mundano que en décadas anteriores. En ese contexto se desarrolló la amistad entre un peluquero y la mujer con más títulos nobiliarios del mundo: Cayetana Fitz-James Stuart y Lluís Llongueras. Una historia unida indisolublemente al peinado (una permanente) que convirtió a su poseedora en su principal rasgo de estilo.
Llongueras había montado su primera peluquería unisex en los años 70, y Cayetana ya era un personaje admirado en la sociedad española: alguien que, a pesar de atesorar títulos y riqueza, tenía un aura de mujer libre que pocas veces se percibía en las élites. Además, marcó tendencia desde su juventud hasta sus últimos días.
El peluquero que marcó una época sedujo con la habilidad de sus tijeras a la duquesa de Alba. Él mismo contaba, hace unos años, cómo la convenció para llenar su cabeza de rizos.
La duquesa de Alba fue un personaje mediático prácticamente desde su nacimiento. Hasta ese momento habíamos visto a Cayetana posar con distintos peinados, mucho más tradicionales y, digamos, "olvidables". La melena cepillada con ondas de los años 40, la que lucía cuando se casó con el padre de sus hijos. Más adelante posaba con aquellos cardados habituales en los años 60, y más tarde, en los 70, con una melena extralarga y lisa. A partir de aquella permanente ideada por el gran estilista en en 1978, el año en que se casó con su segundo marido, Jesús Aguirre, ya nunca la volvimos a ver con otro peinado. ¿El motivo? La comodidad de no tener que estar peinándose. Ni más ni menos. Y a un espíritu libre como Cayetana, aquello le debió de parecer la mejor razón posible.
"Yo fui quien le hice una permanente para estar más cómoda", afirmó en una entrevista en ABC, Llongueras en la que habló de su amiga Cayetana con un cariño evidente. En ella también destacó su amabilidad, su educación y su saber estar pero, sobre todo, su sencillez, algo que contrastaba con la posición social que ocupaba. También la recordaba como una gran conversadora.
Al poco de conocerse, la duquesa invitó a su peluquero de referencia al palacio de Liria. Contaba Lluís Llongueras, que además de peluquero era pintor, que tuvo la oportunidad de deleitarse con la inmensa colección de arte que poseía la aristócrata y que contaba, como sabemos, con obras de Francisco de Goya, entre otros. Y es que era una gran amante y coleccionista de arte, afición que cultivó durante toda su vida.
Tiempo después, el estilista le pidió a Cayetana que se convirtiera en la presidenta del Premio de Imagen que había creado la casa Llongueras, algo que ella no dudó en aceptar y por lo que él le estuvo eternamente agradecido.
Era frecuente encontrar a la duquesa de Alba en tablaos flamencos, conversando junto a leyendas de la copla como Lola Flores (otra de las clientas fijas de Llongueras), bailando sevillanas, disfrutando de la vida. Hizo lo que le dio la gana hasta el último minuto, cuando, contra la opinión de todo el mundo, decidió volver a casarse con un hombre mucho más joven que ella. La Cayetana más auténtica no era la que acudía a recepciones de la casa real, sino la que se paseaba con vestidos hippies por las calas de Ibiza.
Es muy difícil encontrar a estilistas que hayan peinado no solo a celebrities patrias, sino también a iconos pop como Anjelica Houston o Bianca Jagger. Llongueras no solo fue el responsable de los caracoles (rubios, blancos, rojos) de la duquesa de Alba: también diseñó el inconfundible y famoso mechón blanco en la frente de Rosa María Calaf, que se ha convertido en una seña de identidad.
Llongueras fue, como Cayetana, un adelantado a su tiempo. Por tanto era cuestión de eso, de tiempo, que ambos se conocieran e iniciaran una amistad inquebrantable.
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