Cuando Raphael y Natalia Figueroa planearon su boda quisieron que esta se celebrara en la intimidad, rodeados de sus amigos y familiares más cercanos, y sin la presencia de la prensa. Pero al día siguiente eran portada de todas las revistas del país aunque se habían desplazado hasta Venecia para que todo transcurriera en secreto. Te contamos cómo fue este día tan inolvidable para la pareja, que continúa tan unida como aquel maravilloso día.
La de Raphael y Natalia es una historia de amor que une dos mundos que nada tenían que ver el uno con el otro. Él, un joven de familia humilde que soñaba con triunfar en el mundo de la música. Ella, la nieta del conde de Romanones e hija del marqués de Santo Floro. Mientras Raphael se hacía famoso con sus canciones y sus trabajos en diferentes películas, Natalia ejercía su profesión de periodista, colaborando con diferentes medios y escribiendo libros. Se conocieron en Madrid en 1968 y lo de ellos, según ha contado en alguna ocasión la propia Natalia Figueroa, no fue un flechazo, sino que primero se hicieron amigos y, con el tiempo, se enamoraron.
Los novios jugaron al despiste con la prensa que, desde un año antes de que se casaran, no dejaba de preguntarles por sus posibles planes de boda. Aunque públicamente negaban su intención de casarse, ya lo tenían todo decidido. Así, el 14 de julio de 1972 se dieron el “sí, quiero” en Venecia, aunque no consiguieron la privacidad que hubieran deseado.
Sus invitados, apenas cien, entre los que se encontraban José María Pemán y Antonio Mingote, fueron citados el día anterior en el aeropuerto de sin saber cuál era el destino elegido por los novios para casarse. De hecho, el avión tuvo que hacer una escala en Roma y allí creyeron que tendría lugar la boda. Pero poco después marchaban rumbo a Venecia, donde todo estaba preparado para recibirles.
Las fotos de aquel día nos muestran a un impecable Raphael vestido de chaqué, pero las miradas van para la novia y su impresionante vestido. La idea del mismo la tuvo el cantante y se hizo realidad gracias los modistos Herrera y Ollero, grandes amigos suyos. Inspirado en los trajes de faralaes andaluces, era de piqué blanco, y Natalia lo adornó con una flor de organza que prendía de su melena suelta.
Al parecer, al haber varios invitados periodistas por parte de la novia, se filtró que la pareja se disponía a casarse. Así que periodistas de diferentes medios aguardaron en el aeropuerto madrileño hasta conocer el destino de la pareja y se presentaron en Venecia en el momento de la boda. Esta tuvo lugar cerca de la famosa plaza de San Marcos, en la iglesia de San Zacarías. Cuando Raphael y Natalia vieron a la prensa, aceptaron la situación y se les permitió acceder a la ceremonia, para que todos tuvieran la misma información de la misma y consiguieron casarse en un ambiente tranquilo y respetuoso, disfrutando al máximo de un momento tan especial.
Para casarles, el padre José Zenobio voló desde México, donde ejercía como sacerdote en la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. La iglesia se llenó de flores y, a la salida, no faltó la lluvia de arroz sobre los recién casados. Desde allí todos se dirigieron al hotel Danieli, donde tuvo lugar una cena (sin baile) en la que se sirvió vichyssoise, salmón ahumado, roast beef a la inglesa, tarta nupcial y helado. Al terminar, Raphael y Natalia dieron comienzo a su luna de miel, durante la cual visitaron Nueva York, Las Vegas y Hawai.