Si por algo destacó Cayetana de Alba, fue por vivir su vida sin dejar que nadie dictara los pasos que tenía que dar. No lo consiguieron sus padres, tampoco los hombres que estuvieron a su lado y, por supuesto, nunca consintió que lo intentaran sus hijos.
Por eso, tres meses antes de su boda con Alfonso Díez, firmó el reparto de su herencia ante un notario, un reparto en vida en que donó sus bienes a sus hijos, calmando así unas aguas que el propio Díez no había sido capaz de aplacar meses antes, cuando firmó sus capitulaciones matrimoniales, en las que renunciaba a “cualquier título, derecho u honores que le pudiera corresponder fruto de su matrimonio”.
Con todo atado y bien atado, la pareja selló su amor el 5 de octubre de 2011. La Duquesa de Alba se casaba por tercera vez en su vida y a los 85 años de edad.
Fue su hijo Carlos, en aquel momento duque de Huéscar y actual duque de Alba, quien la llevó del brazo hasta el altar. La boda se celebró a la una de la tarde en la capilla del sevillano palacio de Las Dueñas, donde no dudó en congregarse una multitud, dispuesta a compartir con los novios la felicidad de este día, pero también poco dispuesta a perderse detalle de este histórico día.
Se casaba la mujer con más títulos nobiliarios del mundo y lo hacía por amor, con el hombre con el que llevaba saliendo desde 2008, un funcionario en las oficinas de la Seguridad Social de Madrid, al que había conocido a través de su anterior marido y veinticuatro años más joven que ella.
Una vez que consiguieron el beneplácito de los hijos de Cayetana, los novios pudieron disfrutar de su gran día, una ocasión para la que la Duquesa escogió un vestido en color rosa de Victorio & Lucchino, con un cinturón verde a contraste, que completó con unas manoletinas de encaje en el mismo color.
Destacaban las joyas escogidas, con gran historia y también con gran importancia sentimental para la novia, porque llevó un brazalete de brillantes, regalo de su madrina, la reina Victoria Eugenia, pero también una pulsera de brillantes que había sido regalo de su primer marido, Luis Martínez de Irujo. Como pendientes seleccionó unos de dobles lágrimas de brillantes y adornó su cabello con un broche dorado.
En la capilla en la que se celebró la ceremonia apenas entraban los novios y los cerca de cuarenta invitados que acudieron, entre los que no estuvieron Jacobo, ni Eugenia, el primero por desavenencias con su madre, la segunda porque estaba ingresada con varicela. Sí que estuvieron Francisco Rivera, también su hermano Cayetano, no faltó Carmen Tello, madrina de la boda, ni tampoco Genoveva Casanova, exnuera de la Duquesa y con quien mantuvo una excelente relación hasta el final.
Tras la ceremonia, los novios salieron al ritmo de la música de Siempre Así, y la novia no dudó en responder a todo el cariño recibido bailando un poco de flamenco, su gran pasión. Después, se marcharon con sus invitados a seguir la celebración con un banquete donde no faltó nada, ni los entrantes fríos, ni los platos calientes, ni el postre: tocino de coco, pastel de almendras con salsa de leche condensada y bomba de chocolate con salsa de turrón caliente.