Pocos meses después de anunciar el compromiso, Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo y Matilde Solís se casaban en una gran celebración que reunió a lo más granado de la sociedad de la época. Una boda que ha sido muy recordada a causa de las bodas de sus hijos, tanto del primogénito, con Sofía Palazuelo, como del menor, con Belén Corsini.
Un matrimonio que duró doce años y fruto del que nacieron los dos hijos de la pareja, Fernando y Carlos. Matilde no parecía encontrar su lugar en Madrid, donde vivía la pareja, primero en el Palacio de Liria y después en un chalet en las afueras de Madrid, tal vez por eso tras la separación regresó a Sevilla, donde se había criado a pesar de haber nació en Navarra.
La expareja tomaba caminos separados y cada uno rehacía su vida por su cuenta. Matilde se casaba de nuevo dos años después de la separación, una boda civil que vendría seguida cuatro años después de una ceremonia religiosa, tras conseguir la nulidad; se separaba en 2009. Carlos, por su parte, se rumorea que podría mantener una relación con Alicia Koplowitz, que fue una de las invitadas en su boda.
Carlos y Matilde se casaron en 1988, él, considerado un eterno soltero, rondaba los 40, ella tenía 25 años. La unión se celebró ante el altar mayor de la Catedral de Sevilla, honor reservado para unos pocos. Los novios llegaron puntuales a la puerta de Palos de la Catedral en landós, tirados por dos caballos y dos yeguas, y recorrieron una alfombra de más de 90 metros, para regocijo de todos los curiosos que no quisieron perderse la unión del primogénito de la duquesa de Alba y Luis Martínez de Irujo.
Él llegó del brazo de su madre, madrina del evento; ella hizo lo propio con su padre, el conde de la Motilla. La ceremonia, muy emotiva, fue oficiada por Manuel Solís, hermano de la novia.
La novia optó por un vestido del sevillano José María Cerezal, un traje de corte princesa y manga corta elaborado en seda natural importada de India y cubierta de organza. El escote era redondeado por delante, pero en la parte posterior contaba con un pronunciado pico del que nacía una imponente cola, cuya longitud, extendida, abarcaba exactamente los ocho escalones que llevan al altar mayor, según asegura la revista ¡Hola!.
Sobre el peinado, la novia lució una tiara de la Casa de Alba, la conocida como la tiara rusa. En sus memorias, Cayetana recordaría como después tuvo que vender esta pieza de Ansorena para poder comprarle a Cayetano un caballo con el que continuar sus sueños en la hípica.
La celebración de la boda tuvo lugar en el palacio de los padres de la novia, una recepción que comenzó con aperitivos fríos y que continuó con una cena de seis platos. Como postre, recoge la citada revista que se sirvió tarta de profiteroles con un velo de caramelo de la casa Juliá. Una cita a la que acudieron más de 2000 invitados, entre los que no faltaron Carlos Falcó, Alfonso de Borbón, Marta Chávarri, Pitita Ridruejo, Naty Abascal o la infanta Margarita, que acudió en representación de la familia real.