Tras toda la vida trabajando en el mundo de la moda, Judit Mascó sigue siendo una gran desconocida para mucha gente, pues la modelo ha intentado mantener su vida personal lo más privada posible. Madre de cuatro hijas y felizmente casada desde 1993, ha tenido que hacer frente durante estos años a varios rumores de crisis en su matrimonio, que ella misma se ha encargado de desmentir.
Un romance que comenzó cuando era muy joven y que el tiempo ha ido consolidando hasta llegar a ser una sólida historia de amor que les hizo repetir sus votos veinte años después de esa primera boda, que quisieron celebrar lejos de curiosos posibles y por la que cobraron una exclusiva que donaron a diferentes ONG.
Judit tenía 15 años cuando conoció a Eduardo Vicente en 1984, porque Eduardo era amigo de su hermano. Se casaron cuando la modelo tenía 19 años y desde entonces han estado juntos en lo bueno y en lo malo, construyendo una vida que comparten y una familia que les llena de orgullo.
"Con él he pasado lo bueno y lo malo. Compartimos todo. Es una persona de mucha confianza, con la que quiero estar ahora y siempre”, explicaba hace poco la modelo en conversación con LOC. “Creo que esa es la base, el truco de una relación duradera. No sé si creo en el amor para siempre, pero sí creo en este tipo de amor: en el amor de verdad, ese tranquilo, que te da paz”.
No son pocas las ocasiones en las que Judit ha señalado que su pareja es su compañero de vida, alguien con quien compartir todo lo que le pasa, pero respetando la importancia que supone que cada cual tenga su espacio. “No me creo lo de la media naranja. Él es una naranja y yo la otra. Cada uno con su trabajo, sus aficiones… pero tiene que haber muchos puntos en común, también admiración mutua, y nosotros la tenemos”, dijo en 2012 sobre su relación de pareja.
La pareja se casó en uno de los momentos de mayor fama de la modelo, por lo que mantener la ceremonia privada se convirtió en toda una aventura. La boda se celebró el 23 de julio de 1993, en la ermita del castillo de Sant Lluís de Rístol, un lugar que escogieron porque está situado en lo alto de una colina, lo que les permitía poner seguridad en la base y evitar que se colara la gente.
Fue una boda pequeña, a la que asistieron 80 invitados y para la que la modelo contó con el modisto de su madre de toda la vida para crear un vestido inspirado en Grace Kelly, un diseño de seda de manga corta, con una ligera sobrefalda de tul que se quitó para poder disfrutar al bailar con los invitados.
El velo fue el punto de unión entre esta boda y la siguiente, celebrada 20 años después, una renovación de votos delante de su familia para la que quiso volver a lucirlo. Algo informal y desenfadado donde volvieron a repetir los votos de su primera boda.