Esta semana, en su columna de El País, la periodista Luz Sánchez-Mellado comparaba las dos vidas de los abuelos de Leonor. Uno, rey emérito, residente en Abu Dabi y con un escándalo en ciernes que ha hecho temblar a la Corona. El otro, un periodista jubilado en su piso de Madrid. Lo único que les une es el parentesco político, ese que se fraguó con la boda de Felipe y Letizia, sus respectivos descendientes. Pero una fecha tan señalada como la de hoy, 23-F, ha vuelto a poner de manifiesto el contraste entre estos atípicos consuegros.
Todos sabemos lo que hacía don Juan Carlos aquel fatídico 23 de febrero de 1981. Horas después de que un grupo de guardias civiles secuestrase el Palacio de las Cortes con el fin de perpetrar un fallido golpe de Estado e impedir la investidura del presidente del gobierno de entonces, el rey apareció vestido de uniforme en los televisores de todos los españoles para negar a los golpistas y defender la Constitución.
Este paso al frente en un momento crítico para nuestra democracia quizá sea lo más aplaudido de sus cuarenta años como jefe del Estado y que hoy, cuarenta años después, su hijo Felipe ha reivindicado en un acto institucional en el Congreso de los Diputados. Pero, ¿qué se encontraba haciendo el padre de su nuera en aquel momento? ¿Dónde estaba una todavía niña Letizia Ortiz en ese día histórico en el que su vida corrió peligro?
A través de su perfil de Twitter, ese que sigue dejando patente su vocación periodística a pesar de haber cerrado cuatro décadas de etapa profesional, Jesús Ortiz ha plasmado "la angustia, zozobra, cabreo y más cabreo" que sintió aquel día. Se encontraba acompañado por un colega, de vuelta a Oviedo desde Trubia después de una entrevista cuando cayó en que sus tres hijas, Letizia, Telma y Érika, de nueve, ocho y seis años, estaban en clase de ballet con Paloma Rocasolano en el estudio de Marisa Fajul.
Justo encima de aquel local se encontraba la sede de CCOO. "Como a algún descerebrado le dé por liarla", pensó. "Subí, dije a mi familia que nos marchábamos de ahí a toda prisa y sin preguntar y advertí a la directora de la escuela de mis temores", ha narrado. Una vez estaban todos en casa, a salvo, sus ansias por contar lo que estaba sucediendo para RCE fueron en vano, porque su director le dio orden de no salir a la calle. "Solo pudimos contar cosas de local a la mañana siguiente. Y, bueno: lo demás es historia que se puede leer, con mayor o menor grado de veracidad y objetividad, en algunos libros", ha apuntado a modo de balance.