Con el cuidado de las plantas, como en las relaciones, a veces no eres tú, soy yo, el que hace que la cosa no funcione. Por eso, incluso las más fáciles, aquellas que te aseguraron que no requerían ningún cuidado y que casi iban solas, como si fueran a la universidad, se han muerto en tus manos. Y, a pesar de todo, no puedes evitar sentirte culpable y piensas que podrías haber hecho más.
Si te sientes identificada con esta situación, me refiero a las plantas no a las relaciones, este manual de principiantes te da la opción de intentarlo de nuevo y comprobar que, en muchas ocasiones, no se trata de darlo todo, sino de paciencia y algo de suerte.
Aunque parece sencillo y la mayoría de las plantas que compras o te regalan llevan un cartelito informativo donde explican el riego, el exceso de agua es uno de los motivos que acaban con ellas en el menor tiempo posible. De la falta se pueden recuperar, del exceso, nunca. Lo mejor, si no eres un experto, es tocar la tierra y ver si está húmeda. Si no lo está, es el momento.
El agua de la lluvia es la mejor opción, pero como puede resultar difícil, sobre todo en verano, una buena idea es dejar reposar la del grifo un par de días para que no haya cal. Lo del agua embotellada no es una opción, ¿o sí?
A la hora de hacerlo, aunque la jardinera nos encanta, úsala con cuidado, ya que, si solo regamos por encima de la tierra, es muy común que el agua resbale por los laterales del cepellón y no penetre bien hasta las raíces. Una de las mejores técnicas es por inmersión. Para ello, basta con colocarlas en un recipiente con mucha agua durante unos minutos y después dejarlas que drenen.
Sobre todo en verano, cuando los días son calurosos y secos y las noches, también. Es importante, además, limpiar sus hojas, ya que si están sucias pueden interferir en la fotosíntesis y en la absorción de nutrientes. Hazlo con una esponja empapada en agua templada.
Ten en cuenta que si las macetas son pequeñas necesitarán un riego más frecuente, mientras que las más grandes bastará con que vigiles si la tierra está seca, ya que cuanta más tierra tienen más humedad conserva el sustrato.
Durante el verano, riégalas preferentemente a primera hora de la mañana o al anochecer, así evitarás que las hojas se quemen y ayudará a que la tierra se conserve húmeda por más tiempo.
Aunque suena raro, se trata simplemente de pinchar la tierra con un palo u objeto punzante. De esta manera, lograrás que el aire y el agua lleguen a las raíces y no se queden a medio camino.
Es uno de los pasos que más miedo dan y más necesario es, ya que normalmente la maceta en la que están se llena de raíces y necesita más espacio para seguir creciendo. Lo ideal es hacerlo una vez al año, aunque si no te atreves, prueba al menos a quitar un par de dedos de tierra y añadir nuevo sustrato que, al mezclarse con el que tiene, aportará nutrientes. Una buena idea es cortar una parte de las raíces, para estimular al resto, usar el sustrato adecuado y mantener el nivel de humedad para que no sufra.
Si te extraña que tu planta no haya dado nunca flores o cuando ves que, aunque tú la colocas mirando hacia un lado, ella se dirige hacia el sol, te has equivocado de rincón y necesitan un lugar más luminoso o con más horas de luz. Cámbialas de sitio y verás cómo renacen.
Pulgones, cochinillas y mosca blanca suelen ser las más usuales. Para combatirlas, nada mejor que pulverizarlas con agua y jabón, vale un lavavajillas normal o el antimanchas de Mercadona (con poderes también para esto). Si, además, quieres prevenir, añade a la mezcla cuatro cucharadas de aceite y forma una película repelente que evite que se apoderen de sus hojas.