Remedios Zafra, escritora y científica del Instituto de Filosofía del CSIC, lleva años dándole vueltas a nuestro presente, especialmente en todo aquello que tiene que ver con el mundo laboral. Y una de las conclusiones a las que llegó hace un tiempo es que nuestras vidas están ligadas al trabajo. Por ello no es extraño que de ahí surjan muchos de los males que nos afectan: falta de tiempo, enfermedades o poca motivación son solo algunos. Después de publicar varios ensayos al respecto ('El entusiasmo', 'Frágiles'), vuelve con 'El informe', una propuesta para repensar nuestra relación con el mundo laboral. Hemos hablado con ella sobre qué lugar ocupa el trabajo en nuestras vidas, cómo hemos llegado hasta aquí y qué cambios son necesarios para darle la vuelta.
¿En qué se ha convertido el trabajo en la actualidad?
El trabajo se ha convertido en una identidad predominante, la respuesta a la pregunta "¿quién eres?" Hoy nos preparamos para un trabajo, buscamos trabajo, compaginamos trabajos, soñamos con el trabajo, tomamos aliento para seguir trabajando… Pienso que vivimos la toma de conciencia respecto a una situación que linda agotamiento y hartazgo y que clama nuevos acuerdos para vidas más vivibles. En esa toma de conciencia advertimos también la ineficacia de las formas de uso tecnológico movidas por fuerzas hiperproductivas y competitivas donde quizá las IAs estén ocupándose de algunas tareas creativas, pero “no”, nos están ayudando a realizar los trabajos más tediosos, mecánicos y precarios.
El desajuste es claro porque las personas no tienen más ni mejores tiempos para vivir, sino que se mueven con el trabajo pegado a las yemas de sus dedos. Como efecto, ese trabajo no es necesariamente mejor. Lo que terminamos haciendo por la presión de la entrega o el cumplimiento, no conlleva concentración ni sentido, y a menudo termina siendo mera “apariencia de trabajo” o “trabajo precario”. Nos encontramos entonces en un momento de desafecto y crisis con los trabajos.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Hay una retroalimentación capitalista que lo favorece. De un lado la tecnología dominada por el poder económico y de otro el poder económico infiltrado en nuestras vidas a través de la tecnología. De ello se ha ido derivando un suelo de precariedad laboral que no solo afecta a la temporalidad y malas condiciones de muchos trabajadores, sino a una precariedad como característica también de lo que hacemos. Bajo lógicas productivas que priman hacer mucho y hacer rápido suministrando y naturalizando objetos e informaciones de usar y tirar, esta inercia favorece un valor sustentado en la emocionalidad de “ser muy visto” o “ser muy seguido”. Como consecuencia se incentiva la desarticulación colectiva y un individualismo dañino para la sociedad, orientado a buscar un éxito acumulativo y monetario despojado de valores y principios, de preguntas del tipo: ¿Cómo afecta lo que hago a los demás y al mundo? Me parece que el asentamiento de visiones que usan este bucle como presión que resigna y reitera que “cada uno es responsable de lo que hace y tiene” beneficia el mantenimiento de estructuras de poder y desigualdad que dificultan el cambio colectivo.
Defiendes que habría que tener más tiempo libre, que de esta saturación solo surge repetición y cansancio...
Hay algo que no podemos olvidar. Las formas en las que trabajamos son modificables. Las formas en las que nos organizamos son fruto de acuerdos que como humanos hemos ido negociando, por lo que son transformables. No estamos programados para hacer lo que hacemos, es parte de un convenio social que se apoya en regulaciones necesarias pero reajustables para acoger la nueva complejidad que vivimos. El gran problema del trabajo es el problema del tiempo, porque el gran problema de la vida es el tiempo.
Lograr que la mayor parte de nuestro limitado tiempo sea propio y no regido por el trabajo es una aspiración necesaria. Es más, creo con convicción que de la mayor disponibilidad de tiempo propio se deduciría un “mejor trabajo”, pero también mejores ideas y un hacer más valioso para cada uno y comunitariamente.
También todo lo que nos perdemos, dedicando tanto tiempo al trabajo
A poco que miremos con cierto extrañamiento nuestras vidas veremos cómo la mayor parte de nuestro tiempo está orientado al trabajo o a la preocupación por el trabajo. Cuando se ama lo que se hace esto no es problemático, pero si esto no pasa, la jubilación es proyectada como deseo que nos recompense con tiempo libre, siempre y cuando hayamos cotizado lo suficiente o no estemos demasiado enfermos. Identificamos con envidia a esos privilegiados, hipervisibles en redes, que logrando dinero consiguen la libertad del tiempo, o eso parece, pues en esas escenas de disfrute muchos verán esos nuevos trabajos que buscan vender productos ofreciendo una felicidad impostada.
Es como si el sistema dejara fisuras para soñar con “otras vidas posibles” donde hacer todo aquello que vamos posponiendo a “cuando tengamos tiempo”. Pero cuando llegamos a casa (el lugar que antes era del “no trabajo”) o al fin de semana (el tiempo que era del “no trabajo”), resulta que allí y entonces seguimos aplazando esas cosas que nos importan, porque es justo cuando podemos avanzar con algo más de tranquilidad lo que no hemos podido hacer a lo largo de la semana. Y no recordamos desde cuándo, pero muchos lo han normalizado.
Algo a lo que la tecnología no está ayudando. ¿Cómo nos perjudica?
La tecnología como concepto no perjudica, pero sí el tipo de tecnología que se ha ido asentando y promoviendo en estas décadas. Una tecnología creada y movida por fuerzas monetarias que anteponen la adicción de quienes las usan y la rentabilidad para quienes las crean. Una tecnología que no está facilitando más y mejor gestión del tiempo, sino que se materializa sumando más tareas de autogestión, convirtiéndonos en suministradores de datos.
No obstante, además de estas cuestiones de base, identifico otro problema sobre el que pasamos por alto: el diseño precario, rápido y no reflexivo de muchas aplicaciones, encargado a trabajadores informáticos no conocedores ni sensibilizados con la necesaria humanización de los trabajos, bajo visiones disciplinares de estas prácticas de programación que pasan de largo por la necesaria contextualización de la tecnología, homogeneizando lo que debiera ser diverso.
¿En qué se ha convertido el descanso?
Para muchas personas que sufren esta situación que aquí comentamos, el descanso es “un deseo aplazado”, “un recuerdo”, “un producto que comprar”, “un tiempo al que llegar con ayuda medicinal o química” y, en la mayoría de los casos, “una parte del trabajo”, es decir el tiempo donde tomar impulso porque los ritmos se han suavizado y puedes compaginar tu vida con un trabajo más lento y cuidado. Porque ocurre que cuando los tiempos laborales son apropiados por multitud de pequeños requerimientos y crecientes tareas burocráticas y, por ejemplo, la gestión del correo ocupa la mitad de la jornada, el trabajo por el que te contratan, el que importa y casi siempre “amamos”, el que requiere un contexto de concentración y silencio, es empujado a los “tiempos de descanso”, esos en los que el correo “descansa”. Pasa con frecuencia en los trabajos académicos, culturales y de investigación. Nosotros mismos, estamos haciendo esta entrevista en esos tiempos para poder pensar mejor lo que decimos.
¿Cuánto tiene que ver muchas veces la enfermedad con el trabajo?
No son pocas las enfermedades contemporáneas que nacen o se agravan por las formas en que trabajamos, formas que hablan de: sedentarismo, estrés, mala alimentación, aumento de intolerancias, ansiedad normalizada, problemas estomacales, adicciones a estimulantes y a pastillas buscando regular la productividad desde el panel psíquico que pide apresurarnos o calmarnos. De esto último se deriva una nueva pandemia en ciernes, la de personas adictas a los ansiolíticos que quieren dejarlos y que solas no pueden.
Entender que muchas de las enfermedades actuales vienen de las formas en que trabajamos, ¿no requeriría cambiar estas formas? Es decir, contar con los médicos tanto como con los sindicatos. Personalizar las enfermedades es necesario pero no es incompatible con advertir esta transversalidad que atraviesa nuestros cuerpos. Porque a todas luces trabajar no debiera enfermarnos.
¿Cómo podemos romper con este bucle entonces? Hablas de “hacer con sentido”: ¿Qué quiere decir esto?
“Un hacer con sentido” es un hacer con atención, buscando un valor en lo que hacemos, a menudo incluso un cariño y un placer en su ejercicio, un hacer del que resulte algo bueno para la sociedad y también para nosotros. Las condiciones para ese “hacer con sentido” implican mayor confianza en los trabajadores y condiciones que les permitan disponer de tiempos de concentración y cuidado para su tarea, exigencia de responsabilidad en el valor de lo que hacen y no exclusivamente en sus números.
Hacer bien un trabajo, "con valor", ya sea cultivar, hacer un mueble, curar, investigar, educar, hacer una comida, proporciona eso que “da sentido” a nuestro tiempo vital, pero también un placer individual de quien siente satisfacción por un ejercicio que se materializa en algo bueno o valioso para otros. Cuando esto se pierde hay un doble perjuicio: para el trabajador y para la sociedad.
Importante también es reapropiarnos del tiempo de nuevo. ¿Cómo podemos hacerlo?
No es posible "ser Quijotes" en este asunto. Pienso que la reapropiación del tiempo más allá de lo que pueda hacer quien es rico o quien es valiente, implica movimiento social, reclamación política, y claramente recuperar el lazo colectivo para cambiar las condiciones de trabajo. Esta transformación requiere de un primer paso siempre imprescindible, tomar conciencia de que algo está mal. Para mejorar me parece importante asumir responsabilidades atendiendo a las situaciones y privilegios que cada persona tiene, sin vernos como enemigos entre trabajadores. Una suerte de hermandad solidaria sería bienvenida.
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