Para sobrevivir a las expectativas de los demás y para ajustarnos a las estructuras sociales, las mujeres llevamos siglos impostando. Callas por no empezar una discusión en el trabajo, haces como que no ves al viajero baboso con el que te toca compartir el vagón de metro o sonríes —aunque estés incómoda— porque te han dicho siempre que es lo educado. Se finge por una simple cuestión de supervivencia, como explica Violeta Alcocer en ‘Auténticas impostoras’ (Roca). Pero, como bien sabe esta psicóloga clínica, esta estrategia de supervivencia tiene un precio.
En el libro hablas de cómo las mujeres impostamos desde hace siglos, pero ¿qué pasa con las nuevas generaciones?
Sí, se sigue. Las cosas van cambiando desde el punto de vista legal y normativo. Jurídicamente hablando, está habiendo bastantes avances. Pero, para que los cambios jurídicos sean cambios sociales, tiene que haber uno en la cultura y ese no se produce con tanta facilidad. De alguna manera, todas las normas ya están dictadas de antemano. Es como si nosotras llegáramos a un espacio en el que ya están cogidos los mejores sitios, por decirlo de alguna forma. Salvo que haya acciones muy concretas y dirigidas a cambiar esas sinergias, si no hacemos nada, esas sinergias se perpetúan. Solo con la voluntad no cambian las cosas .
A la hora de abordar algunas brechas un poco más invisibles hay como cierta tensión. Cuando se habla de que los baños están diseñados de forma poco eficiente o de la brecha de los cuidados siempre hay un montón de comentarios enfurecidos. ¿Cómo se puede abordar esto? ¿Cómo lograr que la gente lo vea? Como demuestras en el libro es algo que dicen los datos, no algo subjetivo.
Necesitamos una nueva pedagogía de lo que es el patriarcado y de qué es lo que hablamos cuando hablamos de eso. Creo que no se entiende bien. Uno de los comentarios que más escuchamos es, en relación al tema de la impostura, “claro, los hombres también experimentamos estas exigencias, también fingimos”. Esta resistencia de “a nosotros también nos pasan cosas”. Pienso que hunde sus raíces en un aprendizaje un poco distorsionado de lo que realmente es una sociedad patriarcal, que deposita exigencias y mandatos en todas las personas y esto nos hace sufrir a todos y a todas. La cuestión diferencial es que el sistema social de recompensas y castigos es distinto. Estamos en un sistema que nos exige mucho a todos y a todas, pero que tiende a privilegiar a unos y a devaluar, a castigar, a las mujeres. Desde el privilegio es muy difícil ver y entender. En la otra parte, nos adaptamos muchísimo. Esta adaptación tiende a invisibilizar.
Esto me recuerda a los datos que das sobre un estudio de cuidados, que los hombres decían que la carga mental se repartía, las mujeres que la tenían ellas y al final si se preguntaba a los hijos e hijas recurrían a sus madres porque eran las que sabían cómo solucionar las cosas…
Eso es justo eso. Cuando la sociedad a ti como hombre te está diciendo que en el momento en que haces dos estás haciendo ya 50.000 y te está aplaudiendo por absolutamente todo lo que haces, tu sensación es que todo va bien. Y si además las personas que tienes a tu lado tienden a impostar, a acomodarse, pues todavía más invisible. Y luego también hay una parte, la de que los comportamientos más violentos e incómodos, muchos hombres no los hacen delante de otros hombres. Hay una parte de nuestra experiencia que vivimos en soledad y que solo otras mujeres saben que eso es así.
Siguiendo con otro tema complicado en las imposturas, en el libro hablas de la belleza. Yo creía que haber sido adolescente a finales de los 90 y principios de los 2000 había sido horrible, con toda la presión por la delgadez. Pero ¿es todavía más horrible ahora con las redes sociales?
Nunca han dejado de serlo. Creo que se actualizan. El crecer con las redes sociales como referente multiplica. Multiplica las probabilidades de tener trastornos y de tener problemas de salud mental porque estás constantemente comparándote con imágenes y con ideales imposibles. Ahora ya se está empezando a hacer un poco más de hincapié en que tiene filtro. Ahora sabemos un poco, pero aun así es bastante difícil captarlo.
También compartes en el libro una cita de Magda Piñeyro sobre toda la obsesión de estos últimos años de “querernos a nosotras mismas”, como lo de aceptarnos tiene una vertiente un tanto tóxica. ¿Está haciendo que el problema esté en ti, cuando la realidad es más compleja y el contexto importa?
Esa cita es maravillosa, porque es justo eso, intenta tú montar un castillo de naipes con el ventilador encendido. Tendemos constantemente a desviar el foco y a seguir colocando la responsabilidad en nosotras. Una de las cosas de las que hablo en el libro es que hagamos lo que hagamos vamos a ser objeto de cuestión. Una de las reivindicaciones es que eso deje de ser así, que podamos hacer lo que nos dé la gana sin ser objeto de un enjuiciamiento permanente. Con respecto a la imagen corporal, no tengo porque sentirme valiente por llevar unos pantalones cortos.
Un "si no te sientes cómoda con ellos, no tienes por qué ponértelos"…
Ni lo hagas ni lo dejes de hacer. El libro no es un recetario de lo que tienes que hacer o no. Pretendo describir la situación y ayudar a las personas a que tomen conciencia de la que es y apelar a la libertad individual a la hora de hacer o dejar de hacer en función de lo que una quiera y lo que una pueda. Porque hasta ahora es verdad que sí que se nos ha dicho que tienes que empoderarte, siempre con el objetivo de ser una mejor versión de nosotras. Lo que reivindico es que nos liberemos un poco de esa presión y, además, que nos preguntemos quién define esa versión.
Hablamos de la presión de la perfección y quienes tienen que enfrentarse más a esa idea puede que sean las madres. ¿Es uno de los círculos de presión más difíciles de romper?
Es uno de ellos. Precisamente en la base de las sociedades patriarcales está la división sexual del trabajo y el control de la reproducción humana. ¿Y quién se reproduce y quién cuida? Desde ese momento hasta la fecha, la maternidad ha estado siempre bajo el control no solo de la familia, sino bajo el estatal y religioso. La función maternal y las funciones reproductivas de las mujeres han estado íntimamente ligadas con el desarrollo económico y con las posibilidades de supervivencia de los grupos. Para poder mantener ese control se nos ha ido dictando a lo largo de los siglos cómo teníamos que ser como madres, cuál era nuestro lugar.
A medida que las sociedades han ido cambiando, el rol ha ido evolucionando, pero en vez de desterrar los mandatos anteriores se han ido superponiendo. Antes las madres tenían que quedarse en casa y ser absolutamente abnegadas, luego se nos coloca también la responsabilidad afectiva y educativa, y ahora tenemos que ser sus psicólogas. En el momento en el que esa madre se incorpora al mercado laboral se le pide que sea una trabajadora entregada y excelente: le sumamos la doble jornada. Es uno de los roles más imposibles de cumplir.
Vivir en esta especie de impostura eterna, pasa factura. ¿Qué efectos tiene en la salud? Cuentas en el libro que cuando una mujer llega con un cuadro de estrés debería tenerse en cuenta también el contexto en el que está estresadísima
En España, las mujeres vivimos más años, pero curiosamente vivimos peor. Tenemos una vida mucho más longeva que los varones, pero, sin embargo, todas las encuestas señalan que tenemos más enfermedades, más dolencias, más insatisfacción, más depresión, más ansiedad, más problemas de espalda… Esas son las consecuencias no directas que se relacionan con todas estas cargas estructurales de las que de las que estamos hablando. En la consulta, vemos muchas veces casos de depresión y ansiedad, estrés, insatisfacción con la vida en general. Llegada cierta edad, una pérdida de sentido vital. A veces, mujeres que están realmente en situaciones de violencia y que no son conscientes, porque muchas veces pensamos que tienen que ser como grandes situaciones, muy graves y visibles y no somos conscientes de que las cuestiones cotidianas nos impactan y estamos pagando un precio por ello.
La culpa omnipresente conlleva un precio. Al final, es un desgaste de tu sistema nervioso. Lo mismo pasa con el miedo. Todo esto tiene consecuencias en nuestra salud, no solo la mental, también la física. Cuestiones como la doble jornada, la precariedad, el tener un montón de trabajos a tiempo parcial, los desplazamientos… Todo esto va minando su salud, porque comen peor o no pueden atender sus citas medidas con regularidad. Es una suma y goteo de cosas que impactan en la salud física y mental, no solo en España sino en todo el planeta.
Te puede interesar: