Es una de las disciplinas que suele generar más consenso cuando se piensa en algo para ver durante los Juegos Olímpicos: la natación sincronizada impresiona, porque sus deportistas son capaces de desarrollar complejas coreografías y realizar proezas en el agua sin que parezca que les cuesta ni el mínimo esfuerzo.
Ese “ballet acuático”, como se decía en el pasado, requiere, sin embargo, muchos esfuerzos. Es, como el mismo ballet -su derivado, el ballet fit, ha conquistado a la famosas- con el que se compara, duro, complicado y el fruto de un intenso entrenamiento.
La natación sincronizada —oficialmente natación artística: la Federación Internacional de Natación (FINA) le cambió en 2017 el nombre— es deporte olímpico desde 1984. Sin embargo, su historia va más allá de esa década. En los años 40, Esther Williams impresionaba en musicales acuáticos de éxito global, en los que nadaba complejas coreografías —ella, en realidad, iba para deportista olímpica de velocidad, pero la II Guerra Mundial frustró sus planes— y que hacen que ahora se la llame habitualmente la “madre” de la natación artística.
Aun así, la historia de esta disciplina se remonta hasta finales del siglo XIX, cuando aparecieron las ‘natationists’ en Reino Unido y Estados Unidos con sus ejercicios sorprendentes y espectaculares en el agua.
Lo cierto es que las pioneras de este deporte estaban abriendo camino a muchos niveles. Las primeras nadadoras artísticas tenían que enfrentarse a los prejuicios sobre las mujeres deportistas y también a una cierta incomprensión ante lo que hacían.
Cuando en los años 40 un empresario fichó a Esther Williams, le dijo que lo único que le interesaba era que “nadase bonito”. Williams le explicó rápidamente que para nadar bonito antes tenía que ser una buena nadadora. “No es solo esta cosa ligera y suave con gorros de natación floreados”, le dice a ‘The New York Times’ Vicki Valosik. Valosik acaba de publicar en Estados Unidos ‘Swimming Pretty: The Untold Story of Women in Water’, un ensayo que se adentra en los orígenes de la natación artística y que descubre, justamente, la historia de esas pioneras ahora olvidadas.
Lo primero que identifica su investigación es la existencia de pioneras que ya estaban haciendo exhibiciones décadas antes del éxito de los musicales acuáticos. Annette Kellerman atravesó a nado el Canal de la Mancha en el inicio del siglo XX, pero también protagonizaba espectáculos, se vestía con bañadores de una única pieza (cuando eran considerados poco modestos) y protagonizó películas de cine mudo en las que nadaba ante las cámaras. Otras mujeres de esos años nadaban en tanques de cristal, como Sallie Swift que en sus espectáculos hacía picnics bajo el agua.
En cierto modo, y este es otro de los puntos que aborda su investigación, todas estas exhibiciones estaban muy conectadas con el hecho de que, mientras para los hombres estaban abiertas las competiciones de natación, para las mujeres no lo estaban tanto. Las nadadoras se encontraban con el mismo prejuicio contra el que debían luchar las mujeres de inicios del siglo XX: la idea de que competir “no era femenino”.
En esos años, de hecho, Alice Milliat luchaba para que las mujeres pudiesen competir en los Juegos Olímpicos, algo que Pierre de Coubertin —quien recuperó las modernas Olimpiadas— veía con malos ojos. No creía que fuese lo correcto. Aunque algunas mujeres participaron en los años previos, no fue realmente hasta 1928, en Ámsterdam, cuando se abrió la puerta a la participación de mujeres en algunas disciplinas (la natación fue una de ellas, aunque la sincronizada no lo sería hasta los 80). Durante esa década, eso sí, Milliat estuvo organizando sus propios Juegos Olímpicos para mujeres a modo de protesta.
Las exhibiciones eran una manera de mostrar lo que sabían y de demostrar que, por supuesto, las mujeres también podían ser nadadoras. E incluso para recordar que debían y podían aprender a nadar: era algo que pocas hacían —lo cual resultaba peligroso— y que, como recuerdan en ‘The Wall Street Journal’, se veía lastrado por la ropa que debían vestir para hacerlo.
Las ideas de lo que era modesto o decente importaban más que la seguridad. Las mujeres victorianas, por ejemplo, debían nadar con pesadas e incómodas prendas de lana, que no ayudaban mucho a mantenerse a flote. Estas pioneras nadadoras y sus exhibiciones de natación sincronizada rompían todos esos esquemas usando bodies que se pegaban al cuerpo y que resultaban cómodos y más ligeros para hacer ejercicio.
Esta prehistoria de la natación sincronizada no solo invitaba a cuestionarse cómo debía ser la ropa —como también hizo, por ejemplo, la moda para montar en bicicleta a finales del siglo XIX— sino que además, al resultar llamativa y bonita, hacía un poco de relaciones públicas de las clases de natación.
Las nadadoras españolas de natación artística tienen posibilidades de medalla en estos Juegos Olímpicos en París y el equipo español acumula importantes títulos en estos últimos años. Sin embargo, como cuenta la propia Real Federación Española de Natación (RFEN) en su web, el deporte llegó a España más tarde que a otros países. En los años 50 se realizaban ya exhibiciones de lo que entonces se llamaban “ballets acuáticos” y a finales de esa década se hicieron las primeras competiciones.