Sofía Ellar. Dícese de esa “niña mona” de mecha californiana, adicta a los gatos y con rollo naif que con su música se convirtió en un ejemplo a seguir para la generación centennial. La misma que, durante seis días, mutó en un alter ego al que puso de nombre Mademoiselle Madame y que se plantó en LOS40 Music Awards con una peluca negra, un piercing en el labio, una calcomanía comprada en el bazar de la esquina y unas uñas de gel.
Todo era una performance para reivindicar que los cambios a veces son necesarios, que no pasa nada por equivocarse y que también hace falta un golpe de efecto de vez en cuando para que te escuchen y no solo te oigan. Pero entre medias se encontró con mofas, insultos y mucha incomprensión. Ahora, después de charlar con ella, todo encaja.
Mientras sus directos de Instagram eran trending topic, eran muchos más los que afilaban sus tuits que los que se preguntaban qué le estaba pasando a Sofía. Más allá del shock inicial que provocaba su renovado aspecto, ese personaje que se escondía detrás de esta nueva Ellar estaba triste, perdido, no era ella.
Y en Divinity hemos querido descubrir junto a la cantante qué buscaba con este acting por el que lo ha apostado todo (sus ahorros incluidos) para empoderarse y construir una nueva etapa en su carrera como artista independiente.
Este último adjetivo lo condiciona casi todo. Sofía Ellar no tiene una gran discográfica que le cubra las espaldas. Y esto supone “jugársela” siempre, para bien o para mal. Su equipo le preguntó que si se le “había ido la olla” cuando les planteó la propuesta en plena pandemia. Que si sabía a lo que se enfrentaba con este triple salto con tirabuzón. Pero ella optó por seguir defendiendo su plan.
Crear a Mademoiselle Madame era la única forma viable de introducir en su repertorio tres nuevas canciones que no tenían nada que ver con lo anterior. Un complejo trabajo artístico en forma de EP que funcionase como puente con su nuevo álbum, ese que con su título (‘Libre’) nos vuelve a lanzar otra indirecta sobre qué camino musical quiere tomar.
Su mayor miedo era que tanto revuelo no llegase a entenderse, que ese desdoble con el que ha podido desarrollar su vocación frustrada como actriz no terminase de conectar con a su público, parte del cual fue directo al botón de unfollow en cuanto dejaron de ver a la Sofía de siempre. Ya en frío, con la resaca de este efecto 'Hannah Montana', el saldo es positivo a pesar de esas críticas destructivas con las que ya contaba antes de meterse en este experimento.
Ellar sigue siendo la misma, la de la guitarra, la de las letras. Lo que sucede es que ha evolucionado. Que ha arriesgado. Y de eso iba esto, de tomar un poco de distancia de ese "mundo chiripitifláutico" por el que la conocimos para madurar y crecer en una industria en la que "nadie te garantiza nada". "Mañana puede que nadie hable de ti", ha aprendido en los ocho años que lleva en esto. Y ese era un riesgo mucho más alto que que te critiquen por ponerte una peluca.