Una neumonía bileteral se ha llevado para siempre a Quique San Francisco. El actor, que llevaba más de cuarenta días ingresado en la UCI, ha fallecido a los 65 años a causa de esta enfermedad infecciosa de tipo pulmonar. Hace apenas una semana, desde el Hospital Clínico San Carlos de Madrid, era él mismo quien se encargaba de informarnos sobre su estado de salud. "Todavía no puedo andar y el respirador está siempre a mano", apuntaba "desesperado" por salir y asegurando, con ese desparpajo tan suyo, que en el hospital le estaban tratando "como un rey".
Siempre le conocimos como Quique, pero en su DNI rezaba Rogelio Enrique San Francisco Cobo. Aunque nunca heredó su apellido (el 'San Francisco' lo adoptó de su padrastro, un "tipo genial" que siempre tuvo mejor salud que él), su padre era Vicente Haro, el actor, el icono del cine cañí de 'Eloísa está debajo de un almendro', 'Un enemigo del pueblo' o 'Sé infiel y no mires con quién'. Sin embargo, de esto no se enteró hasta los 17, cuando le conoció y construyó una estupenda, aunque tardía, relación. En este injusto adiós aprovechamos para recordar su trayectoria vital.
Durante toda su infancia fue hijo de madre soltera. Así lo decidió Enriqueta Cobo, que optó por lo difícil al ver que su relación con Haro no iba por buen camino. Ya traía muchos palos en la mochila: antes de tener a Quique, su vida ya venía marcada por la violencia de su padre, el abuelo materno de San Francisco. Para huir de él, Cobo internó en un reformatorio de monjas del que finalmente escapó. Y de ahí terminó trabajando en un circo, donde crió sola al recién nacido.
Quizá fue crecer en ese entorno lo que hizo que Enrique, nefasto para las notas, verbalizase su intención de ser actor. Su madre se negaba a que cogiese ese camino: cada vez que le salía un trabajito en alguna función, le ponía un profesor particular para que no tuviese tiempo de más. Pero Quique quería continuar esta estela, por lo que los suyos no vieron otra que meterle en un internado para que se quitase esas ideas de la cabeza.
Al salir del "talego", como le llamaba nada cariñosamente, San Francisco se reveló del todo y decidió irse de Barcelona a Madrid. No iba a ser cirujano, como ansiaba su madre, seguía teniendo claro que lo que quería era ser actor. Así que cogió un avión, se llevó mil pesetas y encontró hueco en una pensión. En la capital fue conociendo a gente del mundillo y ganando aliados. Juan Diego fue el primero en echarle una mano en su independencia. Luego, cuando comenzó a tener relación con su padre, estuvo un tiempo viviendo en la casa de los Haro Vidal. Allí hizo buenas migas con su hermanastra, y cuando comenzó a desobedecer a su nueva familia y le empezó a gustar la noche madrileña, decidió que debía iniciar un nuevo capítulo en solitario.
A pesar de que su ritmo de vida no tenía nada que ver con el de su padre, su relación cada vez más estrecha no era incompatible con la de su madre, que se preocupaba por él desde la distancia. Incluso trabajaron juntos en varias ocasiones. Fue ahí, cuando ganó en estabilidad laboral, cuando su madre le dio la razón. "Yo no te valoro por que hayas llegado hasta aquí, sino por lo que te ha costado", le dijo a posteriori.
Papeles en películas como 'Navajeros', 'Colegas' o 'El pico', con Fernando Fernán Gómez, le auparon como referente del desaparecido cine quinqui de los ochenta. También participó en 'Amanece, que no es poco', 'Tirano Banderas' o 'París Tombuctú', estas tres con Luis García Berlanga. Una etapa que, en lo personal, estuvo marcada por la droga. Por entonces, Enrique había formado una nueva familia con Antonio Flores, que fue como su hermano. Gracias a él descubrió a Rosario, una de sus primeras novias. 'El Pescaílla', su suegro', le llamaba Marlon Brando con rintintín. Y a Lola Flores le unieron los fallidos intentos por desintoxicar a su íntimo amigo de una adicción que a él también le hizo rozar el abismo.
Cuatro años duró su noviazgo con la pequeña del clan. "Ella empezó con una persona (yo) y terminó con otra (la droga). Por eso un día le dije que tenía que dejarme que yo ya no era un hombre, era una piltrafa", ha asumido en más de una ocasión. Aún así, mantuvieron lazos y pasaron a ser familia. La muerte de Antonio les unió para siempre. Y a pesar de todo, también dejó buen poso en La Faraona, que "se dio cuenta de que yo cuidaba de su hija a pesar de todo".
Y días después de su muerte, la cantante ha publicado una emotiva carta en redes sociales para despedirse del que fue su pareja e íntimo amigo en los últimos años de su vida. "Crecí a tu lado y me llenaste de sabiduría y felicidad. Contigo aprendí de la belleza verdadera, de la facilidad de saborear la vida sin descansos, sin normas”, añadía, haciendo referencia a los años de juventud y noviazgo que compartieron. Rosario Flores se ha referido a Quique San Francisco como su "compañero, maestro y amor", un "ángel de los ojos brillantes" que siempre vivirá en ella.
Además de Rosario tuvo otros tres grandes amores que logró blindar de los curiosos. Siempre trató de que su vida personal no sobrepasase la profesional, donde siempre primaron las ganas de cachondeo. Quique no se desprendió de su sentido del humor ni siquiera cuando un accidente de tráfico que le obligó a estar una temporada en silla de ruedas casi le quita la vida antes de tiempo. Tampoco cuando le desahuciaron o cuando la ruina le obligó a estar constantemente en alerta. "Estar peor que yo es imposible", expresaba con soltura como gag vital durante sus últimos años.
Estas ganas de trabajar (y también de sobrevivir en una industria que nunca se lo puso fácil) le permitieron no desaparecer jamás del candelero. Pocos pueden decir que tienen 40 películas a sus espaldas. Y otras tantas series de televisión, obras de teatro y monólogos. Ha sido "historia de España", como ha manifestado Lola Orellana, la hija de Rosario. Su último proyecto, casualmente, fue interpretar a La muerte en un anuncio de televisión. Un personaje con el que nos dio más de una lección vital y que, con esa voz trasnochada, nos hizo caer en la cuenta "del milagro tan cojonudo que es estar vivo". De eso Quique sabía un rato. Descansa en paz.