Hay realidades que no nos gusta escuchar, pero no por eso van a dejar de existir, como el caso de los microplásticos que consumimos a través de los alimentos. Es un hecho indiscutible que los plásticos inundan nuestro mares y océanos, que ahí son comidos por los peces, y que luego llegan a nuestra mesa. Es decir, el mismo plástico que desechamos es el que luego entra en nuestra cocina y termina siendo ingerido por nosotros mismos.
¿Esto debería alarmarnos? En parte sí, porque es un síntoma del maltrato que sufre el planeta y de cómo nos afecta en lo más esencial de nuestra vida que es la comida. También es cierto que no hay estudios concluyentes acerca de cómo afecta el consumo de microplásticos a nuestra salud, y los que se han realizado hasta el momento hablan tanto de que no hay efectos secundarios demostrables, como que los microplásticos pueden ser los responsables de enfermedades intestinales o cáncer. Ahora bien, antes de entrar en pánico por la presencia de microplásticos en los alimentos, es mucho más útil saber cómo podemos evitar comerlos.
Los peces, como te contábamos, son los grandes consumidores del plástico que llega en tamaño microscópico a nuestra mesa, pero no todos contienen las mismas cantidades. Las sardinas y el bacalao, que viven en aguas poco profundas, están más expuestos a comer plástico, ya que este no se hunde con facilidad. Los microplásticos se acumulan en las tripas del pescado, como parte de su proceso digestivo, y estas suelen desecharse cuando se cocinan, por lo que el riesgo es menos cuando esto ocurre.
En cambio, los moluscos como los mejillones o las ostras se comen enteros, sin que podamos retirar los restos de plástico que hay en ellos, por lo al tomarlo estamos ingiriendo más plástico que si comiéramos una dorada.
La sal de mesa, que no es sino sal marina, también se encuentra en el listado de alimentos que presentan mayor cantidad de microplásticos. La lista sigue e incluye sorprendentemente la cerveza, pero también la miel, ya que al parecer las abejas los introducen durante el proceso de procesamiento de la miel.
Las frutas y verduras también están expuestas a los restos de plástico, aunque no todas en la misma cantidad. Mientras que en una lechuga apenas hay restos, las manzanas parecen acumular más. Y, a nuestro pesar, no podemos olvidar el agua, tanto del grifo como envasada, porque tampoco se salva de esta lista.
La respuesta es dura y sencilla: evitando el consumo innecesario de plástico y su llegada al mar. La acción individual es tremendamente poderosa y no podemos mirar hacia otro lado. Así que no te pierdas estos consejos para evitar que los microplásticos formen parte de nuestra dieta: