La cola para pasar por taquilla y ver el David, en Florencia, salía del museo a pesar de que era temporada baja. La gran pregunta que se hicieron las viajeras de esta historia es si a ellas les merecía la pena. Y descubrieron, después de un momento de tensión –porque el David "hay que verlo"– que en aquel momento no. El estrés de todo el proceso no compensaba en un momento en el que ya estaban demasiado agotadas. Quizás aquella podría ser una excusa para volver en otra ocasión a la ciudad. Quizás, lo más importante, aquella era una ocasión para pensar en el estrés vacacional.
Puede parecer paradójico, porque las vacaciones surgieron como la ventana para parar con el frenesí del día a día, descansar y recuperar fuerzas. Sin embargo, se han acabado convirtiendo a su vez en una fuente de estrés. Los días de desconexión nos agotan. “No me sorprende, porque la manía creciente de estar hiperconectados nos está llevando a un tecnoestrés”, apunta al otro lado del teléfono el psicólogo Ismael Dorado, secretario de organización de la Sociedad Española para el Estudio da Ansiedad y el Estrés (SEAS). “No se produce una verdadera desconexión”, explica -de ahí que muchas personas les provoque ansiedad meterse en un grupo de WhatsApp-. Estamos perdiendo el porqué, justamente, de irnos de vacaciones.
Una de las principales fuentes de estrés son ya las propias expectativas que desarrollamos ante los viajes. Queremos verlo todo y pasar por todos los "lugares foto" y los espacios destacados, lo que lleva a llenar la agenda de actividades y de visitas que se sienten imprescindibles. Un análisis de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) lo llama "turismo frenético": visitamos con tanto ímpetu que no nos guardamos ni siquiera tiempo de parar.
El FoMO (fear of missing out, en inglés, el miedo a perderse algo importante) convive, según Pablo Díaz, profesor de los Estudios de Economía y Empresa de esta universidad, con el miedo a no tener nada luego que contar en redes sociales (se llama, por sus siglas en inglés, FoEN). Siempre se ha viajado un poco para contarles a los demás lo que se ha visto, pero ahora eso es más extremo.
Las redes sociales han creado un ciclo en el que las personas sienten "esta obligación de hacer cosas, viajar y darlas a conocer", resume el experto. Es lo de que no has estado hasta que no subes la foto a Instagram. Las fotografías que eran antes los recuerdos de las experiencias gratas se han convertido ahora en el fin mismo de los lugares. “El mundo de las fotos llega a ser estresante”, suma Dorado. En algunos destinos hay que hacer colas para lograr la imagen preciada o pegarse madrugones para conseguir la icónica que todo el mundo comparte en social media.
Además, ahora se quiere hacer todo, vivir todas las experiencias debidas del lugar. “Diseñamos las vacaciones lo más parecido a una yincana, en ver de romper con la multiactividad”, señala Dorado. “Seguimos igual de frenéticos que el resto del año, lo que cambia es el escenario”, resume.
Hace unos años, perfila Díaz, este era el tipo de turismo que se hacía, sobre todo, por quienes viajaban desde algunos países asiáticos, como Japón. Ahora, es una práctica mucho más global, en la que caen especialmente las generaciones más jóvenes. Los millennials lo han incorporado con entusiasmo a sus rutinas viajeras.
Pero no solo el cómo han cambiado los viajes ha llenado la experiencia de estrés. En realidad, algunas de sus fuentes ya estaban ahí, aunque no se pensaba en ellas. Dorado suma, de hecho, la carga mental que tiene quién organiza las vacaciones y quién sigue haciendo ese trabajo para que todo funcione una vez en el destino.
Aquellas madres del pasado que cuando se iban de vacaciones solo cambiaban la cocina no han desaparecido: la carga mental sigue estando de forma bastante elevada en ellas. “El resto de la familia esta de vacaciones, pero una persona tiene que hacerse cargo de todo”, explica Dorado. “No somos solidarios y no somos equitativos”, apunta. Al mismo tiempo, muchas de las cosas que llenan de ruido el día a día siguen estando ahí. Por ejemplo, el psicólogo recuerda que seguimos recibiendo información constante de los chats familiares o del de padres y madres del colegio.
A todo esto hay que sumar que la tecnología ha hecho que se pueda trabajar en cualquier lugar, pero –y a pesar de que existe una legislación que regula el derecho a la desconexión digital– ha llevado también que las fronteras entre el tiempo de trabajo y de ocio se hayan vuelto mucho más borrosas. Ya no se trata solo de que se puedan hacer workation –cuando te llevas el trabajo a un sitio de vacaciones– o que existan nómadas digitales que recorren el mundo con su portátil a cuestas, es que en los días libres no dejamos de estar pendientes del trabajo. “Las vacaciones es tiempo para hacer lo contrario al trabajo”, insiste Dorado, “y no es estar conectados”. Pero lo hacemos.
Un estudio de Infojobs desvelaba el verano pasado (todavía no hay datos para este) que, en realidad, la mayoría de la población española seguía conectada al trabajo en vacaciones. Los datos de desconexión digital durante el año ya son malos: el 72% de los trabajadores no la logra, pero en verano no mejoran. El 62% reconoce que responde a llamadas, mails y mensajes del trabajo en sus días de vacaciones.
Los datos son ligeramente mejores que los de ediciones anteriores –quizás en España se empiece a estar tomando un poco más en serio la necesidad de desconectar– pero siguen siendo malos. Solo un 38% de la población consigue la desconexión total en vacaciones.
Sea en la playa, sea en la montaña, sea haciendo cola para intentar cruzar uno de los puentes de Venecia, toda esta carga mental estará ahí y tendrá un impacto en la salud mental. “El estrés no diferencia”, confirma Dorado. Le da igual si es el de todos los días o si es uno en un lugar diferente. Y, como apunta el experto, “produce un efecto muy curioso”, el de la gente que está deseando que se acaben las vacaciones para volver a su normalidad.
Sin embargo, esa desconexión es muy importante. Nuestra cabeza necesita parar, explica Dorado, para poder luego ver la vida con perspectiva, para recargarse y para poder disfrutar. Los parones son fundamentales para llevar bien el resto del año. El psicólogo lo ejemplifica con algo cotidiano: si todo el mundo entiende que si el ordenador colapsa hay que apagarlo y volverlo a encender, ¿por qué no vemos que nuestro cuerpo necesita otro tanto? “Pensamos que somos como coches que se averían y tienen repuestos, pero no es así”, recuerda.
Cambiar el chip y desconectar el teléfono son básicos para lograrlo. Dorado insiste que es posible apagarlo: si hay una emergencia te encontrarán, tranquiliza. Disfrutar de las pequeñas cosas importa y también lo hace recordar el consejo del psicólogo: “El trabajo no es la vida”.