Cómo llegar a acuerdos con tu hijo adolescente y salir todos ganando

Era obediente y cariñoso; su carita dulce se ha transformado en un rostro desconocido; no permite las despedidas con un beso; se encierra en su cuarto y no hay manera de mantener una conversación civilizada. Al final, la comunicación consiste en órdenes, se alza la voz y la tensión se ha hecho irrespirable. Es un o una adolescente y, aunque le cueste reconocerlo, sigue necesitando a sus padres. Ha llegado el momento de reconducir la situación, saber cómo llegar a acuerdos con tu hijo adolescente, poner unas normas que sean respetadas, al igual que negociar ciertas cosas que le otorguen parte de esa libertad que pide a gritos.

Como punto de partida, llegar a un acuerdo es un consenso, es una solución o una decisión que se toma en conjunto. Es un pacto entre dos y ambas personas deben ceder parte de su parcela porque si no sería una norma o una imposición de uno de los dos. El orgullo y la rigidez no entra en la definición de un acuerdo; los dos puntos de vista son igualmente válidos por tanto prima la flexibilidad y la empatía.

La Organización Mundial de la Salud establece que la adolescencia abarca desde los 10 años hasta los 19, entre la niñez y la edad adulta. En la realidad, llega cuando los padres se encuentran con que están todo el día discutiendo con su niño o con su niña porque les habla mal, de forma irrespetuosa, no muestra ni un ápice de cariño, su comportamiento es un desafío constante y no le importa la opinión de nadie.

Al contrario, solo se interesa por lo suyo, le cuesta un triunfo aceptar que se ha equivocado y, sobre todo, todavía no sabe modular sus reacciones ni hacer frente a la frustración que le genera no conseguir lo que quiere. Todo está por aprender y definir, incluyendo su personalidad. Como padres, a más de uno le cuesta permanecer sereno y tranquilo porque aguantar todo esto sumado al trabajo, al resto de la familia, a las obligaciones, a las rutinas, a la casa, a la compra o a preparar la cena se hace muy cuesta arriba.

Hay que acordarse de la propia adolescencia y de la experiencia particular para entender que la prioridad es encauzar la situación y volver a crear el vínculo que se ha roto entre padres e hijos. Una gran parte de la solución radica en mantener la calma para predicar con el ejemplo, en conseguir hablar sin discutir y en mantener conversaciones aunque se tenga opiniones diferentes. Ser capaces de conversar para llegar a acuerdos, como la hora de llegada, que se puede negociar según el plan, o establecer normas que no son negociables: la obligación de hacer los deberes cada día o de recoger la habitación antes de salir de casa.

Llevarse mal con un hijo genera culpa y frustración pero es responsabilidad de los padres reestablecer la conexión por el mero hecho de ser los adultos. De la misma manera deben estar disponibles para poder dar respuesta a sus nuevas necesidades y ayudarle a mejorar sus fortalezas. También reclama respeto y empatía como cualquier adulto.

Un adolescente necesita un guía

La adolescencia es una revolución brutal. Al crecimiento físico, cognitivo y emocional se suma un cambio en sus relaciones sociales, un coctel que incluso desencadena muchas conductas desajustadas e impulsivas. Se le presentan nuevos retos y experiencias que se mezclan con el miedo, la inseguridad y la necesidad de libertad.

Necesita que desde casa un adulto le guíe y le acompañe con calma y comprensión en ese camino hasta hacerse mayor, al igual que seguir sintiéndose protegido. Si no lo obtiene dentro, lo buscará fuera entre sus amigos u otros adultos de referencia. En cualquier caso, resulta difícil madurar y actuar como corresponde a la edad.

Con todo ello, aprender a conversar y a negociar es un reto que no se puede pasar por alto. Lo habitual es que un adolescente cuestione todas y cada una de las decisiones que toman sus padres. Sin embargo, se deben remarcar las diferencias entre negociar con la finalidad de llegar a acuerdos, que es muy distinto a las normas básicas para convivir en un hogar.

La clave está en dejar claras dichas normas para después hablar y conversar con cariño y con cercanía, sin poner etiquetas, sin criticar y sin comparar, pues en caso contrario el adolescente lógicamente se siente atacado, minusvalorado y no respetado.

Como guía, los expertos coinciden en varios aspectos que se deben cumplir a la hora de aprender a negociar con un adolescente y con los que la familia en general sale ganando.

1. El respeto y la escucha

La comunicación tiene que ser positiva y basarse en el respeto de modo que todos puedan expresar sus opiniones y sentimientos sin ser juzgados. La escucha activa con todos los sentidos es la base de las relaciones y no la crítica porque lo único que consigue es dañar la autoestima.

2. Hay un momento y un lugar para cada conversación

Regañar a un adolescente delante de sus amigos o de otras personas no es nada aconsejable, ni tampoco invadir su intimidad para interrogarle o reprocharle ciertos comportamientos. Se le puede preguntar cuándo le viene bien hablar. Es probable que agradezca esa consideración y que se preste a conversar. También es importante elegir un sitio neutral como la cocina o el salón o incluso invitarle en una cafetería. Se trata de retomar la relación y volver a crear el vínculo.

3. Predicar con el ejemplo

Hablar con un adolescente es igual que hacerlo con otra persona, cuidando las formas, el tono, los gestos y el vocabulario. La ira y el enfado permanente no ayudan. Él aprende de los mayores y tratará a los demás tal como siente que se le trata.

4. El adulto debe frenar las discusiones acaloradas

A veces se desencadenan broncas y discusiones demasiado acaloradas con gritos y portazos. Son situaciones innecesarias que nunca llevan a buen puerto. Es el adulto quien tiene que tomar las riendas, retomar la calma y ponerle freno a estos conflictos desagradables y en ningún caso debe “avivar más el fuego” gritando más alto. Lo conveniente es hacerle entender que ha llegado el momento de calmarse y después con sosiego cada uno puede explicarse y expresar las emociones sin interrupciones ni críticas.

5. Saber ceder y poner límites

Ciertos temas o aspectos se pueden discutir y valorar hasta encontrar los puntos en común y llegar a un acuerdo. Al contrario, las normas y los límites nunca son negociables, como, por ejemplo, el hecho de que no se puede beber alcohol bajo ningún concepto.

6. Demostrar a diario que ante todo se le quiere con actos y palabras

Los adolescentes rechazan los besos y los achuchones pero necesitan saber que se les quiere y que el adulto siempre está disponible para lo que necesite. El amor de padres a hijos es incondicional y los actos y las palabras lo tienen que demostrar.

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