La adolescencia es una etapa complicada, también para los padres. Los adolescentes experimentan muchos cambios, necesitan construir su identidad, sentirse adultos aún sin serlo, y a menudo se muestran inestables. Los conflictos, con sus iguales, con sus adultos de referencia o con la familia son más que habituales. Por eso es muy importante darles estrategias para que puedan afrontarlos y gestionarlos.
Los conflictos no van a desaparecer a lo largo de su vida, por es muy beneficioso para ellos aprender a solventarlos a esta edad. Hay que entender que no es malo que los conflictos existan, y que lo ideal es aprender afrontarlos de la mejor manera posible. De hecho, son esenciales para su crecimiento personal, así que toma nota de cómo puedes ayudarles en esta etapa de su desarrollo. Si se sienten capaces de transformar un conflicto en un diálogo que tenga repercusiones positivas, se sentirán muy apoyados y construirán un pensamiento crítico y una buena autoestima. Además, serán capaces de mantener buenas relaciones afectivas y sociales en el futuro.
Los adolescentes pueden sacarnos de nuestras casillas con mucha facilidad, sobre todo cuando deciden entrar en conflicto. Pero debemos comportarnos como adultos y, lejos de propiciar el enfrentamiento, mantener la calma. Toma distancia y respira hondo para poder actuar de manera reflexiva, algo que tu hijo en este momento no puede hacer.
Si no le escuchas de manera activa y deja que diga lo que tiene que decir, es imposible que llegues a entenderle. Por no hablar de que, al sentirse escuchado, reforzarás su autoestima y lograrás que el conflicto baje de intensidad.
En ocasiones el motivo del conflicto puede verse muy claro, pero en otras puede estar salpicado por conflictos ocultos o malos entendidos. Sea como fuere, es importante definir qué es lo que realmente está provocado el enfrentamiento, porque ese será el primer paso para buscar una solución.
Una vez que le hayas escuchado también tienes que decir qué opinas de los motivos del conflicto. Expresa qué te ha molestado, siempre desde la calma, y plantea qué cambios crees que deberían darse para que no volviera a suceder.
Todos necesitamos espacios para calmaros o para liberar la tensión que acumulamos. Tus hijos también. Dependiendo de su carácter puedes ayudarle de muchas maneras: con sentido del humor, practicando algún deporte, con meditaciones o relajación, dando un paseo… Presta atención a aquello que le ayuda a sentirse mejor.