Cinco cosas que no deberíamos prohibirles a los niños, según un psicólogo

Dentro de nada es posible que muchos padres vuelvan a vivir esta escena: son las 8 de la mañana, solo falta desayunar, lavarse los dientes y salir pitando a llevar a los niños al colegio antes de ir a la oficina. El pequeño, con cinco años, abre la nevera, saca el cartón de leche y pretende llenarse un vaso con tan mala suerte que se le escurre el envase inundándose la encimera. Al ver el desastre le gritamos: “¡¡Ya te he dicho mil veces que no hagas estas cosas tú solo!!”. No eres consciente pero has actuado fatal. Hay cosas que no deberíamos prohibirles a los niños, según un psicólogo. En este caso está ganando autonomía, lo que forma parte del camino que tiene que seguir para su desarrollo personal.

El experto en psicología infantil y juvenil Javier de Haro publica consejos y recomendaciones sobre cómo educar a los más pequeños en su cuenta de Instagram @psicologo_teayudoaeducar. Uno de sus últimos post lo ha centrado en las prohibiciones que los padres hacen a sus hijos. En principio, cuando un adulto impide que su pequeño haga ciertas cosas cree que está actuando de forma correcta, pero no siempre es así. Javier de Haro reconoce que el estrés, los horarios y las rutinas no ayudan, sin embargo, como padres hay que aprender a educar sin prohibir.

Javier de Haro enumera cinco prohibiciones que se les hacen a los niños. Destaca que son las más comunes y que “todas tienen su justificación”.

1. Prohibir que digan “no”

Los niños deben tener libertad para “decir lo que no les gusta y lo que no quieren”, explica el psicólogo infantil. Cada pequeño tiene que “saber defenderse” y para ello ha de aprender a negarse en el lugar y en el momento que corresponda.

2. Prohibir que sientan emociones

Dice Javier de Haro que los padres quieren que sus hijos “aprendan a gestionar sus emociones” pero en cambio no les dejan sentirlas. Muchas veces se les pregunta con extrañeza por qué se han enfadado, por qué tienen miedo o por qué lloran y se resta importancia a sus motivos. Los niños “tienen que sentir emociones y expresarlas para después saber cómo gestionarlas”, subraya el psicólogo infantil. El camino lógico es ayudarles a entender la situación que les ha conducido a sentir esa emoción al igual que acompañarlos y darles herramientas para que se calmen.

3. Prohibir ser autónomos

Como en el ejemplo inicial, cuando un pequeño derrama la leche y se le regaña o se le prohíbe no se le está permitiendo que sea autónomo y que aprenda por sí mismo acciones básicas. Además, de Haro insiste en la importancia de dejar que los niños cometan sus propios errores y que se equivoquen, ya sea derramar la leche o abrocharse mal los cordones de los zapatos. Según sus palabras, “está demostrado que saber hacer cosas y saber afrontar los obstáculos, repercute directamente en su autoestima”. Cualquier niño al que se le regaña en cuanto se equivoca deja de intentarlo para no recibir más regañinas.

4. Prohibir la curiosidad

La curiosidad y la inquietud también forman parte del aprendizaje de un niño. “No hay que prohibirlas sino que hay que fomentarlas”, detalla. A veces invade al adulto con sus preguntas pero realmente necesita saciar su curiosidad. Un niño “tiene que ser curioso, le tiene que gustar explorar y descubrir”. Son iniciativas “tan sanas como positivas para su desarrollo cognitivo, afectivo y personal”, asegura Javier de Haro.

5. Prohibir que sean ellos mismos

Para el psicólogo este es el punto más importante. “No podemos pretender que sean copias de otros niños o como a nosotros nos gustaría”, insiste. Igualmente añade que habrá aspectos que se puedan mejorar “pero la esencia de cada uno hay que protegerla”. Javier de Haro puntualiza que “seguro que ellos no nos quieren cambiar a nosotros… al menos de momento”.

Es muy común también que sean egoístas y que no quieran prestar sus juguetes. Por una parte hay que enseñarles a compartir pero también está bien que sientan qué es la pertenencia. De este modo, a un niño no se le puede obligar a prestar absolutamente todo, incluso su juguete favorito. Es lógico que no quiera prestarlo pues a los adultos les pasa lo mismo con sus pertenencias más queridas.