Los riesgos de publicar fotos de tus hijos en redes sociales: "Hay que compartir el mínimo imprescindible"

Cualquier persona que entre en una red social como Instagram, tenga una cuenta o no, tiene acceso a multitud de imágenes de menores. A veces, son los hijos o hijas de gente cercana; en otras ocasiones, se trata de la descendencia de alguna persona famosa; pero no es raro tampoco ver e incluso conocer muchos detalles de la vida de alguien que aún no ha cumplido los diez años y a quien no conocemos. Sabemos su fecha de nacimiento, quizá hasta hayamos visto una ecografía, nos hemos encontrado con vídeos de bebé haciendo monerías. Es alguien a quien no nos une ningún vínculo, pero lo hemos visto crecer. Esa persona nunca decidió compartir sus imágenes con nosotros

Unos cuantos datos: en España, el 89 % de las familias comparte con frecuencia mensual contenidos de sus hijos en Facebook, Instagram o TikTok, según el informe EU Kids Online. El 81 % de los bebés tiene presencia en internet antes de cumplir los seis meses, según una encuesta de AVG (entre los países encuestados estaba España). Y, según la Universidad de Michigan, el 56 % de los padres comparte información de sus hijos que podría ser considerada vergonzosa, el 51 % informa sobre su localización y el 27 % sube fotos inapropiadas. 

Esto que hemos normalizado tanto es una de las consecuencias del 'sharenting', la práctica de muchas personas de subir fotos de sus hijos o hijas a las redes y que viene del inglés share (‘compartir’) y parenting (‘redes sociales’). ¿Por qué se hace? ¿Por qué es tan común compartir estas imágenes? “Creo que, en muchos casos, el deseo de presumir de los hijos por amor pesa más que la preocupación por los riesgos”, señala la psicóloga Begoña Albalat. Las redes son espacios de comunicación con los que tenemos mucha familiaridad y, quien los usa normalmente para compartir partes de su vida, continúa haciéndolo al convertirse en padre o madre, mostrando a su descendencia. “Nos gusta sacar pecho de nuestros hijos, pero cuando compartimos fotografías lo hacemos sin reflexionar. Estamos incidiendo y mucho en la huella digital de nuestros hijos, no la nuestra”, asegura Cristina Gutiérrez, responsable del área de menores en el Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE). 

En esto es en lo que piensa principalmente Mar, que prácticamente nunca sube sus caras, especialmente ahora que ya no son bebés. Su cuenta de Instagram es privada y conoce a todos sus seguidores, pero aun así considera que “debería ser decisión suya”. También la periodista Diana López Varela sigue esa política basada en “respetar la intimidad” de su hija. Al principio era algo más permisiva porque “entendía también que no había que ser kamikaze, y que si nuestros niños formaban parte de nuestra vida también saldrían en alguna foto de grupo o familiar y no pasaba nada”. Ahora es algo más “radical": aunque ha publicado alguna foto de espaldas o con la cara tapada, considera también fundamental no poner ningún dato que la identifique o localice en los lugares que frecuenta. 

Para Bea, que sí publica con frecuencia fotos de sus hijos en stories de Instagram (su cuenta es privada), el tema es más complejo. Por un lado, insiste en la importancia de preservar el honor de los niños, algo que cree que va más allá de la fotografía. “No publicar fotos de tus hijos, pero quejarte constantemente en tus textos de ellos al final también es dañar su imagen. Creo que muchas veces eso tampoco se tiene en cuenta”, asegura. Por otro lado, considera que, en realidad, al salir a la calle, cualquiera puede sacarles fotos a ella y a su hija e hijo y usarlas para cualquier cosa. Es consciente de que si no subes imágenes a la nube tienes menos posibilidades de que se haga un mal uso, pero por eso precisamente tiene sus reglas: solo stories (cuando no existían, subía solo cosas muy desdibujadas, como una mano o un pie), para no propiciar algo permanente, y nunca imágenes ofensivas, solo “personas en un paisaje”.

Y, por supuesto, nunca sube nada de otras personas y todo su contenido es a posteriori (no un "ahora estamos aquí", sino "hace unos días estuvimos aquí"). Como resumen de su forma de actuar, indica que hace una “exposición con condiciones, muy restringida a mi ámbito, intentando ser lo más restrictiva posible sin ser prohibitiva”. Respeta, por supuesto, muchísimo a quien no sube nada a redes, pero cree que aun así seguimos expuestos. “Puestos a estar expuestos, pues hagámoslo nosotros desde nuestro punto de vista”, señala. 

Los riesgos: huella digital y redes de pornografía infantil 

Entre las cosas que hay que tener en cuenta a la hora de subir o no imágenes de nuestra descendencia a redes está, como apuntábamos antes, su huella digital. Cristina Gutiérrez, del INCIBE, pone como ejemplo que en otros países ya hay casos de denuncias de hijos o hijas de personas con muchos seguidores por haberles sobreexpuesto. Aunque nosotras no seamos famosas, la idea de fondo es la misma. “Hay que compartir el mínimo imprescindible y siempre teniendo en cuenta que va a ser un contenido que va a estar publicado. Es decir, que de alguna manera es posible que luego vuelva a salir a la luz”, señala.  

Por otra parte, forma parte de la responsabilidad parental respetar los derechos de su descendencia: su intimidad, su honor, la protección de datos… En cuanto a la estrategia de subir solo stories, que desaparecen a las 24 horas, recuerda que, si bien no es lo mismo que dejar algo publicado, ella tampoco pondría la mano en el fuego por que no vayan a tener “más difusión de la que nosotros esperamos”. Lo habitual es que nuestros perfiles “estén más abiertos de lo que nosotros creemos y que lleguen más gente de lo que nosotros consideramos”, expone. 

Otra de las consecuencias que podría tener esa huella digital no elegida es que el o la menor no esté de acuerdo cuando vaya siendo consciente. “Podría suponer una erosión de la confianza”, indica Albalat, que añade que hay que recordar que es un contenido que no es sobre nosotras. “Es una huella digital que no han elegido. Los menores no están compartiendo lo que les representa o lo que quieren mostrar, sino que todo se ve desde la perspectiva de otras personas. La identidad digital de cada persona le pertenece, y cuando los padres comparten imágenes de sus hijos, están tomando parte de esa identidad, que además es permanente”, sostiene. 

El otro gran riesgo de subir fotografías de menores es que puedan ser utilizadas en redes de pornografía infantil, incluso cuando son imágenes que no parecen para nada sexualizadas. “Quizás es el extremo de las consecuencias, pero también debemos tenerlo en cuenta como padres. No somos conscientes al subir una foto de un bebé con su pañalito o en la bañera, o haciendo deporte con poca ropa, de que es una foto que en círculos de pederastia puede tener otro significado. Todo se puede sacar de contexto”, señala Gutiérrez, que recuerda que se puede llamar al 017, el número de ayuda en ciberseguridad, también para resolver cualquier duda que se tenga sobre este tema. La psicóloga Begoña Albalat añade que, sin llegar a la pederastia, las imágenes de menores también pueden ser utilizadas para hacerles ciberacoso. 

¿Y qué pasa con WhatsApp? 

Las redes sociales son una cosa y la mensajería instantánea es otra, solemos pensar, pero eso no deja a la segunda libre de riesgos. Cristina Gutiérrez, del INCIBE, sostiene que hay que hacer la misma reflexión que con las redes. “Cuando yo comparto con la familia, puedo pensar que ahí se queda, pero a todos nos han llegado fotos, grabaciones e incluso ecografías de gente que no es cercana”, apunta. Diana López Varela cuenta que solo comparte fotos o vídeos de su hija en WhatsApp con “gente de mucha confianza”. 

En general, su modo de actuar en este tema tiene siempre como objetivo proteger a su hija. “Igual que no iría por la calle enseñando sus fotos a desconocidos, no tiene ningún sentido subirlas a una red social en donde la pueden ver millones de personas con el uso que cada uno quiera hacer de ellas, ni a un WhatsApp en donde acabarán reenviadas y rebotadas a gente que ni conozco”, asegura. 

Y, más allá de por los riesgos que ya hemos comentado, lo hace por otra razón. “Creo que ha llegado el momento de parar este delirio de retransmitir nuestra vida constantemente. No podemos usar la imagen de los niños a nuestro antojo y luego indignarnos porque con 12 años están enviándose nudes cuando han crecido con una cámara delante de las narices. No lo entienden, ni mucho menos lo merecen”, concluye. 

En este sentido, Cristina Gutiérrez explica que “en el momento que ya sean un poquito más mayores y que razonen, lo ideal —y es la oportunidad para hablar sobre esto— es pedirles su opinión también sobre las fotos que vamos a compartir (si lo vamos a hacer)”. Ante todo, hay que intentar ser coherentes. “Si queremos educar digitalmente, no podemos decirle al menor ‘oye, no te sobreexpongas’, cuando yo no le he aplicado hasta entonces”, concluye. 

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