Cuando te conviertes en madre, casi al instante también te transformas en una especie de pediatra casera. Estás atenta a todo lo extraño o anormal que le ocurre a tu bebé, en especial cuando es un niño, pues temes que pueda tener fimosis. En un primer momento te puedes alarmar si lo detectas, pero la Asociación Española de Pediatría (AEP) tranquiliza: prácticamente todos los niños nacen con fimosis, es algo completamente normal que en la mayoría de casos se resuelve en los primeros años de vida del bebé. Entonces, ¿cómo se trata? ¿Habrá que operarle?
La fimosis es normal en los recién nacidos, pues tal y como explica la AEP, el glande y el prepucio aparecen pegados por un tejido fibroso fino. Por este motivo, es difícil que el prepucio consiga deslizarse para dejar al descubierto el glande. Durante los primeros años no va a suponer ningún problema, ya que tiende a ir desapareciendo poco a poco de forma progresiva, en parte por el desarrollo del niño y también del propio pene. En la mayoría de casos, sobre los cuatro años, gran parte de los niños ya pueden retraer el prepucio sin inconvenientes, y solo un pequeño porcentaje mantendrá el problema hasta la adolescencia.
Generalmente a los tres o cuatro años los niños ya comienzan a poder retraer el prepucio, pero hay casos en los que este sigue siendo demasiado estrecho y no se consigue descubrir el glande. Si esto ocurre, el principal problema que puede tener el pequeño es que se produzca un leve dolor o que al ir a hacer pipí le sea complicado. Por ello, en ocasiones puede favorecer la aparición de una infección de orina o dificultades en la higiene íntima. Por eso mismo, en los más pequeños es importante para mantener la higiene cambiar con frecuencia los pañales de los bebés.
Una tendencia muy extendida en los padres es la de forzar más de la cuenta el prepucio para “evitar la fimosis”. Pues lo cierto es que según los expertos es una gran error, y más en niños pequeños en los que aún no ha habido tiempo suficiente para que la fimosis se resuelva por sí sola. Entonces, ¿qué hago? Para evitar cualquier complicación lo único que se debe hacer es mantener la higiene íntima del niño, puedes tirar para atrás la piel del prepucio, pero solo hasta donde sea posible, pues podría provocarle molestias e incluso pequeñas heridas o cicatrices que sí empeorarían la situación, tal y como expone la AEP.
En caso de que el niño tenga dificultades con la salida de la orina o, según cumple años, no consigue descubrir el glande por completo, entonces sí, se debe acudir a la consulta del pediatra a buscar una valoración y su posible solución.
Pasar por quirófano nunca es de agrado, y menos si lo tiene que hacer un niño. En el caso de la fimosis, primero tienen que haber fallado otros métodos antes. En caso de que el proceso natural no haya funcionado y el pequeño al llegar a los tres o cuatro años siga sin poder descubrir su glande, la primera solución no será la llamada circuncisión. Este segundo tratamiento consiste en la aplicación de cremas con corticoides para intentar ablandar la piel del prepucio y conseguir que pueda echarse hacia atrás sin problemas ni molestias en el niño.
Puede ocurrir que la aplicación de cremas con corticoides no dé el resultado esperado, entonces sí, podría plantearse la opción de realizar la circuncisión entre los cinco y siete años, en especial cuando se producen infecciones o problemas urinarios en el niño. La operación no suele ser complicada y solo se pasarán unas horas en el hospital, en ella se extirpa la piel del prepucio para dejar el glande al descubierto.
Tras la intervención es completamente normal que el niño tenga molestias al orinar durante más o menos una semana. Para no tener complicaciones y evitar infecciones, lo mejor es que se cambie el vendaje con frecuencia para mantener una correcta higiene y también usar vaselina para evitar que se pegue a la venda.
La fimosis es normal en los recién nacidos, pero en caso de que el problema persista en el tiempo y no se solucione de forma natural, es probable que se tenga que recurrir a la circuncisión. En estos casos lo mejor es hacerlo en edades tempranas, entre los cinco y siete años, para evitar posibles problemas durante la adolescencia.